Regionales

Los olvidados... que hoy se acuerdan

Por Enrique Alejandro Korn

Los olvidados que menciona el título, somos los patagónicos. Esa clase de gente especial que  todavía vive mansamente  en el abandonado patio trasero de la Argentina. Los que, mas allá de la desidia perenne de la Nación Argentina, seguimos en el duro esfuerzo diario de perseverar en este lugar, tratando de hacer de estas tierras un lugar mejor para vivir.

 

Pero, en verdad, a los olvidados cada vez nos cuesta más esfuerzo y  mayor intensidad.  A las mayores exigencias, ya se las enfrenta con mucho cansancio y con menos ganas...  Y todo esto ocurre dentro de una inexplicable carencia de ideas para desarrollar la región, donde la ley y el orden son los presupuestos básicos a tener en cuenta.

 

Solo miremos unos años para atrás en nuestra breve historia:  el progreso, y nuestro real desarrollo concreto, se inició cuando en la última época del gobierno de Perón, en el año 1954, éste advirtió la importancia geopolítica de la Patagonia, uno de los escasos espacios vacíos del mundo, (hoy no ha cambiado casi nada) con enormes recursos inexplotados. Y fue el gobierno peronista quien aplicó la herramienta política adecuada para un desarrollo vigoroso, generando las condiciones necesarias para motivar la radicación de personas, familias e industrias: se creó el llamado «Paralelo 42» que mucha gente recuerda con añoranza.  Un marco legal preciso, que significó en síntesis, que al sur de esta línea de base geodésica, el Estado Nacional no cobraría ningún tributo a cualquier mercadería, maquinaria  o industria que se introdujera  en beneficio de sus habitantes y de quienes se radicaran a vivir aquí.

 

De ese modo ingresaron todo tipo de vehículos (me acuerdo la llegada de utilitarios,  las famosas «courrier» Ford) y toda otra clase de cosas, desde ropa y calzado adecuada al frío de la zona, y enseres de toda clase para el hogar, a maquinaria de todo tipo que en poco tiempo dieron inicio a la instalación de industrias fabriles de hilados y tejidos modernos generando buenos empleos, y trabajo genuino. Una política nacional de desarrollo concreta, que transformó a los pueblos del territorio del Chubut en palancas de progreso, innovación y crecimiento nunca visto antes. Y nunca repetido.

 

Duró poco, pero la semilla mental había germinado: expulsado Perón del gobierno y luego de la asunción de Arturo Frondizi en 1958, éste continuó con la misma visión conceptual, dando nuevo impulso a esta política: así se instalaron fábricas modernas que cubrían las necesidades del resto de los habitantes de la Argentina, quienes -desde que recuerdo- se quejaban por resultar estas mercaderías algo mas caras que en los lugares de producción, y los siempre presentes grupos de interés y de presión de Buenos Aires que alegaban una inexistente discriminación, fueron los que iniciaron una reacción obstructiva que de modo permanente obstaculizó el desarrollo patagónico recién iniciado, presentándolo como si los escasísimos habitantes de este inmenso territorio de casi un millón de kilómetros cuadrados, fuera un grupo de privilegiados que medraban y se enriquecían  de modo ilegítimo, a costa del resto de los habitantes de la gran ubre portuaria bonaerense.

 

La actitud egoísta de los porteños traducida en incontables recursos y añagazas legales de todo tipo  -pero con el mismo objetivo-  lograron su propósito: los beneficios del «paralelo 42» se fueron cerrando, acotando y las industrias nacidas a su amparo enfermaron de inanición y fueron disminuyendo su producción, y cerrandose las fábricas.

 

Los así supuestos intereses de millones de personas a quienes agraviaban siete u ocho fábricas y pocas  industrias localizadas en lugares a donde nadie del norte  quería ir a vivir, que reunían a grupos de trabajo que nunca alcanzaron a exceder en conjunto de dos mil obreros calificados, fueron los que retrotrajeron la Patagonia a su estado cuasi originario de desertización, falta de trabajo, hambre y necesidades insatisfechas.
A la mercadería que inicialmente ingresaba sin impuestos, paulatinamente se la fue gravando cada vez mas onerosamente. Igualmente con los repuestos de las máquinas, lo que,  naturalmente, incrementaba el costo de los productos.

 

La administración pública de la Nación Argentina se encargó de complicar a niveles terroríficos, la aplicación de las leyes que ella misma sancionara para el objetivo político de desarrollar la Patagonia. Curiosamente, sus leyes no fueron derogadas por otras leyes, sino por el conocido método argentino, consistente en no cumplir con sus propias leyes  y no resolver las cuestiones planteadas, solo por existir defectos procedimentales. 

 

Así ocurrió: vía decretos del Poder Ejecutivo se alteraron las políticas de Estado fijadas en las leyes, y se modificaron las tuiciones establecidas  por el simple hecho de  no hacer caso de las mandas legales... una muy vieja costumbre venida de las Leyes de Indias, donde una de ellas establecía que «La ley se acata, pero no se cumple», que  -sea que nos guste o nó- es una de las pautas de comportamiento propiamente argentina con la que seguimos viviendo, y pagando el costo de su contradicción.

