Regionales

El día que el Presidente lloró

La emoción demostrada en forma abierta, exteriorizada por la existencia de lágrimas en los ojos de un presidente, creo que representó la expresión de la mayoría de los argentinos de buena voluntad.

Frente al grupo de dirigentes y máximas autoridades de los países más poderosos de la tierra, reunidos en nuestro gran Teatro Colón, significar en un evento artístico de luces, colores, paisajes, pero fundamentalmente en personas que podían gritar nuestra condición nacional, de argentinos, impregnaba de un fuerte sentido espiritual que, seguramente, muy pocos podían retener sin emocionarse. La admiración y el beneplácito del observador extranjero estaba muy lejos de nuestro sentir nacional. Es que si dejamos de lado la emoción y nos distribuimos racionalmente en nuestro hábitat geográfico territorial no sólo podemos sentir su entramado, que lo ilumina, sino también la angustia. Es que saber por nuestra historia, de las últimas décadas, que hemos hecho tan poco para generar las condiciones de vida que satisfagan a la población, que sabe o intuye que podría estar sentada entre aquellos que responden a los requerimientos del mundo actual, duele. Tener pobreza con tanta riqueza y con la capacidad de su creación en abundancia es un cachetazo para nosotros mismos.  
Es probable que esta visión del conjunto sea un ejemplo de lo que nos pasa. Es que la compleja realidad de hoy está signada por el interés del sector o de los sectores. De ningún modo de un interés nacional que nos proyecte al mundo, sino de la satisfacción particular sectaria en todos los ámbitos, empresarial, sindical, medios de comunicación que contribuyen consciente o inconscientemente a la imposibilidad de unidad de clases y sectores sociales. Empezando por la política, hasta la expresión más popular que nos anima que puede ser un deporte como el fútbol, con los bochornosos espectáculos que ha dado en los últimos tiempos y que seguramente también tenga que ver con la primera.
Pero la Argentina se ha mostrado al mundo en esta reunión del G20 creo que sin hipocresía. Ha mostrado lo que tiene, aún con sus mezquindades, pero también en lo que puede llegar a ser, si se generan las inversiones que seguramente, en un puente de ida y vuelta, podrá relativizar la grieta y culturalmente avanzar hacia nuevos horizontes. De generarse el desarrollo económico sostenido, como consecuencia de una mayor productividad del sistema, en los cambios progresivamente que se produzcan en la estructura productiva de bienes y servicios, con la aplicación de la inversión en sectores básicos como la energía e hidrocarburos, seguramente se producirá la distribución del empleo y el desarrollo científico y tecnológico propio que nos habilite para ser mejores. Este desarrollo debería englobar no sólo la diversidad en la actividad productiva, que considero mejoraría el nivel y calidad de vida de la población, sino la posibilidad de acceder al mismo con el consiguiente efecto de una progresiva distribución del ingreso tanto en los sectores activos como pasivos. La forma de eliminar la pobreza requiere de un esfuerzo en todos los ámbitos que, aplicado racionalmente, elimine los intereses alimentados artificialmente para que nada cambie. Que la dignidad de la persona se imponga sobre el discurso clientelista para que vea satisfecha sus necesidades y le ofrezca una movilidad social que amplíe sus fronteras para su realización integral en el uso de su libertad y en base a sus talentos. Ello depende de cómo se aprecie la actividad política y la obtención del poder, como se ha efectuado en el pasado y tanto daño nos ha hecho.
Esta oportunidad Argentina la tiene. Depende de nosotros, desde el lugar que ocupemos para poder aprovecharla. No obstante creo que existe una deuda que debe ser saldada por aquella clase política que, de mirarse sólo para adentro, observe al conjunto de la sociedad. Hoy en lugar de recordar un pacto como el de la Moncloa de España del año 1977, luego de la muerte del dictador fruto de la guerra civil, tenemos que colaborar cotidianamente no solo para resolver los problemas de coyuntura sino los estructurales que tiene nuestro sistema. Si no supimos darle el valor que tenía en la década del 80 los consensos logrados dentro del seno de la multipartidaria es necesario reconocer que los problemas son otros.
 Poner de pie al país implica no solo conocer el diagnóstico sino tener la fortaleza para que se lleven adelante los programas con un sentido nacional y que se proyecte al mundo en la utilización plena de nuestros recursos. 

 

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