Mariel Bonavía y sus 25 años con el yoga  

Hagamos yoga en 2018 

Su padre, como iniciador de una carrera que hoy, le da grandes satisfacciones. 

por REDACCIÓN CHUBUT 05/02/2018 - 18.28.hs

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Mariel comenzó a dictar yoga un 29 de septiembre de  1992;  orgullosa y con una pizca de nostalgia comienza a contarnos su historia…   
El que me llevó a hacer yoga fue mi papá Raúl;  él había tenido un infarto en el año 1990, estuvo internado y el  doctor Ingaramo, su cardiólogo, le mandó a tomar clases.
Comenzó  en el  Instituto de Daniel Espina y su señora, con un grupo que había para cardíacos en la ciudad de Trelew.
En ese tiempo, yo había terminado la escuela secundaria y estaba haciendo la carrera de Letras en la Universidad.
Papá  estaba tan encantado con el yoga, que con mi hermano nos preguntábamos que haría. 
Un día llegó a casa y nos comentó que iban a dar el curso de profesorado, y me dijo que me había anotado; yo le pregunté porque no lo hacia él si le gustaba tanto. Había pagado el primer seminario; para que fuera, y si no me gustaba lo podía dejar.
 Para mí era una tortura (se ríe);  se dictaba todos los sábados de ocho de la mañana a las ocho de la noche.
 Siempre traían algún especialista para capacitarnos kinesiólogos, cardiólogos. Durante la mañana teníamos clases teóricas y la tarde las prácticas.
Era la más joven del grupo por eso pensé; esto es una “papa” (ríe) entre ellos estaba Isidro Fernández. 
Recuerdo que ese día, había quedado en salir a bailar con mis amigas. Cuando llegué a la noche a casa  me acosté a dormir, habíamos trabajado tanto  y todo el cuerpo que estaba cansadísima. 
Y así comencé a ir todos los sábados; me gustó tanto, que deje de salir a bailar los fines de semana. 
 Al terminar el tercer año el profesorado, empecé a dictar las clases durante los veranos, cuando los dueños se iban de vacaciones.
Su comienzo con el yoga en el valle, filosofía  que aprendió a querer y valorar. 
Un día me llama la señora Susana Crettón, quien integraba en ese tiempo, cooperadora de la Escuela Nº 100, ofreciéndome la posibilidad de dar yoga en Gaiman. Fue así como comencé en el año 1992. Arreglamos los horarios y los días que hasta hoy siguen siendo los mismos. Con el tiempo seguí dictando clases en el edificio del Jardín nº 415, donde actualmente funciona el Ysgol Gymraeg Gaiman.
Recuerdo que ese primer día, había muchísima gente, todo el mundo quería hacer yoga y muchos eran derivados por sus médicos.  Y si bien, había varios  hombres, todos  fueron con las señoras.
De ese comienzo, hay tres mujeres que todavía siguen concurriendo, ellas son  Juanita Agüero de Lobos, Cándida Lorenzo de Thomas y  Laura Jones de Henry. 
Adaptación del yoga de una forma práctica, como utilidad para la vida cotidiana.  
Cuando comencé a dar yoga, lo hice basándome en la definición de manual, pero después de tantos años, lo modifiqué y ni siquiera doy clases de la misma forma que lo hacen en Trelew o Puerto Madryn. Lo adapté a la gente de nuestra Localidad, porque a pesar de tener ofertas para dictar clases en otros lugares, no dejo Gaiman.
Hay muchas cosas que estudié,  como las distintas variedades de respiraciones, pero no sirve de nada aplicarlas.
Soy más práctica, les doy a mis alumnas, técnicas que les sirvan para su vida diaria, relajaciones para determinadas situaciones, hábitos de vida, les insisto con las cosas más sencillas.  
Nunca doy una clase igual, si bien las organizo, cuando llego veo como está el grupo; hay días que están cansadas y otros con mucha energía, entonces trabajo en base a eso.
Del grupo, rescato que nunca hemos tenido ningún problema, a pesar de haber  gente de todo tipo de edades, y tengo una satisfacción enorme, sobre todo con la gente mayor, porque cuando uno ve que tuvieron la constancia, y perseverancia de concurrir durante años a las clases, se nota la diferencia, sobre todo en la elongación, que es lo que libera las tenciones.
Doy una hora y media dos veces por semana, porque rinde y alcanza para hacer una buena relajación final, trabajando además la parte energética, lo cual permite liberar diferentes emociones. Esa hora y media, me olvido del mundo y lo disfruto muchísimo.
 Cada tanto utilizo elementos, pelotas grandes, cintas anchas, tablas, pelotas de tenis que ayudan a corregir las posturas y sirven además, para que la mente este siempre atenta algo. Si se da siempre la misma clase, la persona que va siempre lo hace de memoria y la mente está en otro lado.
El yoga  como un espacio de encuentros y hermosas emociones.   
Cuando llegan mis alumnas, siempre les dejo un ratito para que conversen; porque  para algunas es la única salida que tienen, para poder encontrarse y aprovechar el momento; y cuando se están riendo; las dejo porque no hay mejor terapia que la risa. 
Al final, todas hacen la clase y todas las posturas, cada una a su ritmo y en la medida que cada una puede. 
Algunas anécdotas que Mariel recuerda con cariño.
Me acuerdo que un día, les pido como elemento para trabajar, un palo de escoba. Una alumna mayor que siempre llegaba tarde, trajo un palo que tocaba hasta la puerta,  su esposo le había sacado un barral, (ríe);  ella manifestó que iba hacer con ese palo aunque fuera muy largo porque le había costado mucho sacarlo.  
Esas y otras anécdotas, quedarán para recordar, como también las salidas que realiza este hermoso grupo, el cual con los años ha formando no solo una relación profesora -alumnas, sino también, una comunión de amistad y respeto, donde aprenden mutuamente técnicas esenciales para llevar una vida cotidiana, lejos de los inconvenientes del estrés, la depresión u otros tantos flagelos.  
 

 

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