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«Bienaventurados los ricos porque ellos están haciendo el mundo cada vez mejor»

Por Rosendo Rodríguez Labat

por REDACCIÓN CHUBUT 25/01/2016 - 02.58.hs

No hemos creído necesario hacer comentario alguno ni agregarle nada. Y mucho menos quitarle, a lo que Lauro Trevisán dice sobre la importancia y trascendencia del rol que tienen los ricos en la sociedad moderna. La simpleza y contundencia de sus afirmaciones que, dicho sea de paso, compartimos plenamente, nos ha impulsado a difundirlas extrayéndolas de su libro «El poder de la riqueza».

 

Creemos, además, que es oportuno hacerlo, por el especial momento en que se está viviendo en el país, habida cuenta que todo hace suponer que se constituirá en un hito en la historia nacional al colocarle una pesada lápida sobre la tumba de extrañas ideologías incompatibles con la idiosincrasia nacional que en vano ha intentado imponer el gobierno saliente, con las funestas consecuencias que, por estar a la vista de todos, nos exime de abundar en explicaciones. Esas ideologías que están en retroceso en el mundo, hicieron de la pobreza y el analfabetismo la única razón de su existencia y ha condenado al estancamiento a muchas naciones también de nuestro continente.

 

Lauro Trevisán nació en Río Grande do Sul, Brasil. Cursó filosofía, teología y psicología en el Seminario Mayor Palotino. Es sacerdote de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Ejerció el periodismo y escribió numerosos libros en los que predominaba su convencimiento del nacimiento de una nueva Era de amor, paz, de fraternidad, de abundancia y bienestar para la humanidad.

 

QUE DICE TREVISAN

 

«Los ricos realizan la maravilla de consagrar toda su vida a una empresa que tiende a impulsar el progreso en alguna dirección y, al fin de tantos años de desgaste, parten hacia la Eternidad sin llevarse nada». Sintetiza así, su concepto sobre los empresarios, que seguidamente desarrolla diciendo «cuando comienzo a analizar los beneficios que los ricos producen a la humanidad, muchas veces a costa de su propia vida, creo que ellos merecerían una bienaventuranza». Pero eso es un horror, diría alguien que sólo escuchó hablar de los méritos de la pobreza. Sí, vuelvo a afirmar con convicción. Bienaventurados los ricos porque ellos impulsan a la humanidad hacia delante y construyen un mundo mejor. Gracias a los meritorios esfuerzos de los ricos se realizan inmensos cultivos, único medio de matar el hambre de cinco millones de seres humanos y de una cantidad incalculable de animales. 

 

No son la azada, el pico o el arado de los hueyes los que van a producir las toneladas incalculables de cereales y productos necesarios para alimentar a los habitantes de este planeta. Es el dinero de los ricos el que creará las industrias que fabrican tractores, cosechadoras, sembradoras y una serie cada vez más sofisticada de máquinas necesarias para los cultivos. Es la riqueza y el esfuerzo de los ricos el que construye silos y levanta industrias para procesar y conservar los alimentos. Los medios de transportes, las casas donde vivirán ricos y pobres existen gracias a las fábricas de ladrillos, cemento, cables y todos los materiales necesarios. 

 

Las ropas que abrigan a la humanidad, son confeccionadas por las grandes y pequeñas industrias accionadas por los ricos. Pero, ¿existe mérito en eso? Se preguntará usted. Mucho más que de lo que usted se imagina. Dice el pobre y el obrero trabajan ocho horas y se van a sus casas, o hacia el bar de la esquina. Pero el dueño de la empresa llega más temprano y sale más tarde, trabajando diez, doce o más horas diarias para atender las exigencias de la misma. 

 

No es raro ver al industrial y al comerciante envejecer prematuramente, o ir al hospital a causa de un infarto y otros trastornos de salud causados por las innumerables preocupaciones y problemas. Mientras eso sucede, el obrero está jugando al fútbol o con su familia. Pero el obrero permanece con el salario fijo, se dirá, mientras que el dueño se lleva la parte del león amasando ganancias fabulosas a costa de los asalariados.

 

Vayamos despacio, apunta Trevisán, es lógico que el patrón se quede con la mayor parte de las ganancias, pues no es el obrero el que va a reponer la mercadería, el que va a comprar máquinas nuevas, el que va a reparar averías, el que va a construir nuevos pabellones, el que va a pagar los impuestos y las cargas sociales.

 

Y, en caso de que haya perjuicios, que a la empresa le vaya mal, de que todo el sacrificio de años de esfuerzos signifique una deuda para el resto de su vida, yo nunca oír decir, agrega, que los obreros lo ayudaron y repartieron los perjuicios ni que contribuyeron para levantar la empresa. Simplemente exigen lo que es suyo y se van para otro lado».

 

Una realidad expuesta con singular crudeza, que deja muchas enseñanzas, sobre la necesidad de terminar con el antagonismo entre empresarios y trabajadores que aún hoy agitan quienes parecen haberse quedado en épocas donde estaban desamparados ante a ausencia de la legislación adecuada que los pone a salvo de todo riesgo de ser explotados como, no tenemos dudas que lo fueron en muchos casos con anterioridad a 1946. Hoy los sindicatos tienen un poder extraordinario y si en algún lugar del país todavía hay abusos, tienen su responsabilidad.

 

Pero sería ingenuo ignorar que también, lamentablemente, están los que no quieren la armonía en esas relaciones porque se les acabaría el discurso que les da cierta vigencia que los mismos obreros y las urnas se encargan de demostrarles que la galera y el bastón pertenecen a la época de nuestros abuelos.

 


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