Regionales

¿Acostumbrarnos a cada vez mayor pobreza e indigencia o planificar y exigir la necesaria transformación?

por Gonzálo Pérez Alvarez: Cuatro de cada diez personas son pobres en Trelew y Rawson. Estimaciones informales realizadas en las barriadas populares, indican que tras la pandemia saldremos con más del 50% de nuestra población en situación de pobreza.

Los índices de desocupación también son alarmantes, especialmente porque ya no registran aquel porcentaje, cada vez más creciente, de población joven que ni siquiera busca empleo. La pobreza aumentó, de modo sostenido, durante los últimos años (de 23,5% en el 2º semestre de 2017 al 39,5% en el 2º semestre 2019). Hay que dar un cambio total a lo que se viene haciendo, porque la situación es realmente catastrófica.

 

El dato más aberrante es que 1 de cada 10 personas en Trelew y Rawson sufre problemas graves o muy graves de alimentación. Se sabe, por diversos estudios, que esa medición siempre es subestimada, porque a la gente le da vergüenza declarar que no puede darle de comer a sus hijos, o no saben que están mal alimentados. Estos datos son aún peores para las mujeres y la niñez: lamentablemente podemos inferir que más de 1 de cada 10 chicos de la región no está nutriéndose de la manera adecuada, o sea no tiene posibilidades de desarrollarse integralmente.
El dato es trágico hoy; pero aún más siniestro es seguir acostumbrándonos a un Trelew donde la pobreza y la indigencia sean cada vez más estructurales. Tan lejos parece aquel emblema de nuestra ciudad como «la más progresista del sur argentino», que hoy semeja casi una utopía la demanda de retomar verdaderos proyectos transformadores hacia el futuro. Sin dudas esa es la única posibilidad de transformar esta realidad.
Debemos construir consensos regionales básicos entre las distintas fuerzas políticas, organizaciones sociales, ambientales y sindicales, retomar los antiguos (pero no por eso irrelevantes) proyectos de desarrollo para la región (desde los formulados por el naciente peronismo, allá por 1945, hasta los más recientes) y construir un conjunto de demandas ante el Estado nacional, más allá de quien ocasionalmente esté a cargo del gobierno. Entre tantas cosas, debemos recuperar el índice de coparticipación perdido en 1988, exigir la instalación de ferrocarriles en Patagonia, mejorar los puertos, impulsar la refinería en Comodoro, conseguir un verdadero control provincial de la industria pesquera, del petróleo y de la energía, aportes diferenciales por el costo de la «zona patagónica», y construir planes de desarrollo sustentable, con políticas que vayan alejándose del extractivismo (aún con valor agregado) y que pongan el eje en consolidar nuestro aparato productivo.
Desde la caída de la política de polos de desarrollo, hace ya alrededor de 30 años, que el Estado nacional no tiene otro proyecto para Chubut más que la extracción sistemática de sus bienes comunes (o recursos naturales, según el concepto que se utilice), sin agregación de valor. Chubut es desde hace años la cuarta provincia exportadora del país, o sea una de las grandes generadoras de divisas, el mayor déficit histórico de la economía argentina. Sin embargo, en la provincia sólo queda el pasivo ambiental y los costos sociales: hace 30 años sufrimos un verdadero colonialismo interno.
Más de una generación de chubutenses ha crecido en esa situación. Es hora de romper con eso, y este marco excepcional de la pandemia nos brinda una posibilidad para hacerlo. Ante una situación de excepción, debemos exigir medidas excepcionales. Es eso, o acostumbrarnos, cada vez más, a la pobreza y la indigencia, al hambre de los pibes como parte de nuestra realidad cotidiana.
 

 

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