El zonal del valle

España nos vio nacer, el Valle nos dio la esperanza de una vida mejor

Encarnación y José Antonio han sido un verdadero ejemplo de aquellos inmigrantes que  un día llegaron a nuestro país, con la nostalgia por la España que los vio nacer, y sufriendo el desarraigo, las emociones al conocer gente distinta, costumbres diferentes, para encontrar en el valle,  la esperanza de una vida mejor, manteniendo viva la añoranza por retornar a su adorado país.

por REDACCIÓN CHUBUT 15/03/2018 - 15.55.hs

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Sentada frente al televisor, y con un tejido que había dejado para disfrutar de su novela favorita, Encarnación comienza a contarnos su historia, mientras su hija Trinidad selecciona las fotos, que rememoran los momentos de esta hermosa historia de vida.

 

ENCARNACION DOMENECH MENCHON
EL RECUERDO DE UNA INFANCIA SIN MAYORES PREOCUPACIONES A PESAR DE LA  AUSTERIDAD   
Encarnación nació en España, en Almerias, en un pueblito llamado Cantorias, el 25 de Octubre de 1928, su papá Antonio Domenech y su mamá Juana Menchon, trabajaban la tierra. Ella dice las tierras eran herencias que dejaban los abuelos. Si bien eran porciones chicas, se trataba de vivir de la producción de ellas.
Se cosechaba pimientos, tomates, y toda clase de verduras; en los lugares donde no había buen riego, se sembraba trigo. Había años que se cosechaba y otros que no. Se iba viviendo como se podía.
Cuando comenzó la Guerra Civil Española, durante el año 1936, yo  tenía 8 años,  no sufrimos tanto como las personas que Vivían en el pueblo o las capitales, porque algo siempre se cosechaba, fue una época muy difícil y de mucha miseria.
Recuerdo que siempre teníamos ganas de comer algo y había que racionar el alimento, quién más sufría era mi mamá, más de una vez decía que tenía ganas que quedara pan de sobra en la mesa para el otro día. 
Para las fiestas en  la mesa, se ponía lo que podía, rosquitas, mantecado, pero siempre con escases.
Ahora veo a los chicos que dicen, no me gusta esto o lo otro; a mí me gustaba todo. Acá se hacen todas las fiestas con comida; yo nunca vi eso de niña.
Fui i a la escuela hasta la adolescencia, en un solo grado la maestra daba clases a niños de distintas edades. Me gustaban mucho las clases de manualidad, allí aprendimos a coser y tejer. 
El resto del tiempo, ayudaba con la quintita, sabía manejar bien la asada (ríe), recuerdo que  papá  trabajaba con el arado tirado por una burra, porque no teníamos caballo.
Siempre teníamos algunos animales, mis hermanos Antonia, Francisco y yo, nos ocupábamos de cuidarlos. 
Con suma tristeza nos cuenta, cuando terminó la guerra hubo una miseria terrible y debido a esto mi hermano fue a buscar trabajo a Alemania. Luego de muchos años, falleció trágicamente en un accidente. 

 

MOMENTOS FELICES DE LA ADOLESCENCIA
A pesar de las dificultades económicas que se vivía en el país, Encarnación recuerda su adolescencia con alegría diciendo; a los 14 años comencé a ir a los bailes,  salíamos sin comer pero bailábamos igual y estábamos  siempre contentas, nunca triste. Uno se compraba un vestido por año, pero éramos felices con lo que teníamos. 
Llevábamos los zapatos y las medias en una bolsa porque para llegar al pueblo debíamos subir y bajar lomas. Nos pintábamos los labios con papel, y cuando llegábamos nos poníamos los tacos.
Los chicos pagaban una peseta, bailábamos al ritmo de un acordeón que era tocado por un hombre. Cuando un chico te  sacaba a bailar y le decías que no pero  después lo hacías  con otro, se enojaba y hacía que cortaran la música (ríe).

 

