Chubut

"Una campera rosa nueva", por Vanina Botta

Botta es médica especialista en psiquiatría, en medicina legal y médica forense de la circunscripción judicial de Puerto Madryn.

por REDACCIÓN CHUBUT 06/06/2023 - 12.27.hs

Me hacía mucho ruido la panza y ya tenía frío los pies y las manos, tenía tanto sueño que podía dormir mientras lavaba el piso de la cocina. Entonces me di cuenta de que no comía desde la mañana cuando había comido el pan con mermelada de la escuela. 

 

Mi mamá se sentía mal. Estaba sentada fumando en el patio, miraba fijo al perrito o a nada y parecía llorando. A mí me tocaba limpiar porque la kiara y el Saúl, mis hermanitos, habían ensuciado todo. Él se ponía muy nervioso si estaba todo sucio. 

 

También se ponía nervioso si no tenía cigarrillos y si no tenía cerveza y si no tenía plata y si mi hermanito ensuciaba y si la kiara lloraba.  
Sergio, el novio de mamá, se ponía nervioso por todo. 

 

Él no era mi papá, pero le gustaba que le diga papi; conmigo era muy cariñoso y me traía chicles de frutilla. A mi hermano Saúl te pegaba en las manos y en la nuca cada vez que hacía alguna travesura. Encima Saúl es re travieso.

 

Tenía hambre. Mis hermanos lloraban y se peleaban, creo que también tenían hambre y creo que tampoco comían desde la mañana. 

 

Mamá seguía sola en el patio, me sentía mal por no saber que le pasaba. 

 

Otra vez tenía lastimado el ojo y caminaba renga como la abuela Tita. 
- Me tropecé en la calle, me dijo. Con la mirada triste y el ojo negro. 

 

Yo la había acompañado al forense tres veces para que le revise lo lastimado. La policía del barrio iba bastante por mi casa y una señora simpática también iba siempre para ver si necesitábamos algo. 

 

A mami le daba miedo que él se entere que venían a casa. 

 

Se hacía de noche y tenía cada vez más frío. Ya quedaba poca madera y no calentaba nada, la ventana del costado estaba rota y soplaba el viento. 

 

Entro a la cocina y mamá estaba haciendo un guiso con las sobras del mediodía y con algo que le dieron las de la municipalidad. 

 

En la escuela yo había visto que a Jazmín y a Sarita les habían comprado unas camperas abrigadas color rosa y ellas tenían cara de contentas y felices; hacían tik toks con sus camperas.  

 

Siempre soñé con tener una campera rosa. Bueno, tenía una, me la trajo mi mamá de Cáritas, tenía algunas manchas que no salían, pero servía igual. 

 

Llegó Sergio tarde a querer comer.  

 

Yo sentía, como cada vez que él llegaba, una especie de calesita en mi cabeza, me costaba tragar aire y quería salir corriendo.  

 

Pero no podía dejar sola a mami ni a mis hermanos. Comimos el guiso, yo quería irme rápido a la pieza y llevar a los chicos, sacarlos de ahí. 

 

-Otra vez esta comida de mierda. No se puede vivir con vos. No sabés hacer nada. Otra vez los mocosos gritando. 

 

Los gritos de Sergio nos hacían temblar. Saúl se metía debajo de la cama y Kiara me abrazaba fuerte, me clavaba sus uñitas en mi carne de la pierna.

 

Y otra vez, ruido a vidrios rotos, ruido a muebles que se corrían, ruido a botellas y los gritos de dolor de mamá.  

 

No sé qué hacer, nunca sé que hacer. Nunca puedo hacer nada. 

 

A Sergio le gustaba jugar conmigo al títere. El títere de él salía y se acercaba a mi cuerpo. Desde que soy muy chiquita, desde que iba al jardín, Sergio jugaba conmigo a eso. Y yo tampoco sabía qué hacer, nunca supe que hacer. Me quedaba quietita en silencio para que no escuchen los chicos y para que Sergio no se enoje. 

 

Muchas noches vuelve a jugar conmigo, tiene olor a cerveza y cigarrillo. Yo ni me muevo, cierro los ojos y pienso en los tik toks que haría si tuviera una campera rosa nueva, y así pasa más rápido. Me preocupa Saúl, tiene muchos moretones en su cuerpo flaquito, se hace pis en la cama y Sergio, su papá, se enoja más. 

 

-Te quiero, sabes? Me dice mamá y me abraza fuerte. Me doy cuenta de que ella también está flaca y que le duele su cuerpo.

 

Me gusta que me abrace, se siente re bien. A veces pienso en contarle lo de Sergio, pero no puedo, va a ser peor. Se va a armar más quilombo. 

 

-Nos pintamos las uñas? Le dije a ella. Nos pintamos, le conté que me gustaba uno de la escuela. Le pregunté si quería ir al doctor. 

 

-Ya no me duele hijita. 

 

Para mí que sí le dolía, pero se acostumbraba.

 

Esa noche Sergio llegó enojado y le pegó al Saúl, pobrecito, tan flacucho, se le caían las lágrimas y los mocos, respiraba agitado y entrecortado. Me lo llevé a la pieza y mamá se quedó calmando a Sergio.

 

 Mamá sabía cómo calmarlo. 

 

Yo pensaba en Agustín, el pibe de sexto que me gusta, juega al futbol y es alto. Pensaba si me viera con una camperita rosa nueva. Mientras pensaba en él, otra vez los gritos, los ruidos, los llantos de mami y las suplicas. El golpe en la puerta y el ruido de la moto de Sergio yéndose. 

 

Voy a ayudar a mami a limpiar y juntar los vidrios tirados en el piso.  

 

El silencio de la casa después de la pelea, del portazo y de la moto me da tranquilidad, se me va un rato el dolor de panza y el frío. 

 

Dormimos con mamá esa noche, casi toda la noche.  

 

Era ya casi de día y escuché que Sergio estaba en la vereda con unos amigos tomando cerveza, gritaban y se reían fuerte, el vecino de enfrente les pedía que se vayan. 
Escuché la puerta, otra vez esa sensación de calesita en la cabeza y de que no podía tragar aire. Tenía miedo. 

 

Sergio la sacó a mami de nuestra pieza. Empezaron los gritos, eran peor que otras veces. Kiara y Saúl se despertaron sobresaltados, estaban muertos de miedo abrazados a mí. Yo quería ayudarlos, pero no podía, estaba dura, con el corazón rapidísimo y la cabeza girando. 

 

Los ruidos eran fuertes, como que me dolían en el pecho. Empecé a pensar en Agustín, en cómo me quedaría una campera rosa, en los tik toks que haría. Pero los ruidos y los gritos seguían.  

 

De repente, el portazo y el ruido de su moto.

 

-Qué alivio, se fue. 
Voy corriendo a la pieza de ellos a ayudar a mamá a ordenar.  

 

Mami estaba inmóvil en la cama, con los ojos abiertos, con un charco de sangre alrededor. Juro que la intenté despertar, la llamé muy fuerte, la sacudí, le pedí que me hablara. Otra vez la sensación de calesita en mi cabeza. Las luces de los patrulleros, policías, vecinos gritando. Y yo no supe que hacer, no supe porque soy muy chica, porque lo único que quería era hacer tik toks y tener una campera rosa.

 

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