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La ingratitud, otra faceta de su cuestionada personalidad

El comportamiento que la ex presidente de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, ha tenido con sus más conspicuos y cercanos colaboradores durante su prolongada estancia en la Casa Rosada y que, de acuerdo a la Justicia eran activos integrantes de la banda de corruptos que ella regenteaba, ha puesto al descubierto una nueva faceta de su cuestionada personalidad que ha sorprendido a propios y a extraños.

Aunque más a los primeros, porque a los extraños ya nada podía sorprenderlos. Estaban curados de espanto. Nos referimos a la gratitud, una virtud común en los seres humanos y frecuente en ciertos animales. Precisamente, esa carencia en la abogada oriunda de La Plata, se puso de manifiesto en forma singularmente elocuente, cuando le soltó la mano a Julio De Vido y lo dejó solo, «chamuyando» con los fríos barrotes de la cárcel de Marcos Paz, donde parece que se le han despertado dormidas inquietudes literarias y le envía prolongadas misivas a Cristina. Misivas que no son de amor, sino de advertencia que si decide romper con el silencio, es probable que en lugar de ocupar una banca en el Congreso Nacional para la que fue elegida en octubre, ocupe un duro camastro en alguna cárcel de mujeres en la provincia de Buenos Aires. Aunque -dicho sea de paso-, es probable que Macri se oponga a que eso ocurra. Ha anunciado su intención de buscar la reelección y Cristina libre y hablando, contra él, sería un aporte importante para la concreción de ese propósito.
Volviendo al tema que nos ocupa, no es el caso de quien fuera el súper ministro de ambas versiones del kirchnerismo en el que la ex mandataria ha demostrado que si tiene corazón lo «tiene adormecido», como dice un viejo tango, habida cuenta que idéntico comportamiento ha tenido con otros ex funcionarios suyos que comparten «ranchadas» en el penal de José María Ezeiza y, seguramente, no la tienen presente en sus oraciones sino más bien en sus maldiciones. «De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más ofenden a Dios es la ingratitud». (Miguel de Cervantes Saavedra).

 

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