 

No recuerdo a ningún político patagónico que se inquietara en investigar si alguna de las leyes que sustentaron el chispazo de desarrollo patagónico fue derogada, o todavía se encuentra vigente. Es verdad que la costumbre deroga la ley, pero uno se siente poco menos que violado cuando solamente un invocado bienestar de mucha gente, produce injustamente el empobrecimiento y ruina de muy pocos.
 Todo lo que se producía en la Patagonia era mucho mas barato que aquellas  mismas cosas que se adquirían importándolas directamente del extranjero  a Buenos Aires.  Pero se decidió seguir comprando al extranjero pagando altos impuestos, que beneficiar  -con parte de estos- a la gente que vivía muy lejos, en el frío sur, en la ventosa y desolada Patagonia.

 

Nuestros representantes en el  Congreso de la Nación se olvidaron, o no supieron defender nuestros intereses de mandantes... tal vez fueran las luces citadinas y el encanto de la gran ciudad. Pero nadie más, nunca más,  planteó al Gobierno Nacional que vivir en la Patagonia sigue siendo hoy mucho más caro que hacerlo en el norte; que aquí los costos fiscales y de vida son muy superiores a todos los del resto del país, porque en esta inmensa soledad todo es mucho más difícil, porque  -en definitiva- seguimos viviendo todos lejos de todos y estando solos casi los mismos.

 

¿Ejemplos?  Hay muchos, pero referiré solo dos.  Cada vez que algún Gobierno Nacional pretendió apiadarse de nuestro estado, y nos «concedió» una tarifa preferencial del precio de la nafta, ese beneficio  -igual que el «paralelo 42»-  sufrió idéntico proceso de degradación: se fue estrechando cada vez más, haciéndose cada vez menor el beneficio hasta tornarlo cuasi inexistente. Pero en la Patagonia seguimos pagando impuestos que van a los subterráneos y autopistas de Buenos Aires... Que se sepa, no hay una imposición específica para  -digamos-  mantener la Ruta Nacional 25 (Trelew/Madryn a Esquel) casi intransitable desde hace varios años...

 

Otro. La Nación Argentina se llevó  el petróleo de Comodoro Rivadavia desde hace mas de cien años, y se lo sigue llevando. Solo dejó un campamento mas grande que el original, que creció sin planificación alguna, como pudo. Y que cuando la pasada tormenta destrozó la ciudad, llevándose bienes, vehículos  y casas al mar, solo atinó a dar paliativos vergonzosos a la gente que se quedó con casas inundadas de barro, partidas, rotas, sin servicios, sin salud y seguridad. Claro, es que la Nación no tenía presupuesto ni medios de financiación adecuados para afrontar estas emergencias. Dudo que esto fuera verdad.

 

Por todas estas mínimas razones, ahora que nos vá a visitar el actual Presidente de la Nación, me siento en la necesidad de decirle por este medio, que en casi un millón de kilómetros cuadrados vivimos bastante mal, menos de ochocientos mil personas;  que tenemos necesidad  -y podemos hacerlo- de trabajar en nuestros recursos propios;  y que estamos cansados de pagar como si fuéramos privilegiados, como aquellos muchos más, que están cerca del poder. Que queremos vivir con lo nuestro, pero con las herramientas de la modernidad y sin tener que dejar jirones de vida para adquirirlas. Me siento en la necesidad de recordar que no hace mucho en la ciudad de Viedma, el señor Presidente se comprometió a dar a los patagónicos todo lo necesario para progresar,... dejándo de ser el «patio trasero» de la Argentina, en una nueva expresión de solo buenas intenciones...

 

Me siento forzado a decirle que sus palabras otra vez han pasado al olvido, que la necesidad de acciones concretas han caído en saco roto y no se han llevado a cabo, y que cada vez estamos peor en esta querida Patagonia, y seguimos escuchando promesas y promesas vacías...
Señor Presidente, ¿Porqué no pone en vigencia nuevamente el marco legal de quita de  impuesto a todo lo que vaya a ser consumido o instalado al sur del paralelo 42...?

 

Está la necesidad, están las leyes y está la experiencia vigente. ¿Qué más?
Nosotros nos acordamos que  fue solamente con esa medida pudimos progresar. Estoy seguro que a todos nos gustaría y querríamos probar de nuevo, dejando de ser ciudadanos engañados de este país que olvida las leyes que dicta para beneficiarnos.
Seguimos siendo una ínfima minoría de gente, dentro de un enorme espacio vacío, cosa que en sí misma no es buena.

 

¿Quiere Vd. que la Patagonia y su gente progresen...?
Imponga un nuevo Paralelo 42 y verá la inmediata transformación que ocurre.
Verá cómo se liberan  fuerzas productivas no imaginadas, y se ponen en marcha mil ideas aún no concebidas, tal como ya ocurrió antes.
Piense en esto, y hágalo: la peor idea es aquella que no se trata de poner en marcha.

 

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