Los felinos y la literatura
8 de agosto es el “Día Internacional del Gato”. Esta fecha fue establecida por el Fondo Internacional para el Bienestar Animal (IFAW) en 2002, con el objetivo de celebrar a estos animales y concienciar sobre su cuidado y bienestar.
“Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos”. Winston Churchill
El origen de la fecha está en el hemisferio norte, y coincide con la época de mayor fertilidad en los gatos, según estudios científicos, debido a la temperatura y la exposición a la luz solar.
Pero más allá de su origen, es una buena oportunidad para concienciar sobre la importancia de aprender a conocerlos, las maneras de ayudarlos, protegerlos, y recordar la importancia de la adopción, la esterilización y el cuidado de los gatos, tanto domésticos como callejeros y porque no también como los gatos han sido protagonistas de la literatura tanto en los textos como presencia en la vida de autoras y autores.
Osvaldo Soriano decía que un escritor sin un gato es como un ciego sin lazarillo, tal afirmación no resulta equivocada si se repasa la larga lista de autoras y autores de la literatura que se dejaron seducir por el encanto felino.
Victor Hugo, definió a los gatos como el animal que Dios creó, “para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre”.
Doris Lessing cuando ganó el Premio Nobel, en 2007, se preocupó más que nada por la incomodidad de su gata ante el revuelo de la prensa, y de los curiosos y seguidores en la puerta de su casa. El amor de Lessing por los felinos quedó inmortalizado en Gatos ilustres, libro en el que repasa su vida con único hilo conductor: la historia de los gatos que compartieron su existencia. “Un gato es un auténtico lujo... lo ves caminar por tu habitación y en su andar solitario descubres un leopardo, incluso una pantera. La chispa amarilla de esos ojos te recuerda todo el exotismo escondido en el amigo que tienes al lado, en ese animalito que maúlla de placer cuando lo acaricias”.
Olga Orozco hizo su declaración de amor: “Me gustan los perros. Tenía perros cuando chica, pero realmente el animal que ha estado más cerca de mí fue un gato: Berenice. Estuvo conmigo quince años y medio y creo que teníamos una profunda telepatía, pero tampoco podría decir que fuese un animal”.
Jorge Luis Borges desde niño amó a los tigres, los dibujaba, los buscaba en las enciclopedias, los admiraba en las jaulas del Zoológico, por eso no es de extrañar que los pequeños “tigres” habitaran su casa. Escribió varios poemas referidos a los gatos.
Julio Cortázar, bautizó a su gato T.W. Adorno, en honor al filósofo y sociólogo alemán. A su gata le puso Flanelle: “(…) en eso los meopas se parecen muchísimo a mi gata Flanelle, se llama así por su pelaje y no por su libido, que también brinca cada tanto a mi mesa para explorar lápices, pipa y manuscritos .Todo aquí es tan libre, tan posible, tan gato. Flanelle era la consentida; con ella solía vérselo en las fotos y la razón de los celos confesos por sus compañeras (en el cuento “Orientación de los gatos” da cuenta de esta situación).
Osvaldo Soriano solía cuidar de la gata de Cortázar. La relación del autor de No habrá más penas ni olvido con los felinos era muy intensa, cargada de cierto misticismo. “Yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna”, dijo en una entrevista el hombre que encontró en ellos la compañía en los días de soledad y la inspiración frente a la máquina de escribir: “Un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada contundente, muy parecido a Taki, la gata de Chandler.
Rodolfo Rabanal destacó que el gordo Soriano creía que los gatos nada hacían por azar: “De modo que, si su gato había dormido sobre los papeles producidos durante la noche, el trabajo ‘tenía sentido’”.
Ernest Hemingway llegó a tener más de 30 gatos. La mayoría de ellos sufrían de un trastorno genético llamado polidactilia (anomalía que hace que nazcan con más dedos de los habituales). En la actualidad, en la casa que funciona como museo residen entre 40 y 50 gatos con seis dedos, descendientes de Bola de nieve (Snowball), pequeño felino que le regaló un capitán de mar. Los marineros preferían a los gatos polidáctilos, porque creían que eran de buena suerte.
Charles Bukowski, se volvió sentimental con respecto a los gatos en su vejez. Lo cierto es que el poeta maldito, símbolo del realismo sucio, sentía cierta debilidad por estos animales. “En mi próxima vida quiero ser gato. Dormir 20 horas al día y que me den de comer. Pasarme el día lamiéndome el culo. Los humanos son demasiado miserables e iracundos y siempre están haciendo cosas”.
Edgar Allan Poe acompañado por Catarina, la gata de Virginia Clemm, su esposa, es una imagen que se recreó en miles de ilustraciones. Más allá de la discusión de la versatilidad de que el animal se sentara en su hombro mientras escribía, a Poe le gustaban los gatos, tuvo otros, pero Catarina era distinta, y compartía en sus cartas a sus amigos el cariño que sentía hacia ella. Aparentemente fue aceptada en la casa en 1839, antes de que se mudaran a Cates Street. La gata fue una fiel compañera de Virginia hasta el día de su muerte y el consuelo de Poe en los momentos más dolorosos. Poe inmortalizo a su gato en el cuento “El gato negro”, una de las mayores obras de la literatura.
Ray Bradbury en Zen en el arte de escribir devela la clave a la hora de crear, imaginar: “Este es el gran secreto de la creatividad. Trata a las ideas como a los gatos: haz que te sigan”.
Mark Twain tuvo sus numerosos compañeros felinos a los que llamó Apollinaris, Beelzebub, Blatherskite, Buffalo Bill, Satan, Sin, Sour Mash, Tammany o Zoroaster;
Patricia Highsmith, que se sentía a salvo entre sus gatos (tuvo seis). La prolífica autora de El Talento de Mr. Ripley y Extraños en un tren encontraba en ellos el equilibrio emocional y la inspiración para sus historias, como “Lo que trajo el gato”, maravilloso relato que forma parte de La casa negra: “El gato hizo un ruido más prolongado en su trampilla y, ya con la negra cola y los cuartos traseros a manchas dentro de la casa, retrocedió tirando de algo hasta que pasó por el óvalo de plástico. Lo que había metido en casa era blancuzco (…) ¡Son dedos humanos!, dijo Phyllis. Todos miraron incrédulos acercándose despacio desde la mesa de juego.
Truman Capote fue profusamente fotografiado abrazado a sus gatos, a su bulldog y en algunas ocasiones, cuando lograba la paz, junto a ellos como si fuera una gran familia. En Desayuno en Tiffany’s, el gato sin nombre de Holly Golightly se convierte un símbolo clave en la novela que Audrey Hepburn inmortalizó en el cine: “Somos un par de seres que no se pertenecen, un par de infelices sin nombre, porque soy como este gato, no pertenecemos a nadie –dice Holly en una escena del filme–. Nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro”.
Haruki Murakami es uno de los tantos escritores que confesó su obsesión por los pequeños tigres.
Jean Cocteau bromeaba cuando le preguntaban por afición: “Si prefiero los gatos a los perros, es porque no hay gatos policía”.
Evidentemente los gatos no son indiferentes para el mundo de la literatura.
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