UNA OBRA DE TEATRO, QUE MARCO EL CAMINO Y LA UNIO  A SU COMPAÑERO DE TODA LA VIDA
José Antonio Águila Gilabert,   vivía en otro pueblo, y podríamos decir que  desde un principio, no conoció personalmente a Encarnación. Esta parte de la historia sigue así…
Ella dice,  mientras mi esposo hacia el servicio militar tuvo de compañero a un vecino nuestro. Él le hablaba de mi hermana y de mí, seguramente sobre como éramos.
Entonces decidió conocernos. Un día durante un  permiso para salir,  se presentó en casa.
Mi hermana y yo  estábamos juntando almendras, cuando se acercó a  avisarme una vecina diciendo que había un chico  que venía en mi  cortejo que quería verme. Él había ido hablar con mi papá para conocerme.
Pero en ese momento, no me interesó, hasta que un día lo vi actuar en una obra de teatro, y me enamoré. La obra trataba sobre la guerra entre moros y cristianos, la hicieron para un 12 de octubre Día de la Hispanidad, y también Día de la Virgen del Pilar en España.
No recuerdo como comenzó la charla entre nosotros, pero allí me enamoré. Estuvimos durante  tres años de novios, iba a visitarme tres veces a la semana, tenía que caminar bastante para llegar (ríe).
Nos casamos el 19 de Abril del año 1947, el juez y el cura vinieron a casa, yo tenía 19 años y el 26 años. La ceremonia se apuró un poco, porque mi suegra quería quedar sola con el otro hijo, que debía hacer el servicio militar, y gracias a esto como era viuda él sería el único sostén familiar, exceptuándolo. Fue una fiesta sencilla, donde comimos garbanzos.
Fuimos a vivir a un cortijo (casa rural) de una tía soltera. Con el tiempo, y ante la necesidad de mejorar económicamente mi esposo decide escribirles una carta a unos parientes que tenía en Argentina para que lo pidieran, y así poder viajar en busca de trabajo. En aquellos años se decía que en la Argentina había muy buenas posibilidades de trabajo, y uno lo que quería era progresar. Yo quedé en España con mi primera hija Trinidad de once meses,  y José Antonio viajó.
Llegó a la provincia de  Córdoba, a trabajar en un tambo,  pero lo único que había ordeñado hasta ese momento  era una cabra, no estaba acostumbrado a ordeñar vacas.
Siempre estuvo con sus hermanos  y su madre que era viuda en la casa. Nunca había trabajado de peón, salvo cuando limpiaban la acequia.
 Después se fue a Comodoro Rivadavia, donde comenzó a trabajar en el petróleo, pero allí se encontró con un pariente que le comentó que en el valle se podía ganar muy bien con las cosechas, en pocos años.
Lamentablemente cuando llegó a la chacra, lo primero que pasó  fue una terrible helada que le hizo perder toda la cosecha.
Sufrió mucho en aquellos años. Su idea era juntar dinero,  para poder volver a España pero nunca lo logró. Era trabajador y cumplidor pero como no podía progresar decidió que yo me viniera también al Sur.
SU LLEGADA AL SUR Y EL COMIENZO DE UNA NUEVA VIDA 
Hasta los 25 años estuve en España, mi marido vino tres años antes que yo a la Argentina.
Viajé en un barco de carga y pasajeros, Trini era chiquita y  recorría todo. Cuando llegué, mi primer desengaño, fue al ver en Río de Janeiro, la gente de color; me dio miedo, porque nunca los había visto y no sabía que podía esperar.
Desembarcamos en Buenos Aires, justo  un 31 de diciembre, cuando escuche los cohetes que tiraban festejando la llegada del nuevo año, me asusté mucho, creí que acá también estaban en guerra. Desde allí viajamos hasta San Antonio en colectivo; ni hablar de los caminos de tierra que había en aquellos años.
Vinimos a vivir  a la chacra de un checoslovaco, el señor José Lunai, en un ranchito con piso de tierra. Como tenía conocimientos de los trabajos rurales, ayudaba a mi esposo. 
Durante los primeros años, se hacía la matanza (tradición que se realizaba en España), para la posterior fabricación de  jamones, morcillas, quesos de cerdo, etc. 
Con el tiempo nos fuimos a Bryn Crwn, una chacra propiedad del señor Malerba, allí mi hija comenzó el primer grado y  nació mi segundo hijo, Antonio, la partera fue la señora de Thomas.
Cosechábamos tomates y distinta clase de verdura, llevábamos  la mercadería con un carro  hasta la media estación donde pasaba el tren. A veces lo esperábamos durante horas y los tomates  se nos echaban a perder. Tambien hacía salsa y  dulces.  

 

LOS ULTIMOS AÑOS DE TRABAJO EN LA CHACRA Y LA NUEVA ETAPA ACOMPAÑANDO A SUS NIETOS   
Con los años pudimos comprar una chacra en la zona de Bryn Gwyn, Trinidad comenzó a estudiar en el Colegio María Auxiliadora de Rawson y Antonio en una Escuela Técnica en Viedma.
Nos quedamos solos, trabajábamos todo el día y cuidábamos la platita. Recuerdo que compramos un camioncito, a  mi esposo le enseñó a manejar el señor Barragán. Ahora nos reímos, por que recuerdo que había que darle manija para arrancar. José Antonio le daba manija y corría para subir pensando que el camión se movería. Se iba mejorando de a poco pero a fuerza de economizar, y siempre tuvimos la idea de volvernos a España.   
Cuando mi esposo se enfermó nos vinimos  a vivir al pueblo, con Trinidad, que ya había tenido su primer hijo. Cuidé a José Antonio durante cinco años hasta que falleció.  
Pero todo mi sufrimiento lo he recompensado con mis hijos y mis nietos Marcelo, Marianela, Analía, Pablo, Maximiliano y Facundo, y mis bisnietas Guadalupe, Penélope y Juana.

 

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