LITERATURA

“Como un alud”

El jurado del Certamen Literario de Aventura y Ciencia Ficción que organizó la en homenaje a Julio Verne eligió esta obra de Juan Miguel Idiazabal como una de las mejores en la categoría para mayores de 18 años.

por REDACCIÓN CHUBUT 23/07/2021 - 21.30.hs

Como un alud

 

A los habitantes de Allen y las comunidades del Valle del Río Negro.

 

 

Hacía diez años que no volvía a mi Allen natal. Hacía años que no visitaba a mi padre. Por lo menos desde el fallecimiento de mi madre. Ahora, era tarde, lo único que restaba por hacer era dar una última mirada a la chacra que fuera de ellos. Esa chacra de mi infancia llena de recuerdos hermosos, dolorosos. Recuerdos, al fin y al cabo. Esa parcela de tierra que había vendido sin siquiera visitar para ver si había algo que quisiera llevarme una muestra de estúpida nostalgia. Pedí permiso al nuevo dueño, apellidado Roca, para visitar la chacra por última vez. El nuevo dueño, un empresario que tenía campos de frutales por todo el valle del Río Negro me aseguró que siempre sería bienvenido allí. Después de todo esa fue la casa de mi familia durante tres generaciones. Él entendía el dolor de mi pérdida y comprendía que cuando éste se calmase seguramente querría ir a retirar algunas cosas que me aseguró estarían guardadas en algún lugar seco a mi espera.

 

 

Al otro día de realizada la operación y con un sentido de responsabilidad inspirado por sabrá Dios qué, llamé. El señor Roca con tono desconfiado me facilitaría una llave de la casa por unos días antes de su demolición.

 

 

Tomé el camino escénico a través de un viejo sendero rural que bordeaba el río. Era época de cosecha, los manzanos y los perales estarían cargados de fruta fresca. La mejor vista de eso, se obtenía a través de este viejo camino que los hijos de los chacareros tantas veces usamos para volver a casa durante nuestras correrías de adolescentes.

 

 

Cuan equivocado estaba. Los manzanos y los perales de las chacras a la vera del río estaban secos, marchitos o muriendo. Paré varias veces sorprendido de todavía encontrar fruta sin cosechar. Cuanto más me acercaba a la antigua propiedad de mi familia, peor estaba la cosa. Los campos vacíos. Se veían pocos álamos en las chacras. Lo cual era raro también, pues fueron estos los árboles elegidos por los lugareños para detener la fuerza incontenible de los vientos patagónicos. Doblé por un viejo camino de tierra y puse rumbo a la tranquera que allí había. Unos metros más y volvería a caminar por la casa de mi infancia y adolescencia.

 

 

Al adentrarme en la propiedad lo vi. El horror. Una torre de exploración de gas. Algunos conocidos me habían advertido que la zona se estaba convirtiendo en un páramo debido al fracking, pero no quise escuchar. Tenían razón, los chacareros estaban cediendo los permisos de uso de la superficie del suelo a cambio de una renta. Éste había sido el secreto de mi padre para, aunque anciano, poder llevar una vida holgada durante sus últimos años. Se había convertido en superficiario. Las emociones que sentí al ver la casa de mis padres en ese estado ruinoso cayeron sobre mi como un alud gigantesco.

 

 

No podía creer en mis sentidos. Frente a mí, pegada al viejo galpón donde en esta época se guardaba la cosecha hasta el momento de enviarla a la empacadora se erguía una horrible torre de fracking con sus luces titilantes de colores. Igual a un postapocalíptico punk árbol de navidad, decían algunos. Cuánta razón tenían. Era una especie de cigarro de metal con una jaula por base. Cerca de la torre había unos tanques que parecían de almacenamiento. Más allá un gran piletón de agua del que salía un tubo en dirección al río.

 

 

¿Qué había ocurrido estos años en mi ausencia? Y más importante, ¿por qué alguien compra una chacra con una torre de fracking operativa sobre ella? Seguramente el comprador estaba al tanto. Cualquier persona en su sano juicio visita la propiedad antes de adquirirla.

 

 

Todo tiene sentido ahora, las manzanas y las peras pudriéndose sin cosechar. Las chacras circundantes vacías. La desaparición de los álamos. El buen precio que recibí por la propiedad. Mientras más tiempo pasaba allí, más me daba cuenta del desastre que presenciaba. Ni siquiera se oía el trinar de aves y pájaros. ¿Habrían muerto o sólo emigrado?

 

 

Mi mundo se desmoronaba de a poco cuando vi aparecer a alguien desde la torre.

 

 

─ Buen día. Mi nombre es Joel. Soy el ingeniero a cargo de la torre. Está en propiedad privada. ¿Le puedo ayudar en algo? ─ Dijo secamente el empleado.

 

 

─ Buen día. Me llamo Gino. Disculpe la molestia es que entré por el camino de atrás. Hasta ayer, esta solía ser la casa de mi padre.

 

 

─ Ah, ya veo. Usted es el hijo del señor Santino. Mi más sentido pésame.

 

 

─ Gracias. La verdad es que vine para dar un último vistazo al lugar y ver si quedaba algo para llevarme, pero no sabía que estaría tan cambiado. Le digo más, no tenía idea que me encontraría con una torre de fracking en el patio.

 

 

─ No me diga que usted no sabía que su padre nos alquiló la chacra. ─ Joel se rascó la cabeza.

 

 

─ No para nada. Aunque ahora entiendo porque hice tan buen negocio inmobiliario con el señor Roca. ─ Intenté sonreír mi mejor mueca.

 

 

─ Veo que conoció al jefe. Es un buen hombre. Está comprando a buen precio todas las chacras que puede. No es ni fácil, ni barato, pero hace lo que puede. ─ Joel me observó de arriba abajo ─ El Señor Roca me avisó que usted pasaría a retirar algunas cosas de la casa antes de que la demolamos. ¿Desea pasar a ver qué se puede llevar? De más está decir que si usted me indica yo le guardo muebles y cosas así en aquel galponcito. Órdenes del jefe. ─ Joel señaló un viejo galpón cerrado donde se guardaba un tractor.

 

 

Intenté decir algo más, pero sólo atiné a saludar con la mano antes de subirme al auto para regresar a Allen. No sé si el ingeniero me dijo algo más. Me concentré en manejar. Al volver, llevé las llaves de la casa de mis padres a la inmobiliaria. Agradecí la amabilidad del señor Roca por dejarme echar un último vistazo y me retiré rápidamente aduciendo una migraña para no contestar preguntas para las cuales no estoy preparado.

 

 

Esa misma tarde armé mi bolso. Pagué la habitación del hotel en la que me estaba hospedando y me fui de mi ciudad para siempre. Habré hecho unos cien kilómetros cuando detuve el auto a la vera de la ruta. El cielo de la tarde pintado de naranja me recordó los días de verano vividos en esa chacra que ahora se echaba a perder producto de la codicia extractivista. Lloré sobre el volante. Lloré cuando le conté a mis amigos en Buenos Aires lo que había visto. Hace dos años de esa visita, aún me duermo llorando al recordar el sueño de mis padres y de mis abuelos destruido por un poco de dinero.

 

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