Regionales

Las ruinas de las formas: el juego de las instituciones

Siempre he sostenido, por supuesto el concepto no me pertenece, que las formas son el fondo en la superficie. En una ciencia donde este pensamiento cobra más contundencia es precisamente en el Derecho. También es cierto que lo podemos encontrar en otras disciplinas, como también  aplicar en diversas actividades cotidianas.

Pero lo novedoso de la cuestión es que las formas se vienen diluyendo. Antes alguien podía llamarlos códigos, que ya no hay más, otros podían sostener el valor de la palabra, mucho menos existe y así, en general, se observa como se han ido derrumbando aquellas formas que, en esencia, formaban una escala de valores. Por supuesto, por lo del fondo en la superficie. 

 

Hoy las PASO no tienen formas; los partidos políticos se nutren de candidatos que le han tirado las formas a los depredadores; la administración del Estado en la provincia se maneja sin sujeción a las normas, podemos pedir empréstitos para pagar gastos corrientes, y en general hemos generado una gran fábrica que alimenta a algunos pero no al conjunto, dado que nada le aporta al producto bruto geográfico. Hablamos de crisis pero tampoco le ponemos forma y mucho menos escuchamos explicaciones sobre bienes provinciales, caso de la turbina de Ingentis (que suponemos sigue en Houston), pero nos queremos entretener con el proyecto de Juicio por Jurados del que, si no somos hipócritas, algunos se quieren quitar el lazo de encima de las funciones que tienen, dictar fundadamente una sentencia y liberarse de responsabilidad por ante la sociedad y otros juegan a sus propios intereses importando culturas anglosajonas sin importarles los derechos de las víctimas de las que llenan sus discursos con, evidentemente, palabras vacías. 

 

Esto lleva a conclusiones muy graves, de lo que es probable le importe a pocos, pero que seguramente dejará su marca. Porque jugar con las instituciones, como se lo está haciendo en la actualidad, donde la propaganda dice una cosa y la realidad otra, a la larga se paga. Por ejemplo lo que ocurría en el Poder Legislativo, donde se contaban  los votos para ver si se podía dar el acuerdo para un integrante del máximo tribunal judicial provincial, es lamentable. Sin los votos favorables no había sesión. Y es lamentable por varios lados, dado que se encuentran en juego personas, que bien podrían haber abandonado el intento mucho antes para evitar un manoseo innecesario y, por otra parte, donde se exteriorizan los compromisos y negocios políticos que (volvemos a las formas), si observamos bien, le quitan ese concepto de humanismo con el que algunos se han querido etiquetar. La caminata por los bloques exigiendo el voto es evidente que arrastraba otros objetivos y permite generar hipótesis que nada bien le hace a la administración de justicia que, por otra parte, no les interesa, dado que da lo mismo una cosa que la otra. Lo que importa es cumplir con el negocio. Tarde o temprano. Pero retornemos al Derecho y sigamos con el Poder Judicial. 

 

Nos han explicado muy bien funcionarios y magistrados de la circunscripción de Trelew la ruina de las formas. Y es así porque cualquiera hace lo que se le antoja y aún cuando no pueda, ya sea porque se lo impide una ley o porque se lo impide la Constitución. Al no existir correctivos, porque indudablemente es más interesante el cargo de senador que el de consejero popular en el Consejo de la Magistratura, observaremos en el futuro, si no hay una reacción que tienda a poner en el Estado de Derecho las cosas en su lugar, como los audaces y los que tienen intereses bien marcados se impondrán sobre la gente honesta y paciente que todavía sigue reclamando justicia a los mismos mariscales de las contradicciones. 

 

 La Argentina no supo o no pudo resolver la cuestión en 1983, creando una cultura judicial aceptable. Los mismos que habían jurado por el Estatuto de la Revolución luego juraron por la Constitución con un desprecio total por la forma, por su forma de vida. Un poder judicial que por lo menos era cómplice de varias resoluciones jurisdiccionales llevadas adelante por la dictadura no tuvo ningún inconveniente en adaptarse rápidamente al sistema democrático y luego jugar con los vaivenes políticos. 

 

El sociólogo Max Weber sostenía que si hay una profesión en la que se debían pesar las palabras era en la abogacía. Este peso de las palabras significaba el riguroso examen no solo de los términos vertidos en una sentencia sino también de la manera en que se debía traducir la función. Es evidente que nos hemos quedado sin balanza y pesar las ruinas tiene poco sentido. Sería deseable esperar que cambie.
 

 

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