Sociedad

Falleció el reconocido médico pediatra Raúl Sarries

El recuerdo de los vecinos de Trelew, cuyos hijos fueron sus pacientes. Y el referente para Raúl Berón, quien decidió estudiar medicina para ser como él. 

por REDACCIÓN CHUBUT 19/04/2024 - 08.46.hs

Fue un emblema. Un vecino respetado por toda la ciudad, reconocido y admirado. El doctor Raúl Sarries falleció el 17 de abril a las 22:40 en Trelew a la edad de 85 años. Ejerció la medicina en la ciudad, fue uno de los primeros en hacer pediatría y era una fuente de consulta. 

 

Y a muchos vecinos y vecinas los movilizó la noticia, recordando su personalidad, su dedicación, y su histórico consultorio ubicado en la esquina de Brasil e Yrigoyen.

 

"Era el médico tradicional, era un ejemplo. Yo estudié por él", dijo el doctor Raúl Berón en diálogo con EL CHUBUT Digital.

 

"Mi ídolo era Raúl Sarríes. Quería copiarlo, quería ser como él".

 En la foto con su padre Esteban y el doctor Sarries.

Todos tenemos referentes. Todos asumimos en la imagen de "alguien", un ideal. Para Berón, el reconocido Sarríes era su emblema: "Siempre quise ser como él".

 

En las redes sociales se sumaron muchas expresiones de congoja, recuerdos, citas de momentos y episodios. La Profesora honoraria en Universidad Nacional de la Patagonia "San Juan Bosco", Ana Ester Virkel compartió en su red social lo siguiente:

 

Murió el doctor Raúl Sarries, el pediatra que atendió a mis tres hijos desde que eran bebés hasta la adolescencia. Acabo de enterarme de tan triste noticia, y multitud de imágenes se agolpan en mi memoria.

 

Las palabras me resultan insuficientes para dar cuenta de las cualidades del doctor Sarries y de lo que significó en nuestras vidas. Era un médico eminente, miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría. Era el profesional del diagnóstico preciso, el que inspiraba confianza desde el momento mismo en que alguno de mis niños y yo entrábamos a su consultorio. Ese histórico consultorio de la calle Brasil, siempre atestado de niños y padres que esperaban ansiosos el momento en que abriera la puerta y anunciara sus nombres.

 

El doctor Sarries jamás subestimaba un síntoma. Examinaba con rigor y minuciosidad a sus pequeños pacientes, ya se tratara de un simple resfrío o de una patología severa. Entre esos dos extremos, un amplio espectro de problemas me llevó mil veces a su consultorio. Siempre tuvo las palabras justas para calmar mi angustia y curar a mis niños.

 

Podría escribir mucho más sobre él, pero me detengo en su desinterés, en su altruismo, y en su ética profesional. Durante los muchos años en que mis hijos fueron sus pacientes, jamás me cobró una consulta. El día en que acudimos a él por primera vez, al enterarse de que el papá de mis niños era también profesional de la salud, nos dijo que por ese motivo nos atendería gratuitamente. Y siempre mantuvo su palabra.

 

Se fue un eximio pediatra. Se fue un hombre de bien, que siempre estaba para sus pacientes, y que dedicó su vida a su profesión. Si me parece verlo, con su guardapolvo blanco, presente en nuestras vidas durante tantos años, a veces en momentos muy difíciles... Y al evocarlo, se me aparecen, nítidas, las caritas de esos tres niños, mis hijos tan amados, que hoy son adultos, pero que, no tengo dudas, recordarán con la misma gratitud que yo a su médico, el doctor Sarries, y también sentirán tristeza por su muerte.

 

UN SER QUE DEJÓ HUELLA…

 

Susana Arcilla, fue otra vecina que sumó su recuerdo:

 

Ayer, al enterarme de su partida, sentí que su vida había atravesado la mía, como la de tantos otros en Trelew y sus alrededores. Era el pediatra del pueblo, ese pueblo de la década del 60 que luego fue ciudad.

 

En mi niñez tuvo que conformar a mi madre por mi menarca temprana. Hoy le agradezco ese gesto de confianza que me permitió afrontar una nueva etapa.

 

Se ocupó de fiebres, resfríos, anginas, neumonías, y de todas “las eruptivas” de la infancia…

 

Cuando llevábamos a mi hermano, con mi mamá, a la consulta hacía uso de su humor al referirse a su delgadez. “¿Ustedes tienen a este chico en un campo de concentración?” nos decía y nos miraba serio, mientras nosotras reprimíamos la risa.

 

Con el nacimiento de mi hijo fuimos una y mil veces a hacer interconsultas, esas que nos dejaban tranquilos porque confiábamos en su ojo clínico. Desde bebé hasta adolescente incursionó por su consultorio. Siempre el Topo Gigio presente en uno de los estantes, dándonos la sensación de tranquilidad, de que el tiempo no pasaba. Pero pasó.

 

Recuerdo que su humor, y aquí me repito porque era su rasgo distintivo, hacía más agradables las consultas, tanto para los chicos como para las madres. Íbamos preocupadas y salíamos más tranquilas.

 

Nos leía las actitudes, ya sabía que habíamos ido a la señora que “tiraba el cuerito” y él mismo sacaba el tema para hacer caer a los chicos ante la mirada inquisidora de las madres. Todo terminaba en una risotada conjunta.

 

Una vez perdí una evaluación de un alumno y fui a buscarla a su sala de espera. Su secretaria amorosa sabía que estábamos “a cuatro manos” entre la crianza de los hijos y nuestro trabajo. Hacían una buena dupla para contenernos.

 

¡Cómo olvidarlo! Es y será parte de la historia de nuestra ciudad y alrededores. Nos ayudó a criar a nuestros hijos y también nos educó

 

en nuestra incipiente maternidad. Sabía que el humor y la risa ayudaban para pasar malos momentos…

 

¡Gracias, Doc!

 

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