El zonal del valle

Frida Kahlo. Murió para seguir naciendo

Por Sergio Pravaz
Hay frases para todo en la vida. Las encontramos en el imaginario popular, escapadas de la boca de aquellas personas que admiramos, o bien en las paredes de las calles como elocuentes mensajes del hastío, el amor, la picardía o la pura necesidad.

por REDACCIÓN CHUBUT 20/03/2019 - 18.34.hs

Las hallamos también y sobre todo en los libros; ellos están repletos, hay multitud de ellas, por eso a la hora de leer hay que hacerlo con un lápiz en la mano para marcar sin miedo, no perderse las que valen y luego regresar a buscarlas. Pero también las hay en la canción popular y en el cine; esos dos oráculos cargan también con las mejores; seis balas de plata cada uno y suelen ser los más rápidos del oeste a la hora de disparar y hacer centro entre ceja y ceja, que es lo mismo que decir el corazón, el alma o lo que sea; blandito o duro perforan igual.
Hay una cita que siempre me llamó la atención, por la crudeza y la exactitud del espíritu que la produjo y es la siguiente: “Pies para que los quiero si tengo alas para volar”. Conmociona si pensamos cuál puede ser el origen de esa máxima porque finalmente los aforismos son una síntesis de eso que nos sobrepasa largamente; es allí donde reside su eficacia y la magia que hace que se nos queden pegadas al cuerpo, de por vida, o cuanto menos, una buena parte del tránsito que hacemos.
Frida Kahlo, no hace falta mencionar que es la autora de la frase citada como de tantas otras anotadas con urgencia en sus inseparables diarios, fue una mujer ideal para el mito: su vestimenta, sus collares y abalorios, su temperamento transgresor, su sufrimiento físico interminable, su singular obra pictórica como perfecta autobiografía, sus exposiciones en Nueva York, Filadelfia, Boston y París, su sexualidad, su nacionalismo, la admiración que le profesaron Pablo Picasso, Wassily Kandinski, André Bretón o Marcel Duchamp, las descomunales peleas y rabietas con su esposo Diego Rivera (más audaces que John y Yoko, por cierto), su última exposición -única individual en su país- en la Galería de Arte Contemporáneo a la que asistió en ambulancia y en la que estuvo departiendo desde una cama de hospital ubicada en el centro de la galería ya que los médicos le habían prohibido que concurriera, o su velorio en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, son apenas algunos de los elementos que confluyeron hasta convertirla en lo que es hoy, una referencia ineludible, en la pintora mexicana más famosa del mundo, en un ícono pop, una imagen, una marca, una fuerza de la naturaleza, y en todo lo que uno quiera que ella sea.
Tuvo la desgracia y el coraje de encontrarse cara a cara con su destino en plena calle y aunque la vida le pasó por encima bajo la forma de un camión y un tranvía, no bajó los brazos y se reconstruyó entera tantas veces como debió hacerlo porque su personalidad era como la de Paul Newman en “La leyenda del indomable” cuando se comió cincuenta huevos duros solo para demostrarles a los muchachos del penal que no lo iba a atropellar así nomás.
Bueno, así era Frida y mucho más porque cuando André Bretón en su plena gloria y en viaje por México durante el año 1938 alucinó con su pintura y declaró que la misma era surrealista, ella lo paró en seco y le dijo que no, que eso no era así porque ella pintaba su propia realidad.
Otro que se deshizo en elogios fue Picasso, sobre todo por su talento como retratista; en carta a Diego Rivera le expresó: “Ni tu ni yo somos capaces de pintar un rostro como los que pinta Frida”.
Si hubiese nacido en Rawson seguro que le tocaba ser la reina del carnaval y también bailarina de la mejor comparsa del pueblo, además de sus otras actividades, por cierto: militante comunista, pintora genial, mujer alborotadora, visionaria, amante cabal, y brava como el más bravo de los vientos que ha soplado por estas tierras y eso que en nuestra comarca los vientos son más bien indisciplinados y arrebatadores.
Bueno, como la Frida cuando algo se le ponía en la cabeza; por eso la luz le salía como le salía. Ella tuvo la nobleza de ser su propio espejo en cada uno de sus momentos, sobre todo en los feroces, los dolientes, y compartir todo eso a través de su pintura sin par, como un diario íntimo cuyos párrafos y páginas son el resultado de una honestidad sin límites que no pide tregua ni piedad.
No hay más que ver su obra para tener una idea acabada de lo que digo.  
En un cuadro del año 46, un autorretrato más precisamente, hay un cartelito que dice: “Árbol de la esperanza mantente firme”. Y en su diario anotó lo siguiente luego de participar en una silla de ruedas de una manifestación contra la intervención estadounidense en la Guatemala de 1954: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.
A los diez días murió a esta vida para seguir naciendo a cada rato, como les suele ocurrir a algunas gentes que vienen por un tiempo para iluminar el barrio y luego hacen como que se van pero en realidad nunca se van y se quedan entre nosotros por todo el tiempo que dura la memoria.
 

 

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