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Los 90 de doña Pepa

Manuela Josefa Suárez de Fernández, Doña Pepa, como la conocen todos a la propietaria del Hotel Touring Club, cumple hoy 90 años y desgrana sus recuerdos.

por REDACCIÓN CHUBUT 21/02/2014 - 04.28.hs

Manuela Josefa Suárez de Fernández.

Manuela Josefa Suárez de Fernández, más conocida como Doña Pepa del Hotel Touring Club, cumple hoy 90 años. En un pequeño jardín del patio que conduce a la habitación de Butch Cassidy, muestra las once tortugas que cuida desde hace 40 años y se lamenta que nunca logró hacer que nazcan las crías de los huevos que conserva religiosamente al calor de la cocina, entre cenizas y aserrín. En ese mismo patio de atrás, donde colgaba la ropa que le caían gotas de agua que se congelaban por el frío, hay una higuera que ella misma plantó hace cuarenta años y hoy es una árbol que todos los veranos da sus frutos.

 

En una de las paredes están las once tortugas fotografiadas con sus respectivos nombres. El cuadro lo completa un laurel que le trajo un viajante cansado de que le pidieran hojas cada vez que llegaba a Trelew, y algunos pájaros que cada tanto descienden a comer alguna miga de pan. Ese es el mundo según Doña Pepa, quien baja la mirada y se excusa diciendo que «son cosas sin importancia pero lindas». Cada objeto encierra un significado para el mundo interior de Manuela Josefa Fernández, que la remite a un tiempo perdido que regresa en cada pequeño detalle, en cada una de sus cosas mínimas. «Cuando venían los viajantes hace 40 años siempre me traían las tortugas que encontraban en la ruta y yo las cuidaba», recuerda Josefa el origen de esa costumbre que perdura hasta hoy. Y comenta que hace poco leyó en una revista científica que no se reproducen y están en extinción, al tiempo que admite que nunca pudo hacer que se reproduzcan.

 

ILUMINACIONES                                                                                                      A Doña Manuela Josefa se le iluminan los ojos cuando recuerda cosas simples, apenas perceptibles, como por ejemplo, el olor del laurel en la cocina o las plantas que están en el patio, o una poesía que aprendió en la escuela en España y habla de un perro fiel que permanece al lado de su dueño en el lecho de su muerte. «Antes se usaban mucho los laureles. Entonces, había cocineros que les pedían laureles a los viajantes cada vez que venían. Voy a poner una planta para que te dejes de jorobar, me terminó diciendo uno de ellos y no tuvimos que pedir más», cuenta. «Un señor me comentó que había que tomar los huevos y ponerlos entre cenizas o aserrín en un lugar muy caluroso y yo los puse pero nunca salieron. En cuarenta años nunca pude hacer que se reproduzcan. Eran grandes cuando las trajeron y todavía ahí están», agrega como si su memoria selectiva se quedara con las viviencias simples que en el momento pasan desapercibidas, pero al recordarlas desde la distancia cobran otro sentido que ahora aparece revelado.

 

SIN FIESTAS                                                                                                                                 Doña Pepa nunca tuvo una fiesta de cumpleaños en los tiempos en que vivía en Tineo, España, cuando el pequeño pueblo de Galicia vivía asediado por la crisis de la Guerra Civil. La primera vez que oyó hablar de esta costumbre fue cuando llegó a la Argentina, a los 24 años, para iniciar una vida diferente junto a su esposo, Luis Fernández. Ella explica que nunca tuvo una fiesta de 15 y sus hermanos tampoco, porque en aquellos tiempos muy difíciles no era fácil festejar. Recuerda la violencia cotidiana, que todavía persiste en la memoria, los fusilamientos, a ello se le sumaba la crisis económica que le enseñó a «no pedirle más a la vida de lo que la vida le podía dar». 

 

Y esa ha sido siempre su forma de encarar la vida: «soy una persona que toma las cosas como vienen, no guardo rencor a las cosas malas ni halago demasiado las cosas buenas. Hay que pasarlas». Aunque su familia y amigos harán una pequeña fiesta de cumpleaños en su honor, Doña Pepa se mantiene fiel a las mismas costumbres de siempre. «Tengo muchas amistades, porque reconozco que fui bien recibida en Trelew. Nunca hice mal a nadie y fui bien recompensada, porque todos mis amigos pasan a saludarme por mi cumpleaños. Mi mayor felicidad es pasarlo con mis hijos, mis nietos y bisnietos. Ellos son mi patria», concluyó. 

 

La historia del desembarco que la llevó al Hotel Touring Club

 

Doña Pepa nació en Tineo, un pequeño pueblo autónomo del Principado de Asturias, en el norte de España, junto con otros trece hermanos y una tía que se encargó de criarlos porque su madre, Leocadia Suárez, falleció a los 48 años, cuando ella sólo tenía dos años. A los 24 años partió en barco desde Gibraltar hacia Buenos Aires para encontrarse con su esposo Luis Fernández. Ella se despidió de su padre y de sus trece hermanos y esa fue la última vez que los vio en la vida. A finales de la década del cuarenta, pocas eran las expectativas que podían llegar a tener los jóvenes en una Europa devastada por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. 

 

Por eso, no dudó en emprender una nueva vida en la Argentina cuando su esposo le pidió que se instalara en nuestro país. Unos meses antes ambos se habían enamorado durante una fiesta en un viaje relámpago que realizó Fernández a Tineo, el pueblo natal de ambos. Por su parte, Luis Fernández y su hermano Rogelio habían dejado Tineo cuando eran muy jóvenes para radicarse en Cuba en 1917, cuando la isla era un paraíso azucarero donde probaban suerte jóvenes emprendedores y aventureros.

 

Pero las cosas no fueron tan simples. Para que Doña Pepa pudiera instalarse en la Argentina debía ser reclamada, conforme lo marcaban las leyes de aquel tiempo. Como Fernández no podía reclamarla, una hermana de Pepa que residía en Buenos Aires desde hacía algunos años tramitó mediante telegramas su llegada a la Argentina. 

 

Cuando ella pudo arribar a Buenos Aires, los recién casados no conocían Trelew y tampoco sabían que en el sur del país existía un próspero Hotel llamado Touring Club, que pertenecía a su fundador, un tal Pujol, quien había contraído matrimonio con una galesa, Doña Anita Jones. Ese será apenas el principio de la historia que todos ya conocemos de esta ciudadana ilustre de Trelew que ha obtenido el reconocimiento de toda nuestra comunidad.

 




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