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Es tan creíble el peronismo de Cristina como lo sería el Gordo Valor con sotana

«Hasta la hacienda baguala baja el jaguel con la seca», decía Martín Fierro. Esa certera observación gauchesca, bien podría aplicarse por analogía a la sorpresiva actitud política asumida últimamente por Cristina Fernández de Kirchner que muy suelta de cuerpo y sin temor que le crezca la nariz, declaró que no era kirchnerista sino peronista.

Y en el acto celebrado en la cancha de Racing de Avellaneda, fue más lejos aún y tuvo la osadía de asegurar que si Evita viviera, el domingo votaría por ella. Semejante disparate fue comentado en todos los tonos y mereció el repudio, especialmente de las mujeres en cuyos corazones el recuerdo de quien era considerada «la abanderada de los humildes» se mantiene inalterable. Similar ha sido la reacción de buena parte de su dirigencia, donde no ha faltado quien tomara en sol-fa esa insólita afirmación y asegurara que el peronismo de la ex mandataria tiene la misma credibilidad que tendría el Gordo Valor con sotana.
Sin duda alguna que a los peronistas les sobran razones para no creerle.

 

Fueron olímpicamente ignorados durante los ocho años que ejerció el gobierno de la Nación. Como también lo fueron en los cuatro anteriores de su difunto esposo. Jamás fueron consultados ni tenidos en cuenta en el momento de elegir candidatos para ocupar los más importantes cargos públicos. Y los pocos peronistas que integraron sus gobiernos parecían obligados a negar sus orígenes y a mantener con el partido que los había instalado en la Casa Rosada, la misma equidistancia que ellos. En los discursos oficiales, Perón y Evita aparecían solamente en vísperas electorales. Los había reemplazado Héctor Cámpora, a quien el carismático caudillo militar había condenado al ostrascismo cuando descubrió que su honestidad estaba en duda. Quzás que esa prevalencia por lo prohibido fue lo que sedujo al matrimonio santacruceño para convertirlo en figura emblemática de ese enorme movimiento popular, de cuyo nacimiento el martes pasado se cumplieron setenta y dos años.
Ahora parece que ha tomado conciencia que hasta quienes fueron sus aliados en tiempos de bonanza, la consideran una mochila de plomo, y como esos clásicos personajes del tanto, que viejos y vencidos vuelven arrepentidos al barrio donde nacieron, busca el abrazo fraterno de un peronismo que no parece dispuesto a perdonarle su ingratitud.

 

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