La mañana del miércoles 3 de septiembre dejó una noticia que conmovió al deporte regional: falleció Darwin Williams, una de las figuras más recordadas y queridas de la Patagonia.

Junto a su hermano gemelo, Irving, marcaron una época en el fútbol y el básquet, además de dejar una huella profunda en la vida institucional de Guillermo Brown de Puerto Madryn, club que fundó su padre, Edward, y al que ambos entregaron toda una vida.

La historia de los Williams comenzó en Gaiman y Rawson, hasta que en 1944 se radicaron definitivamente en Puerto Madryn. Desde entonces, con fidelidad absoluta a los colores brownianos, construyeron un camino deportivo que trascendió generaciones.

Muy pronto dieron el salto a la cancha, primero en el básquet —con Irving como goleador movedizo y Darwin como símbolo de garra— y luego en el fútbol, donde alcanzaron su consagración.

Bajo la conducción del “Gran Pepe” Pepitoni, se consolidaron como piezas claves en el Brown campeón de los años 50. Irving, cerebro y elegancia en el mediocampo, y Darwin, aguerrido y de carácter en la creación de juego, fueron símbolos de una generación inolvidable.

Más allá de su rol como jugador, Darwin también aportó desde su profesión de agrimensor: su trabajo fue clave en la construcción del estadio Raúl Conti, orgullo de la institución. Como dirigente, incluso llegó a presidir el club Huracán de Trelew, aunque reconocía que cuando enfrentaba a Brown, su corazón estaba dividido.

Ya retirado, siguió ligado al deporte desde las tribunas y los recuerdos, siempre orgulloso de haber pertenecido a una generación que engrandeció al deporte chubutense.

Con su partida, se despide una figura entrañable para la historia de la región. Tras la muerte de Irving años atrás, ahora el destino vuelve a reunir a los gemelos Williams, símbolos de entrega, lealtad y amor por una camiseta.