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La energía nuclear afecta al ambiente | 5ta. parte

Siguiendo con la serie de notas en la que ponemos de manifiesto la afectación ambiental que produce la energía nuclear, veremos ahora cómo afectaron al ambiente alguno hechos poco conocidos.

      Desde décadas aguas somalíes han estado recibiendo desechos tóxicos de países desarrollados. El maremoto de diciembre de 2004 puso en evidencia esta realidad al contaminarse la costa de Somalia por residuos radiactivos. Los reclamos del pueblo somalí contra la descarga de desechos tóxicos fueron permanentemente desoídos. El tsunami hizo emerger las pruebas. El desastre arrastró contenedores oxidados, con residuos altamente nocivos, hasta las costas ubicadas al norte del país. Entre los contaminantes que se encontraron en los contenedores se detectaron residuos radioactivos de uranio, plomo y metales pesados como el cadmio y el mercurio.

 

       El Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA) ha realizado un informe que muestra que el tsunami que asoló el sudeste asiático en diciembre de 2004 afectó también a varios países costeros del Océano Índico. Concretamente la costa de Somalia, uno de los muchos países catalogados como «menos avanzados», se ha visto especialmente afectada por los residuos radiactivos vertidos durante años por las industrias de los países ricos.

 

        El hecho de que Somalia no haya contado con estructuras administrativas en las últimas décadas, sumado a la guerra civil, ha convertido a sus costas, además de caladeros de piratas, en vertederos de residuos tóxicos y radiactivos.

 

        Desde principios de los ochenta, las aguas territoriales y las costas somalíes han recibido vertidos de uranio, metales pesados extremadamente contaminantes como plomo, cadmio o mercurio, difíciles y caros de tratar en el Norte, y residuos tóxicos procedentes de hospitales o industrias químicas.

 

         El PNUMA explica en su informe que la mayoría de estos vertidos eran simplemente arrojados a las playas en contenedores, barriles y tanques, sin precaución alguna para las poblaciones de la zona o el impacto medioambiental. La ONU ha destacado que estas actividades violan los tratados internacionales de exportación de residuos tóxicos, y que es «éticamente cuestionable» negociar contratos de este tipo con un país en guerra civil.

 

         En este sentido, los datos del PNUMA revelan que los países desarrollados producen cerca del 90% de los residuos tóxicos del planeta, a un ritmo que alcanzó los 300 millones de toneladas anuales en los ochenta. Entre los principales «exportadores» de vertidos se encuentran Alemania, Países Bajos, Estados Unidos, Reino Unido y Australia. A estos países les sale más rentable librarse de los residuos en África, donde deshacerse de una tonelada de vertidos cuesta cien veces menos que en Europa.

 

Impacto medioambiental

 

        En cuanto a las consecuencias medioambientales del tsunami para el país, destaca principalmente el hecho de que la contaminación se ha multiplicado en algunas zonas, como en las playas de North Hobyo (Mudug) y Warsheik (Benadir).

 

        El impacto ha supuesto, según el informe del PNUMA, «problemas sanitarios y medioambientales a las comunidades pesqueras vecinas», incluyendo la contaminación de los acuíferos. Además, la ONU asegura que numerosas personas se han quejado de «problemas de salud inusuales» después de que sus pueblos empezaran a ser azotados por vientos llegados desde la costa, como infecciones agudas del aparato respiratorio, tos severa, sangrado por la boca, hemorragias abdominales, reacciones cutáneas e incluso «muerte súbita», síntomas idénticos a los de la intoxicación por sustancias químicas o radiactivas.

 

        En la misma línea, el trabajo del PNUMA enfatiza en que estos desastres «son catástrofes a corto plazo, pero la contaminación del medio ambiente por residuos radiactivos puede tener graves efectos a largo plazo en la salud humana, en los acuíferos, la tierra, la agricultura y las pesquerías durante muchos años».

 

Inconsciencia gubernamental    

 

       Aunque parezca increíble, el Gobierno británico autorizó, en los años cincuenta, el transporte clandestino, en vuelos regulares, de residuos radiactivos procedentes de pruebas nucleares en el Pacífico, según reveló en 1994 el diario The Observer.

 

       Los residuos se transportaron, al final de los ensayos de la bomba H británica, a las islas Christmas, antes de ser herméticamente cerrados en cajas de plomo y enviados a Londres para su examen, a bordo de aviones de línea de la compañía australiana Qantas que hacían escala en Honolulú, San Francisco y Nueva York. Las cajas viajaron como "valija diplomática" y no podían ser abiertas. The Observer, que cita documentos oficiales publicados, afirma que Norman Saxby, primera persona en acompañar los residuos murió en 1991 de dos tipos diferentes de cáncer. Prueba indubitable que su trabajo lo contaminó.

 

      El Ministerio de Asuntos Exteriores recurrió, según el citado diario, a vuelos regulares por el elevado coste del transporte en aviones militares. Inconsciencia oficial.

 

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