Regionales

El radicalismo está en medio del río y debe seguir nadando

Sin duda alguna que hacía años que el radicalismo chubutense estaba en terapia intensiva.

Como consecuencia de disputas internas de sus principales dirigentes, había descendido aceleradamente en la consideración popular. Se daba el insólito caso que, en las elecciones que participó, sacaba menos votos que afiliados tenía. Su futuro era realmente incierto. Esa, indiscutiblemente, era su situación cuando la estrella de Mauricio Macri aparecía en el panorama político nacional como resultado natural de una progresista gestión frente al gobierno de la Capital Federal. Pero para que ese brillo se expandiera sobre todo el territorio del país, necesitaba el aporte de otro partido con la estructura necesaria para lanzarse a la conquista de la Casa Rosada, de la que Cristina Fernández de Kirchner se creía dueña.
Fue, entonces, que el ingeniero oriundo de Tandil invitó a participar en esa difícil empresa, en la que muy pocos creían, al radicalismo que, ni lerdo ni perezoso, aceptó rápidamente el convite. Vio que enancándose con el macrismo podría salir del oscuro túnel en el que estaba. Los viejos radicales, por lo menos la mayoría de ellos, los que aún sostienen aquello «de que se rompa pero que no se doble», pusieron el grito en el cielo. Consideraban una herejía inconcebible aliarse al liberalismo cuando tradicionalmente habían transitado por caminos distintos.
En nuestra provincia fue protagonista importante de esa alianza, el ex senador nacional radical Mario Cimadevilla. No le resultaba fácil convencer a sus correligionarios que era necesaria esa unión porque era la única posibilidad de recuperar la República que el matrimonio santacruceño, además de haber instalado una corrupción como jamás se conoció, había puesto al país en el mismo camino de Venezuela. Finalmente logró su objetivo y el radicalismo hacía la mejor elección de los últimos años y ponía en la Cámara de Diputados de la Nación a su candidato, Gustavo Menna.
Pero en política, como en todo matrimonio donde el amor es reemplazado por intereses particulares, no tardan en aflorar las discrepancias. Y así ocurrió en Cambiemos ni bien se hizo cargo del gobierno de la República. Los radicales se creían con derecho a tener un papel importante en el mismo, por haberle dado el apoyo que necesitaba. Pero no fue así. Y si analizamos objetivamente la realidad, no debería extrañar que la actitud de Macri fuera esa. El proyecto de gobierno era suyo. Respondía a conceptos políticos y económicos apuestos a los que tradicionalmente sostuvo el viejo partido yrigoyenista. De manera que se suponía que se rodearía de hombres y mujeres que coincidirían con su pensamiento que nada tiene que ver con lo «nacional y popular» que, desde tiempos inmemoriales, ha sido la deshilachada bandera de gobiernos que cuando dieron un paso hacia adelante, dieron dos para atrás. De ahí, entonces, que no debería sorprender que hayan muy pocos radicales en la Casa Rosada.
Cuando Cimadevilla apareció en el Chubut anunciando esa alianza, dijimos en una nota publicada en este matutino que difícilmente la hubiera aprobado Alfonsín. Y decíamos también que el radicalismo se jugaba una carta breve que ponía en riesgo su futuro. Lo ponía en riesgo por la simple deducción que si Cambiemos triunfaba lo eclipsaría. Y si fracasaba lo arrastraría en su caída. Y de esa caída al ocaso definitivo el paso era muy corto. Hoy está en esa encrucijada. Está en medio del río y está obligado a seguir nadando. No le queda otra. No se le niega el derecho y las razones tiene para hacerle al gobierno nacional las críticas que consideran necesarias, pero deben hacerse en el ámbito adecuado y sin motivaciones de resentimientos o enconos personales.
 El radicalismo chubutense ha recuperado un importante espacio en la consideración popular, atribuido justificadamente en la figura de su diputado nacional, Gustavo Menna, quien aparece como número puesto para la candidatura al gobierno provincial en el próximo período, pero no ayudará a consolidarla quienes priorizan cuestiones personales que aplauden los adversarios, pero que, sin duda alguna, afectan a un partido que ha empezado el difícil camino de recuperarse de un prolongado estancamiento.
 

 

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