Carta del Lector

Cuidadores en contraste

Sr. Director
El otro día fui al Banco Nación de la calle Hipólito Yrigoyen. Ya en la fila del trámite de la supervivencia, voy por mi madre cada tres meses, pude observar a los ancianos, solos o acompañados, uno detrás de otro, parados, esperando pacientemente.

por REDACCIÓN CHUBUT 15/12/2019 - 00.00.hs


En esos momentos pienso en cómo el sistema los castiga. Me pongo a charlar con la gente y voy confirmando que todos opinamos lo mismo pero nada cambia.
Una funcionaria del Banco pide silencio y les cuenta a los ancianos, parados y a otros que están sentados, por qué no deben hacer caso a las llamadas telefónicas que intentan estafarlos. Todos asienten con la cabeza, algunos sonríen, otros muestran preocupación.
Se ven muchos en sillas de ruedas, otros con bastón o andador, algunos con cuidadores o con sus hijos o familiares.
La cola se hace larga, pasa media hora o más... Hay dos empleados que atienden a los pacientes ancianos, pero el tiempo se hace largo y tedioso.
Una señora es tutora de un discapacitado y nos cuenta los trámites que debe realizar una vez por mes para cobrar la pensión. Un señor con una anciana del brazo nos comparte la enfermedad de su madre, ella tiene cabello blanco y lacio y usa vincha, es delgada y tiene una cara angelical de personaje de cuento infantil, tiene deterioro cognitivo. Sonríe como respuesta a mi mirada.

En el momento en que nos toca pasar se acerca una pareja joven y se nos adelanta: él alto y delgado con una gorrita roja y una remera negra con dibujos alusivos a la serie La casa de papel, ella con paquetes de comida y una gaseosa, detrás un joven policía armado.
Nos miramos con el señor que llevaba a su madre, me dice ¡Este es el país que tenemos! Al ver las esposas que usaba el muchacho y el policía sacándoselas para que pudiera hacer un trámite a centímetros nuestro... miré el arma.
El policía tenía chaleco y una leyenda en la espalda que ya no recuerdo. La joven que acompañaba al supuesto preso, o arrestado, manipulaba bolsos de papel y conversaba con gestos de cariño. «¡Deme los movimientos de la cuenta y el CBU!», le dijo en voz alta al empleado del banco, que obedecía sin inmutarse.
Yo pensaba a gritos: ¡La anciana tenía prioridad! mientras calculaba las distancias que nos separaban del ahora desposado, su pareja y el arma del cuidador. Miré a la anciana de cara angelical que sonreía sin darse cuenta de nada. No olvidaré su rostro, fue mi refugio por unos segundos.
No pensé en irme, ni en hablar, empecé a llorar como una niña. Y mis ojos hacían señas al empleado del banco que me tenía que atender, pero no me veía.
Esta postal urbana de principios de siglo, de una ciudad del interior de Argentina, no pretende que empecemos a hablar mal de los políticos. Muchas veces el verdadero poder está en esa franja intermedia que subsiste al paso de los partidos y que nos afecta directamente con una burocracia excesiva y una ineficacia feroz.
Solo quiero pedir a las cúpulas de las instituciones, de los Bancos, de la Policía y de la Justicia que piensen en la gente, que la protejan, que la consideren. Y también siento la realidad de los presos y de sus familiares porque la exposición que sufrieron «ellos» y «nosotros» no tiene una explicación racional.
Hasta podríamos dar ideas de cómo hacer las cosas bien: en otro horario, en una oficina privada, con resguardo de ambas partes. Me refiero a los privados de su libertad.
Y con respecto a los trámites de «Supervivencia», bastaría con conectar por Internet la base de datos de las defunciones con los bancos. Y mantenerla actualizada día por día.
Cuando salí a la calle había sol, levanté mis brazos y sentí que estaba a salvo, caminé lentamente hasta mi casa agradeciendo a la vida y preguntándome si el policía estaría preparado ante el posible intento de huida del desposado.

 

Susana Arcilla
 

 

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