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Carta abierta a los presidentes de Brasil y Argentina

Preparada conjuntamente por la Articulação Antinuclear Brasileira (AAB) y el Movimiento Antinuclear de la República Argentina (MARA), después de la reunión de los presidentes de los dos países el 23 de enero de 2023, en Buenos Aires, Argentina.

Estas dos organizaciones decidieron escribir conjuntamente una carta abierta a los presidentes, advirtiéndoles de la absoluta necesidad de firmar acuerdos sobre tecnologías riesgosas y de sus consecuencias para el bienestar de la población y de las generaciones futuras,  sólo después de haber escuchado a todos aquellos que en sus respectivas sociedades se han ocupado de  ellas.

 

Extractamos textualmente solo la parte correspondiente al caso del uso de la energía nuclear para producir electricidad.

 

     “…esta cuestión nunca ha dejado de ser controvertida, en Brasil, en Argentina y en el mundo. Esta tecnología, un derivado de la tecnología de la bomba atómica - el arma más poderosa de destrucción masiva creada por el ser humano.

 

     Tras ser utilizada por primera vez en 1945, quedó claro que un país que dispusiera de bombas atómicas impondría sus intereses a los demás.

 

     Esto llevó a muchos países a una carrera armamentística – entre ellos Brasil y Argentina - al mismo tiempo que surgía un esfuerzo internacional para evitar nuevos crímenes como los de Hiroshima y Nagasaki, entre otras cosas porque conducirían a un apocalipsis nuclear.

 

     En 1957 se creó el Organismo Internacional de la Energía Atómica - OIEA, cuya función principal era evitar la proliferación de estas armas.

 

     En 1968 se firmó en la ONU un Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares, el TNP, pero no todos los países lo suscribieron - entre ellos Brasil y Argentina.

 

     India y Pakistán, países vecinos, tampoco lo firmaron. India probó su primera bomba en 1974. Pakistán, derrotado en la guerra contra India en 1971, comenzó al año siguiente a fabricar su propia bomba, de la que ahora dispone. Estos países viven hasta hoy en el terror atómico mutuo.

 

     Sabemos que Brasil y Argentina han tenido más suerte. La carrera por la “bomba brasileña”, que comenzó en 1951 y se consolidó aún más con la dictadura militar impuesta en 1964, fue interrumpida por el Presidente Collor de Mello, que el 19 de septiembre de 1990 cerró simbólicamente los pozos para las pruebas nucleares en Cachimbo (Pará), preparados en secreto.

 

     En la misma década de 1990, Brasil y Argentina firmaron el TNP y, en 1991, suscribieron un acuerdo “para el uso exclusivamente pacífico de la energía nuclear” (12 de diciembre de 1991). Como resultado de ese acuerdo se creó la Agencia Brasileño-Argentina de Control y Contabilidad de Materiales Nucleares (ABACC) que aseguraba la fiscalización mutua.

 

     Dos instrumentos bloquearon finalmente cualquier intento armamentista nuclear: la Argentina, Brasil, ABACC y la OIEA firmaron un acuerdo para la aplicación de salvaguardas, y el mayor control de los respectivos programas nucleares (1994), y ambos países suscribieron, también en 1994, el Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y Caribe (Tratado de Tlatelolco).

 

     Ahora vemos, sin embargo, que los riesgos de una tercera guerra mundial y de un apocalipsis nuclear resurgen claramente con la guerra en Ucrania, lo que nos obliga a multiplicar los esfuerzos para alcanzar efectivamente un acuerdo de paz en esta guerra.

 

    Pero nuestra preocupación por los acuerdos de nuestros presidentes en el ámbito nuclear no se dirige al "arma de las armas". Se dirige a su descendencia: las centrales nucleares para producir electricidad.

 

    Porque este segundo uso de la energía nuclear, menos demencial que la bomba, también está plagado de problemas, a pesar de haber sido presentado al mundo como pacífico en 1953 por el Presidente de Estados Unidos, con gran pompa en las Naciones Unidas.

 

     Es en los acuerdos ya firmados y que puedan celebrarse entre Brasil y Argentina en esta materia donde se plantean muchas dudas.

 

     Dos de esas dudas tienen que ver con las bombas: la primera es que las centrales nucleares se han convertido en el camino más corto para fabricar bombas (esto es lo que lleva la OIEA seguir de cerca los procesos de enriquecimiento de uranio supuestamente para centrales, y el esfuerzo por la no proliferación); la segunda es el

 

hecho de que las centrales también producen, oculto en sus "residuos", plutonio, un subproducto extremadamente valioso militarmente: en la prueba realizada en Nagasaki se comprobó que este elemento radiactivo es el mejor combustible para bombas. Ahora, en estos tiempos inciertos en los que vivimos, todo es posible.

 

     Por eso resulta preocupante un posible intento conjunto de continuar con la construcción de grandes reactores nucleares para producir electricidad.

 

     En el caso de Argentina se han firmado contratos con China para la construcción del reactor nuclear Hualong One, que tiene escasa experiencia de funcionamiento.

 

     En Brasil, además de seguir la construcción de Angra 3, con un proyecto denunciado como obsoleto, anterior al primer gran accidente nuclear de Three Mile Island, se busca extender la vida útil de Angra 1 y Angra 2.

 

     En ambos países siguen tomándose decisiones sin evaluación previa de impacto ambiental, y sin consultas públicas.

