Regionales

La decadencia

Si observamos el mundo, el país, la provincia y la ciudad creo que muchos coincidiremos que han ocurrido situaciones muy graves. En el plano internacional retornamos prácticamente a lo que fue la guerra fría, donde espías rusos y norteamericanos se disputaban la información. Hoy se están disputando Ucrania.

En el país, prácticamente no sabemos que es lo que se está negociando con el FMI o si realmente existe esa negociación. Demás está decir que tenemos larga historia en materia de deudas y que no es monopolio de un gobierno. Todavía en el espacio deben estar esos aplausos del Congreso de la Nación, cuando decidimos, de pie, a través de nuestros representantes, no pagar. Así nos fue. En la Provincia creo que del tema no se habla por vergüenza colectiva. Sin entrar en un debate serio y profundo hemos observado los incendios, provocados por inadaptados, en edificios públicos y en este medio de comunicación donde, sin lugar a dudas, podemos calificar las conductas penalmente como delitos contra la seguridad pública, más allá del daño. También en este ámbito provincial nos hemos dicho tibiamente lo que era evidente, público y notorio, sin que se determinara a los responsables, particulares y funcionarios, en el manejo del río Chubut. Cualquiera que pretenda descubrir hoy los diques río arriba pretende tomarnos a la población por estúpidos. Antes de seguir, ¿es muy fuerte el título? Porque de cada cosa que he mencionado podríamos explayarnos largamente. 

 

Ahora me quiero referir a la ciudad de Trelew. En principio muchos ya creen que vamos a terminar como Sierra Grande, en aquella época que se tenía que pasar y seguir de largo por la inexistencia de aspectos atractivos. Me parece que un poco de razón tienen porque cualquiera que transite por distintas ciudades argentinas, aún de la provincia, podrá notar, en la comparación, el abandono y la falta de creatividad que existe en una ciudad que supo llamarse la más progresista del sur argentino. Durante el día pueden observarse sus calles destrozadas, y en las que se hacen trabajos con la falta de señalización, su falta de limpieza, sus ingresos abandonados. A la noche su oscuridad, su falta de seguridad, sus luces mortesinas, donde existe alumbrado público, sus edificios públicos sin iluminación y en síntesis su aspecto de ciudad fantasma. Su única esperanza es la administración pública con sus sueldos cubriendo las necesidades de la gente sin que se aliente la inversión privada generadora de empleo. Sin producción se pone en duda la poca actividad de un valle que debiera tener puesta toda la atención, por ser prácticamente el último del país y el proveedor de alimentos para todo el sur. La única actividad creativa parecería que es la de cambiar de nombre a una calle. Realmente estamos demostrando nuestra pobreza y perdiendo oportunidades, aún en una situación económica difícil para todo el país. Un solo ejemplo nos puede ilustrar. Frente a la sequía generalizada dos días de lluvia incorporan inconvenientes de antigua data. La inexistencia de reservas de agua, prometidas y no cumplidas, denotan no sólo la falta de inversión sino la inexistencia de planes y programas. Con un sistema cloacal colapsado, con material obsoleto y una super estructura, también se demuestra de qué forma se encuentra la ciudad, cuyos habitantes abonamos servicios que no se prestan. ¿Estamos dispuestos a seguir así? Yo creo que no. Que desde una perspectiva de cambio deberíamos, sólo como habitantes, y no desde un punto de vista político o ideológico, mejorar. Para eso están las estructuras intermedias, los colegios profesionales y las distintas cámaras y asociaciones vecinales. El referéndum no debería ser por una calle. Debería ser para mejorar una ciudad.     
 

 

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