Un mar de riquezas: La importancia de entenderlo como activo económico
Por María Isabel Zárate. Titular en MIZ & Asociados / Patagonia Blue Accelerator
por REDACCIÓN CHUBUT 23/06/2024 - 00.00.hs
Cualquiera que viva en un lugar con mar lo sabe: tropezarse con su sombra azul caminando por las calles no es en absoluto raro y, según esté la marea, tampoco lo es abrir la ventana y que entre un fuerte olor salado.
Para quienes llegan desde otras latitudes, esas realidades suelen ofrecer la oportunidad de hacer glosas poéticas sobre el océano, mientras que para quienes han crecido de cara al mar, se trata de algo tan cotidiano que ni lo perciben. Lo que unos y otros suelen olvidar, en cambio, es que esa sombra azul es también un importante activo económico.
La vida en el planeta surgió en el océano y tras millones de años se adaptó para ser posible en tierra, dando paso a la existencia humana. Aunque no vivamos en el océano, este ecosistema es clave para sostener la vida.
En nuestro país, el océano es el socio natural de nuestra existencia. Comencemos con algunos datos, para contextualizar: el 36% de nuestro territorio soberano es mar; Argentina tiene una plataforma continental de 6,5 millones de km2, repartidos en aguas de dos continentes: el americano y el antártico. De ese total, 1,7 millones fueron incorporados a partir de 2017, luego del reconocimiento de la Comisión de Límites de Naciones Unidas. Nuestro mar se extiende 4.725 km desde la desembocadura del Río de la Plata hasta el sur de Tierra del Fuego, a ello se suman los 11.325 km de las costas de la Antártida Argentina e islas australes.
El Mar Argentino es uno de los más ricos del mundo en recursos naturales, tanto vivos como no vivos, producto de su favorable configuración oceanográfica, estructura geológica, dinámica sedimentaria y biodiversidad. Los recursos vivos –considerados renovables, a menos que se agoten por sobreexplotación o deterioro del ambiente– son los únicos plenamente aprovechados.
Existen recursos energéticos inagotables, cuyo aprovechamiento es indirecto ya que dependen de plantas de conversión de la energía: las olas (energía undimotriz), las mareas (energía mareomotriz), las corrientes marinas, las gradientes de temperatura y salinidad (energías térmica y osmótica) y los vientos (energía eólica).
Con una imagen desde el espacio, se puede observar que el Mar Argentino es una extensión de la Pampa Húmeda en cuanto a la riqueza que contiene. El fitoplancton es fuente de alimento a gran parte de la cadena alimentaria. En primavera su florecimiento en cantidad es notorio. Estos organismos flotantes y microscópicos desempeñan varias funciones claves para hacer posible la vida en la Tierra. En primer lugar, son una fuente de alimento para el zooplancton, los mariscos y las criaturas marinas que acaban convirtiéndose en alimento para otras criaturas más grandes. Además, producen una cantidad considerable de oxígeno en nuestros océanos y en la atmósfera, por lo que son esenciales en la estabilidad climática.
Si hablamos del mar y de la importancia de sus recursos, un sector clave es el de la pesca. A pesar de que, a nivel nacional, la pesca representa solo el 1% del PBI, en los últimos años, la actividad dio muestras de un fuerte dinamismo: actualmente, ocupa el séptimo entre los complejos exportadores argentinos. Son muchas las especies explotables: desde merluza hubbsi, polaca y de cola, hasta calamar illex y langostino.
El 70% está compuesto por peces y el 30% restante se reparte entre moluscos y crustáceos. Hay, además, otras especies de importancia, aunque en menor volumen y valor: centolla, corvinas, rayas, vieiras, ostras y mejillones, abadejo, tiburones, lenguados. Alrededor de 100 países importan, de un modo u otro, producción pesquera argentina, sobre todo España, China, Estados Unidos, Brasil e Italia.
Pero como dijimos anteriormente, el océano que baña las costas argentinas no es solo pesca. Hay mucho más para aprovechar de manera sustentable.
Un perfil industrial y productivo “integrador” debe unir a la correcta explotación de los recursos marítimos, el agregado de tecnología y manufactura que permita el incremento del valor de lo producido con la incorporación de la mano de obra y conocimiento nacional, orientado fundamentalmente hacia aquellos productos que nos permitan una mayor competitividad y “exclusividad” en el marco exportador, como así, en el desarrollo naviero mercante y en el área de seguridad marítima en consorcios regionales internos y de ser necesario con países del continente, en particular los del Mercosur, tanto con capitales y conocimiento públicos como privados.
Esta redefinición del perfil industrial y productivo generará asimismo una importante inversión pública y privada en ciencia y tecnología. Se necesitan inversiones directas sobre las áreas clave que conformarán la nueva economía azul, como recuerdan desde el Foro Económico Mundial. Para cumplir los objetivos de la ONU en el desarrollo del potencial de los mares se necesita una inversión de 174.500 millones de dólares por año entre 2020 y 2030. El compromiso de ONGs, gobiernos, filántropos o bancos de desarrollo es claro, recuerda el Foro, pero lo importante ya no es el compromiso –que se ha conseguido–, sino la inversión directa para poner esta revolución en marcha: las oportunidades, tanto públicas como privadas, ya existen.
El retorno puede ser importantísimo, ya que el mar no solo alimentará a las poblaciones, sino que también puede convertirse en una de las grandes fuentes de empleo e innovación a todos los niveles. Ahora mismo, la economía azul mueve en todo el mundo mil millones y medio de dólares (y si se juegan bien las cartas, se espera que para 2030 esta cifra sea ya el doble).
Los pilares bajo los que se sustenta la economía azul pasan por asegurar que los ecosistemas mantengan su trayectoria evolutiva. La ciencia y la tecnología ya permiten explotar y gestionar de forma sostenible la riqueza de los mares y restaurar los espacios degradados. De esta manera se recupera biodiversidad generando riqueza y mejorando la calidad de nuestro entorno y por tanto de nuestras vidas.
Hay que reparar la mar, parafraseando al periódico Le Monde, si queremos salvar al hombre.
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