 

     Nos preocupa asimismo la construcción en ambos países de "Pequeños Reactores Modulares”, o SMR de hasta 300 MW de potencia, por ejemplo, el CAREM-25 en Argentina. Estas nuevas instalaciones, contrariamente a lo señalado por el lobby nuclear, permitirían el desarrollo de grandes plantas nucleares por agregado de unidades (la llamada modularidad de escala).

 

     También crean problemas por la cantidad de residuos que producen, y sus especiales características. Al aumentar la concentración de plutonio 239 y uranio 235 en el combustible nuclear agotado, numerosos autores señalan que aumentan los riesgos (“recriticidad”).

 

     ¿Cuál es el objetivo real de esta política, cuando se sabe que la energía nuclear es muy cara, ineficiente y la más peligrosa frente al desarrollo de otras formas de producir electricidad, como la eólica y la solar, que abren nuevas posibilidades ante la escasez de recursos y la necesidad de otros gastos para asegurar una vida digna a todos los ciudadanos de nuestros países?

 

     Pero otros dos problemas son aún más preocupantes: el riesgo de eventos y accidentes graves - raros pero posibles, tanto con reactores grandes como pequeños - y la cuestión de la disposición final del combustible gastado, y de las partes radiactivas de los reactores desmantelados.

 

Con la cultura del secreto y del autoritarismo heredada del mundo militar en el que nacieron las centrales, las decisiones sobre ellas se toman de arriba abajo, sin consultar a la sociedad y menos aún a las poblaciones que se verían perjudicadas por las amenazas que esta tecnología lleva consigo, basados en la fisión del uranio, y del

 

uranio-plutonio. Manteniéndonos, en nuestra gran mayoría, extremadamente desinformados al respecto, poco sabemos de los males que la radiactividad incontrolada puede causar, durante muchas generaciones.

 

    Y muchos de nosotros ni siquiera imaginamos cómo funcionan las centrales nucleares que producen electricidad. En ellas no ocurre nada mágico ni tecnológicamente espectacular: la fisión de átomos de uranio que tiene lugar en los reactores nucleares sólo sirve para calentar agua con el calor así producido, de forma controlada, para que el vapor a presión así obtenido mueva las turbinas, que son las que realmente producen electricidad, como en cualquier otra central hidráulica o termoeléctrica.

 

     Pero cuando se pierde el control sobre el calor producido en los reactores en los que se fisionan los átomos, ese calor puede provocar la fusión del núcleo del reactor. Pocas personas saben que un accidente de este tipo, cuyas consecuencias lo sitúan en el nivel más alto de la escala de gravedad de sucesos utilizada por la OIEA (nivel VII en la escala del INES-OIEA), se consideró durante muchos años imposible. Hasta que, debido a errores humanos de funcionamiento combinados con fallos en los aparatos de control, se produjo el primero en 1979, en Estados Unidos (Three Mile Island). Le siguió otro del mismo tipo en 1986, pero más violento, en Chernóbil, en la ex Unión Soviética, también debido a un error humano, y otro en Fukushima, Japón, en 2011, causado por

 

terremotos y tsunamis.

 

     Este tipo de accidente pasó entonces a considerarse una catástrofe porque puede afectar a comunidades en un radio de 500 a 700 kilómetros alrededor del reactor siniestrado, con la dispersión de partículas radiactivas por las explosiones y el viento. Las transportadas por la nube de Chernobyl cubrieron toda Europa, exponiendo cientos de miles de personas a bajas dosis de radiactividad.

 

     Y sabemos, desde las conclusiones publicadas por las Academias de Ciencias de los Estados Unidos, que cualquier nivel de radiación ionizante es de riesgo para la salud humana (BEIR VII Fase 2)”.

 

 

     La carta continúa destacando la falta de preparación de las poblaciones de ambos países ante posibles accidentes, y el grave problema de los combustibles gastados, altamente radiactivos que, como en todo el mundo, no tienen destino cierto y seguro para los miles y miles de años que se mantendrán irradiando.

 

 

    Concluye la carta:

 

    “Para concluir, les informamos que activistas antinucleares de Brasil y Argentina están preparando conjuntamente un Foro Social Mundial Antinuclear, que se realizará en Buenos Aires en 2024, donde se reunirán personas comprometidas con esta lucha en todo el mundo para discutir cómo bloquear estos usos demenciales de la energía nuclear, un descubrimiento que no merece admiración sino condena, porque sigue amenazando gravemente a todas las poblaciones incautas del planeta al crear artificialmente elementos radiactivos que no se encuentran en la naturaleza, y que pueden afectar a miles de generaciones futuras

 

    Creemos que nuestros presidentes están verdaderamente comprometidos con la defensa de la Democracia, la Justicia Medioambiental y la Paz. Lo que exigimos es que no asuman compromisos ni inviertan recursos en tecnologías tan peligrosas; y que, si pretenden hacerlo, la decisión sea precedida de un amplio debate con nuestras sociedades, que se hagan previamente Evaluaciones de Impacto Ambiental independientes (incluido el impacto binacional en caso del peor accidente o evento) y que sea sometida a consulta pública, pues son nuestras sociedades las que asumirán sus costos y sus consecuencias negativas.”

 

 

Firman la presente Carta con el MARA (Movimiento Antinuclear de la República

 

Argentina) y la AAB (Articulación Antinuclear Brasileña) 14 organizaciones argentinas y 34 organizaciones brasileñas.

 

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