Regionales

Un sabor amargo ha dejado la campaña electoral

En el marco de similar mediocridad a las anteriores se ha realizado las elecciones primarias y los candidatos del oficialismo y de la oposición ya han empezado a recorrer de nuevo la provincia, con nuevos bríos y la renovada esperanza que los ciudadanos les den los votos necesarios para ocupar las anheladas bancas a diputados nacionales que estarán en juego el 22 de octubre próximo.

Solamente Mariano Arcioni, por el oficialismo y por la oposición, Gustavo Menna y Ricardo Fueyo, tendrán ese privilegio. Fueron muchos los que sonaron con esas bancas. La mayoría de ellos, sin otros méritos que la audacia. Por supuesto que sabían que ni Cooperfield podría hacer el milagro, pero si sabían que si obtenían un buen resultado, podrían participar en la subasta al mejor postor de los votos logrados. Algo que, como se recordará, fue pionero el Intendente Municipal de esta ciudad, que luego de un prolongado coqueteo con otros se inclinó por el partido fundado y liderado por el Gobernador.

 

Ahora, el madrugador ha sido Miguel «Coné» Díaz, que ni bien se terminaron de contar los votos y cuando aún no estaban cerradas y selladas las urnas, en un vuelo sin escalas aterrizó en la Casa de Gobierno para ofrecer su «cosecha», que estuvo lejos de ser la que esperaba, al mandatario provincial y la promesa de que trabajaría en apoyo del candidato oficialista. Decíamos en una nota anterior, en base a experiencias anteriores, que ese ofrecimiento tendría como objetivo la designación en algún cargo público, o ser tenido en cuenta cuando se confeccione las listas para las elecciones del 2019. No nos equivocamos. Se ha anunciado que en breve será nombrado. Seguramente, habrá pensado «que más vale pájaro en mano que cien volando», y ha aceptado. De manera que su discurso a favor de la explotación minera, sea reemplazado por el del gobernador que está decididamente en contra.

 

En lo que respecta a la campaña electoral, no hay duda alguna que fue de una mediocridad alarmante y todo hace suponer, que la que ya se ha iniciado, será peor. El pueblo, por distintos medios ha expresado su hartazgo, diríamos repugnancia, por la agresividad de los discursos de la mayoría de los dirigentes y candidatos. Y es posible que ese hartazgo se refleje en las urnas. El malestar popular es muy grande. La destrucción del adversario parece ser una consigna insoslayable. Y eso ha predominado en el oficialismo y sus primos hermanos enrolados en el Frente para la Victoria. Para ese cometido se ha apelado a un lenguaje y gestos de una procacidad alarmante. El adversario es un enemigo al que hay que incinerar.
Evidentemente, hay un antes y un después en la política provincial. Como también ocurre en todo el país, donde la mediocridad le ha sacado varios cuerpos de ventaja a la cultura, como diría un burrero.

 

Lejos, muy lejos, han quedado aquellos tiempos en los que los centros políticos eran escuelas de civismo y los dirigentes, tanto en las tribunas públicas como en las Legislaturas, ponían énfasis en la defensa de sus ideales y se trenzaban con vehemencia en defensa de sus proyectos. Pero, terminados los debates, era frecuente verlos charlando en una esquina o sentados en un café charlando, sin custodios y sin autos de alta gama en la puerta, como ocurre actualmente. En esas épocas, quienes llegaban ricos a la función pública, generalmente salían menos ricos. Y quienes llegaban pobres, seguían siendo pobres. Otros tiempos, sin duda alguna. De difícil retorno, pero no hay que perder la esperanza. Lo que nos está ocurriendo es muy grave. La crisis económica es realmente preocupante, pero lo más preocupante es la crisis moral en la que estamos inmersos.

 

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