Puente Hendre: eslabón inolvidable
Hacia fines del siglo XIX la salida desde Trelew hacia Comodoro Rivadavia pasaba por las chacras de Lemmy Williams (hoy calle Murga); «La Galensita», de los Davies descendientes de María Humphreys; de los Berwyn de Bod Arthur, donde vivió sus últimos años el gran maestro; de los Jones O’Bont y de la familia de John ApWilliams, cuyo hogar aún se yergue frente al puente.
por REDACCIÓN CHUBUT 25/11/2019 - 00.00.hs
El camino, que en invierno era un lodazal infame y en verano, un polvaderal, cruzaba el río por el puente Hendre, único paso hacia el sur, donde en épocas estivales, el nivel del agua era tan bajo que bien podría vadearse a pie. Aún quedaban chacras sin alambrar o con flancos abiertos, y en 1888 pasó el gran arreo, de 5.000 ovinos y 500 caballos, rumbo a Santa Cruz, aunque por su número debió avanzar por la de Michael Evans.
La traza del río bautizaba la toponimia: según la circunstancia, el lugar recibía su nombre. El flanco norte se conoció como Drofa Gabets (en galés, vuelta + repollos) debido a una planta similar al repollo que prospera en la zona. La ribera sur se llamó Drofa Hesgog (vuelta + juncos) por unos juncales que poblaban la curva. El puente tomó su nombre, Hendre, por elección de un vecino y en honor a su lugar de origen, en Gales. Fue emplazado en su sitio, a pocos metros de la actual ubicación y su armazón de madera más liviana estuvo asentada sobre vigas de material duro, mientras los extremos se apoyaban sobre moles de pórfido.
En tiempos en que el talento viajaba bajo cualquier sombrero, Griffith Griffiths (a) Gutyn Ebrill, aparte de descollar entre los bardos del Eisteddfod, trabajaba la madera con gran destreza y, en compañía de un par de vecinos ferroviarios, fue dando forma a su obra de arte. A solo 23 años del desembarco, Trelew abría sus puertas hacia el sur ignoto con tablones de puente.
A pocas yardas del paso, hacia el oeste, se alzó una vivienda alargada que luego, en el siglo XX, los itálicos Socino ampliaron, dando lugar a lo que bien podría asemejarse a lo que hoy conocemos como «shopping». El primer vecino, Humphrey Jones, buen carpintero, además de cooperar en la construcción de la obra vial, aportó su gotita de sudor en el armado de los bancos de la capilla del barrio: «Moriah», vecina al Puente de Maffía. Como servicio adicional, se encargaba de cobrar peaje, seguramente el primero en su género en la historia patagónica. Así ocurrió la anécdota con una dama (¿Ms. Walker?) que se topó con Sam, el hijo del guardapuente, quien reclamó el pago de un chelín «por hombre y por caballo», a lo que la amazona respondió: «soy una mujer y cabalgo una yegua», y de un fustazo, partió al galope.
El viejo y querido Hendre ha cambiado. Además de mudarlo unos metros desde su asiento, en 2008 se lo reconstruyó y conectó con el asfalto flamante. Fue emocionante ver al Gobernador caminarlo con el nonagenario Ithon Jones, bisnieto del primer vecino, en un atardecer de primavera. Las maderas nuevas fueron repitiendo los pasos que quedaron en la historia del puente. Hoy el armazón está algo maltratado por ciertas almas romas, pero los vecinos, perseverantes, saben que muy pronto llegará la reparación, pues lo prometido es deuda. ¿O no?
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