Fin de Semana

Los recuerdos de Luisa Cañuqueo, nieta de la curandera machi de Cerro Negro

Luisa Cañuqueo vive en Paso de Indios. Es la nieta de María Epul, la curandera y camaruquera machi, que vivió en Cerro Negro hasta 1960. Hay muchas leyendas y relatos orales sobre la vida de la curandera, y muchos historiadores se han encargado de ir recopilando aspectos de su vida y de su accionar; pero en nuestro caso, preferimos contar la historia de una protagonista más que cercana, un lazo sanguíneo: su nieta Luisa.

por Zulma Díaz 16/10/2020 - 20.27.hs

Luisa vive en Paso de Indios, cumplió 77 años el 15 de septiembre último y estuvo acompañada por su hija Vilma Chacón, nietos y bisnieta.

 

En mayo de 2016 compartimos la historia en Suplemento “Meseta”, gracias al aporte del trabajo del área de Educación Intercultural Bilingüe (EIB) de la Escuela 777 de Paso de Indios. Marcia Sastre y Lidia Epul, filmaron y charlaron con la abuela, muy querida y apreciada en la localidad, siempre convocada para hablar de la cultura mapuche, y presentar tejidos, artesanías e instrumentos musicales.

 

 

Al recordar a su abuela de Cerro Negro, recordó su infancia, días de camaruco, mucha gente a la que su abuela sanaba y cómo era la vida en el campo.

 

 

MI ABUELA, CURANDERA

 

“Yo me llamo Luisa Cañuqueo,  nací el 15 de septiembre, pero no me acuerdo de qué año. Nací en Cerro Negro, donde vivía mi abuela. Mi papá, Antonio Cañuqueo, era hijo de la abuela María”.

 

 “Mi abuela mandó a construir varias casas, tenía varios peones e inclusive la Escuela de Cerro Negro, a ésa escuela fui yo”, dijo Luisa, recordando en especial a la maestra Carmen de Constanzo, quien “me enseñó a escribir, me aconsejaba y me hablaba”.

 

“Mi abuela era curandera, curaba a las personas, curaba a todos los que iban. Como ella sólo hablaba en lengua, ella le explicaba a mi tío Bernardo lo que tenía la gente”. Su tío Bernardo era traductor, la gente explicaba donde tenía la dolencia y la abuela se encargaba de preparar los remedios.

 

“La abuela tenía una ventana y ahí se ganaba, con un frasquito al que daba vuelta y los sacudía. Lo ponía al sol por esa ventana, y ahí veía todas las enfermedades que la persona tenía. Mi tío estaba afuera de la ventana y la abuela adentro”, recordó Luisa.

 

GENTE DE TODOS LADOS

 

La memoria de su niñez le trae recuerdos de camarucos, de la gente que llegaba de todos lados, en autos, recuerda a su abuela entregando botellas o damajuanas con sus pócimas, se escuchaba que llegaba gente de José de San Martín, Trelew, Comodoro, “todos iban cuando se enteraron”.

 

Recordó a sus tíos: Bernardo, Andrés y Celestina, “que era la hija mayor de mi abuela. Mi abuela le quería dejar ese ser, es don, que ella tenía a la Celestina, pero a la Celestina le hicieron un daño y no le avisó a tiempo a la abuela. Así que la abuela no pudo hacer, porque cuando se enteró ya estaba jodida. Ese daño que le hicieron es porque hay gente mala, que hace eso por envidia”, narró Luisa textualmente.

 

UN AVION

 

También recordó cuando la abuela mandó a sus peones a limpiar una loma, cercana a donde vivían, porque iba a aterrizar un avión. Que de hecho llegó con una chica llamada Regina y otra gente. “Regina estaba enferma, ella se curó y después se fue más contenta”. Dicen que desde Camarones, la familia del general Juan Domingo Perón llegaba a ver a la abuela.

 

“La gente se quedaba, porque la abuela mandó a construir una cocina, a veces se hacía tarde en el invierno y no podían volverse, en ésa cocina, la gente se quedaba, tomaban mate y comían”.

 

TAMBORES

 

Muchas historias de la abuela de Luisa se pueden encontrar en un libro editado por la Secretaría de Cultura de Chubut, “Doña María Epul de Cañuqueo, machi y camaruquera de Cerro Negro”: una recopilación de historias de la abuela oídas de boca de gente que la conoció o supo de ella.

 

 

Su nieta Luisa siguió recordando, por ejemplo, los remedios que preparaba su abuela, que quedaban en tambores de 20 litros; “los preparaba con yuyos. Hacía remedios en cantidad, también los despachaba en botellas o en damajuanas. Por ahí me acordaba, por ahí no, cuando uno es chico se pone a chiviar y no prestaba atención. Yo seguía yendo a la escuela porque la abuela quería que vayamos a la escuela, que aprendamos. También recuerdo que a veces curaba a las personas con dos cuchillos, y a alguna gente le daba miedo”, dijo, recordando que siendo una niña de 8 años la hicieron participar por primera vez de un camaruco “que lo hacía mi abuela, porque pedían para que haya lluvia ya que los animales estaban muy flacos y el campo seco”. 

 

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