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Sin educación el ciudadano siempre será un esclavo encadenado al Poder

Una de las mayores pobrezas que siempre ha sufrido el hombre ha sido el analfabetismo. Pero hoy, ante el avance de la tecnología, puede asegurarse que también lo es el semianalfabetismo porque ya no alcanza con saber leer, escribir y sumar para insertarse en el mercado laboral.

por REDACCIÓN CHUBUT 08/10/2013 - 00.17.hs

Décadas pasadas muchos padres creían que con esos precarios conocimientos sus hijos estaban preparados para defenderse en la vida. Hoy ya no. Sin una instrucción completa estarán marginados de la sociedad y serán esclavos encadenados al Poder en sus múltiples expresiones.
De nada les valdría vivir en una democracia porque serán presas fáciles de manipular por inescrupulosos políticos y en todo comicio se convertirán en simples transportistas de votos de ignotos candidatos que generalmente defienden intereses absolutamente contrarios a los suyos. Aunque en los discursos preelectorales hayan dicho que lo harían.
Es que la pobreza y el semianalfabetismo siempre han sido un buen negocio para quienes vieron en la política una actividad lucrativa. Esa humillante manipulación que se hace de los carenciados, hace que se dude de la autenticidad de la voluntad popular que expresan las urnas.
Y es tan fraudulento su resultado como el que se le atribuía en épocas pasadas a los conservadores que directamente le impedían votar a quienes consideraban que no lo harían por ellos. La intencionalidad era la misma. La metodología es distinta. La burla a la Democracia es la misma. Seguramente ese estado de cosas se mantiene vigente porque responde a mezquinos y ruines intereses políticos que difícilmente perdurarían si el ciudadano tiene la preparación adecuada para decidir por su cuenta y defender sus convicciones. En nuestro país, duele decirlo, la educación pública salvo escasas excepciones, solamente le quitaba el sueño a Domingo Faustino Sarmiento. No hacen falta estadísticas para comprobarlo. Se manifiesta en la escuela primaria y se prolonga en los colegios secundarios. Aún en universidades que otrora gozaban de un bien ganado prestigio internacional. Cuando Japón sorprendía al mundo con la reconstrucción del país que la guerra había destrozado, en los discursos oficiales y opositores nunca faltó esa referencia. Pero todos omitían decir cuán inmenso presupuesto dedicó perviamente a la educación popular. No convenía decirlo en un país donde la escuela y el maestro importaban poco.


 





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