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Debieron pensar antes que no es un liceo de señoritas

Sin duda alguna que quienes teniendo un elevado nivel cultural, como seguramente lo tienen todos, familiares, allegados, funcionarios, profesionales y empresarios vinculados con los gobiernos que conducía Mario Das Neves hasta su fallecimiento, que ahora están presos, debieran saber que las cárceles no son liceos de señoritas sino instituciones de castigos de delincuentes.

De manera que no conmueven a nadie llorando como mujeres cuado actuaron como seres desalmados cuando gozaban, como un organismo, viendo pasar en raudo vuelo por las máquinas de contar los billetes que alegremente les robaban al pueblo e iban a parar a sus bolsillos. Ahora están angustiados, y posiblemente muchos, si les queda algo de conciencia, vivirán torturantes horas pensando en el mal tremendo que también le han hecho a su familia, que es la que realmente vive prisionera del generado repudio popular. Excepto las que fueron sus cómplices, recorrieron buena parte del mundo y se broncearon en sus mejores playas. Ahora el sol será contemplado a través de las rejas, de los reducidos recreos, o cuando esposados concurren a las nada amables invitaciones de severos fiscales que han tenido la encomiable decisión de poner de pie a la Justicia chubutense, que durante mucho tiempo era seriamente cuestionada. Esa gente que le quitaba el pan a los comedores escolares, que le robaron a los jubilados, a los empleados públicos, que destrozaron escuelas, hospitales y muchos servicios estatales, son tan delincuentes como cualquiera que elige ese camino y, en consecuencia, son pasibles de idénticos castigos. El Código Penal no hace distingos. Excepto los atenuantes que establece son los casos de quienes han robado en un estado de necesidad debidamente probado. Pero éstos que están presos y los que por idénticas razones estarían en vias de serlo, no lo han hecho por un estado de necesidad. Lo han hecho por voracidad. No les importaba el daño que estaban cometiendo a esa misma gente que con una inocencia propia de Caperucita Roja, los instalaba en el poder. Pero la fiesta ha terminado. Al menos esa es la esperanza del pueblo. Ahora, soporten los reproches de su conciencia cuando vean a sus seres queridos con los pechos apretados contra las frías rejas para darles un beso, previo al obligado y necesario paso por una humillante requisa.

 

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