Regionales

Basura nuclear, nefasta herencia (III)

En notas anteriores decíamos que los combustibles gastados de las centrales nucleares del mundo entero, no tenían destino definitivo aún. Y vimos qué pasa en el primer país del productor de energía nuclear del mundo, Estados Unidos. Veamos la situación del segundo, Francia.  

Según afirma la agencia francesa de gestión de los residuos nucleares, en sus últimas cifras de 2018, existen 70 sitios de almacenamiento de desechos y materiales radiactivos militares, esparcidos por su territorio y tiene desechos nucleares, de distintos orígenes, en su gran mayoría de baja y media radiactividad, en cerca de 1.000 ubicaciones en todo el país. Naturalmente, este es un gran problema para Francia.

 

         Considerado líder mundial en tecnología, Francia cuenta con 58 reactores nucleares productores de alrededor del 75% de su electricidad. Es el país que más depende de la energía nuclear, pero sus reactores están envejeciendo y los de última generación llevan años de retraso. Este es otro grave problema para Francia.

 

         La mayor parte de su combustible nuclear gastado se reprocesa, para extraer uranio y plutonio útiles y concentrar desechos. Aunque estos desechos concentrados, comprenden solo el 0,2% de los desechos nucleares de Francia, representan el 95% de la radiactividad total.  

 

         Francia produce entre 12.000 m³ y 15.000 m³ de residuos radioactivos al año, incluyendo los de baja intensidad y vida corta y los residuos más tóxicos de larga duración.

 

         Para los de alta, generados en los 43 años de producción de energía nuclear, no tiene aún construido un Almacén Geológico Profundo. Por el momento la mayoría de esos residuos se encuentran depositados en el centro de almacenamiento y reprocesado de la Manche, en La Hague, vitrificados en contenedores.  

 

         En 1998, la localidad de Bure, en la región de Lorena, departamento de Mosa, fue elegida para acoger el centro de almacenamiento geológico (Centre industriel de stockage géologique (Cigéo)), donde deberán enterrarse progresivamente los 85.000 m³ de residuos altamente radiactivos de larga duración acumulados, a 500 metros de profundidad, a través de operaciones que deberían durar siglo y medio.

 

         Francia ha instalado en dicha localidad, un laboratorio de profundidad, donde estudia las características de una roca de 150 millones de años que, según los geólogos franceses, no se ha movido mucho en los últimos 20 millones de años y se espera que no lo haga pronto. En este laboratorio invierte unos 130 millones de dólares por año, según la Agencia Nacional Francesa para la Gestión de Residuos Radiactivos.

 

      Esta agencia, que gestiona el proyecto, debía presentar en 2019 la solicitud de autorización para su construcción al Instituto de Radioprotección de la Seguridad Nuclear (IRSN). La solicitud ha sido retrasada en varias ocasiones debido a reveses jurídicos y técnicos, a los que se agrega la resistencia de la población. Cuanto más se acerca el proyecto a su fase final, más se radicalizan sus oponentes y más aprieta el aparato represivo, el cerco contra las fuerzas antinucleares.

 

      Jean-Marc Fleury, presidente de un colectivo de representantes elegidos de la región del Gran Este, que se opone al proyecto Cigéo, manifiesta: “Es demasiado peligroso. Por una parte, significa que durante cien años dos convoyes radiactivos atravesarán Francia, cada día, para venir a Bure. Por otro lado, no está garantizada la seguridad de este lugar, dada la larga duración de la vida de estos residuos. ¿Qué sucederá si, un día, estos 200.000 ’paquetes’ salen a la superficie mientras son aún radioactivos?”, se pregunta.

 

       A fines de 2017, la población de Bure denunció, a través de una carta abierta, “una estrategia de tensión y asfixia sistemática que el Estado ha puesto en marcha… con la pretensión de desgastarnos, de aislarnos, como animales acosados”. Una realidad que hace reaccionar a los activistas antinucleares.

 

       En un informe, el IRSN ha reconocido que hay ciertos riesgos, sobre todo de incendio, y ha considerado que el almacenamiento de residuos no otorga las garantías de seguridad suficientes. Los militantes antinucleares enarbolan los ejemplos del centro de almacenamiento estadounidense WIPP, situado en Nuevo México, donde un incendio provocó un escape de gases radioactivos; y Asse, en la región de la Baja Sajonia, en Alemania, donde se deberán evacuar 126.000 barriles inundados de residuos radioactivos de una antigua mina de sal carcomida por las filtraciones.

 

        El primer productor mundial de electricidad de origen nuclear, Estados Unidos, y el segundo, Francia, ni todos los países que encaran el problema de los residuos nucleares, han encontrado soluciones definitivas.

 

      Mientras no se encuentre solución, lo más inteligente es dejar de producir residuos y mucho menos aumentar su producción anual, por eso decimos:

 

NO A NUEVOS REACTORES NUCLEARES EN ARGENTINA

 

Y CLAUSURA PROGRESIVA DE LOS ACTUALES

 

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