EL CAMINO NUCLEAR
Todo comenzó en 1939, cuando Albert Einstein firmó una carta, redactada por Leo Szilard, al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, advirtiendo que la Alemania nazi podría desarrollar "bombas extremadamente poderosas de un nuevo tipo" e instándolo a actuar para evitar que Hitler consiguiera el monopolio de la bomba atómica.
El miedo era legítimo. Solo un científico, Joseph Rotblat, abandonó el Proyecto Manhattan en diciembre de 1944, cuando se hizo evidente que Hitler no tenía un programa viable de bombas atómicas.
Nadie renunció cuando Alemania fue derrotada. Con la rendición de Hitler meses después quedó cancelado el argumento que daba pie al proyecto de fabricar la bomba atómica.
Recordando ese momento, otro científico de Los Álamos, Richard Feynman, arrepentido dijo en una entrevista con la BBC en 1981 "Simplemente no pensé, ¿de acuerdo?", declaró arrepentido de no haber restado su colaboración al proyecto.
La continuidad del Proyecto Manhattan en 1945 es fundamental para la tragedia de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Pero también es trágico el daño multigeneracional que la producción, las pruebas y la limpieza de armas nucleares han causado en todo el mundo, hasta el día de hoy.
Existía una visión divergente sobre el propósito de la bomba atómica, que iba mucho más allá de prevenir el chantaje nuclear nazi. Esta fue gráficamente enmarcada por el secretario de Guerra Henry Stimson, quien informó al presidente Harry Truman sobre el proyecto el 25 de abril de 1945, poco después de asumir la presidencia tras la muerte de Roosevelt.
Stimson advirtió que las armas atómicas podrían destruir la civilización. Sin embargo, añadió: «Si se resuelve el problema del uso adecuado de esta arma, tendremos la oportunidad de que el mundo adopte un modelo que permita salvar la paz mundial y nuestra civilización». El monopolio atómico estadounidense estaba al alcance de la mano.
La paz mundial de Stimson, con una bomba nuclear en la punta, en 1945 es una interesante definición de civilización. Pero la idea del control estadounidense del mundo en la posguerra había surgido años antes, aproximadamente al mismo tiempo que Einstein y Szilard enviaron su carta a Roosevelt.
Otro científico-ingeniero, mucho menos conocido, tenía mayores ambiciones que coincidían con el establishment de la política exterior en Washington en aquel momento. Vannevar Bush (sin parentesco con los dos presidentes homónimos), quien acababa de ser nombrado director de la prestigiosa Institución Carnegie para la Ciencia, creía que «el mundo probablemente será gobernado por quienes sepan aplicar la ciencia en su sentido más amplio».
Quería presidir el desarrollo de armas científicamente avanzadas para su uso en la Segunda Guerra Mundial, como bombas inteligentes con radar. Un año y medio antes de Pearl Harbor y la posterior entrada de Estados Unidos en la guerra, Roosevelt nombró a Bush como su representante en la Casa Blanca, precisamente para ese propósito.
La visión de un control global con armas nucleares prevaleció en diciembre de 1944. El Proyecto Manhattan se aceleró para garantizar que se utilizaran bombas atómicas durante la Segunda Guerra Mundial.
Alemania había dejado de ser objetivo mucho antes —el 5 de mayo de 1943—, cuando el Comité de Política Militar, encabezado por Bush, consideró por primera vez las opciones para bombardear Japón.
El comité decidió que era demasiado arriesgado atacar a Alemania; científicos alemanes podrían revertir la ingeniería de su propia bomba nuclear, si la bomba aliada resultaba ser un fracaso. El objetivo se establecería en la región del Pacífico y se mantendría en secreto. El objetivo propuesto ese día era la flota japonesa en la laguna de Truk, en Micronesia; si la bomba fallaba, se hundiría. Los preparativos para bombardear Japón se realizaron en 1944.
Sin embargo, los científicos del Proyecto Manhattan seguían creyendo que sus esfuerzos se centraban en competir contra Alemania. Bush había decidido mantenerlos al margen de la política. No hay pruebas de que Alemania fuera siquiera considerada un objetivo después de mayo de 1943. El general Leslie Groves, quien dirigió el Proyecto Manhattan, escribió en abril de 1945 : «El objetivo es, y siempre se esperó, que fuera Japón». Ochenta años después, este importante hecho histórico es poco conocido.
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