Sociedad

Nuestra embajadora en los mares: Mi experiencia en la Fragata Libertad

Por Marcelo Biasatti.

por REDACCIÓN CHUBUT 20/04/2024 - 19.22.hs

Hacia el final del verano pasado, me encontraba en la Base Naval de Mar del Plata, participando de los festejos por los 150 años de la “Ciudad Feliz”, a los cuales acudió tanto público para recorrerla que el intendente Guillermo  Montenegro pidió que los visitantes permanecieran una semana más.

 

En la mañana del último día en la ciudad balnearia, la Fragata estuvo cerrada al público, pero abierta a la vida, poniendo su parte de lo que le corre en las venas. El actor Facundo Arana, comprometido con la causa “Donar sangre Salva vidas” y con el objetivo de visibilizar la misma, obtuvo un gran apoyo de la Armada para realizar un video de concientización.

 

Para emprender la última etapa de la travesía, navegando a Puerto Belgrano. Además de la tripulación operativa del buque,  alumnos de los últimos años de la Escuela Naval realizaban los menesteres de este “buque escuela”,  también me encontré con algunos invitados especiales, entre ellos el sacerdote  Guillermo Marcó, y el presidente del astillero Río Santiago (ARS), Pedro Wasiejko. En dicho astillero es donde se construyó la  Fragata; el mismo conserva ese “saber hacer” con estándares internacionales, y de hecho, al momento de este viaje, en sus instalaciones se encontraba otra fragata, el buque escuela de la Armada Italiana “Américo Vespucio”, recibiendo reparaciones en los talleres para continuar con su tour mundial.

 

Marcelo Biasatti.

 

También había sido invitado el diputado provincial por Chubut y capitán de Corbeta(Reserva Naval Fuera de Servicio), Fabián Gandón, quien no pudo embarcarse por tener que cumplir funciones en la Legislatura.
Allí también se encontraban oficiales retirados y trabajadores del área de Arsenales, que hace referencia no solamente al sector de armas y explosivos, sino también a los técnicos y especialistas que llevan a cabo las reparaciones que necesita la Fuerza. Por esos giros de la vida, me topé con la cocinera del jardín de infantes de la Base Naval de Mar del Plata, la cual se sorprendió al verme: “¡Qué hice yo para merecer esto!”, dijo irónicamente. Y un oficial le respondió de manera contundente: “Cuidar, alimentar y contener a nuestros hijos con las misiones que la Patria nos pide a nosotros como servicio”. También, le agradeció por sus  tareas y expresó que “nosotros somos los agradecidos de que estén ustedes aquí, viviendo parte de lo que es nuestra tarea en el mar”.

 

Para los dos días que duro el derrotero, la travesía, tuvimos que armar en forma individual un “Bolso de Abandono” para casos de emergencia; el mismo debía permanecer estanco y contener en su interior una muda de ropa seca, dos litros de agua, comida para dos días, linterna, silbato de plástico , unas líneas de pesca, anzuelos y demás elementos de supervivencia. Este bolso pequeño y compacto debía estar a mano como el chaleco de supervivencia que nos habían entregado, previamente a subir a la planchada de la nave. Lo ubicamos en el lugar donde estaban nuestras camas, en mi caso, en el Sollado, situado por debajo de la línea de flotación, en una habitación compartida con las típicas camas marineras, aquí de tres niveles. 

 

Apenas saliendo de la base de submarinos de Mar del Plata, comenzaron los ejercicios: el primero, explicando cómo colocarse y utilizar el chaleco salvavidas, el sentido en el que se circula en la embarcación y cómo dirigirse a la balsa asignada. Momentos después, la actividad se transformó en un simulacro, con la alarma y las instrucciones por autoparlante. Cronómetro en mano, los instructores tomaban el tiempo en que nos demorábamos en reunirnos y ubicarnos al lado de las balsas. Después de un rato, nuevamente sonaron las alarmas para sumergirnos en un simulacro de incendio, y posteriormente, en uno de control de daños. En estos dos últimos, todos nos convertimos en observadores del despliegue y profesionalismo  de la dotación, que realizaba sus tareas en áreas especificas.

 

El mar estaba calmo y el viento era escaso, pero el Capitán necesitaba de ambos para el mejor entrenamiento de su tripulación, así que salió a buscarlos más lejos de la costa. Allí entendemos el nervio de su “razón de ser” y el temple de aquello que se busca formar. Sobre la mañana del día siguiente, con el toque de diana, tras el sonido característico y el repetir “Diana, Diana, Diana”, comunican el parte meteorológico, donde el dato de la velocidad constituye un factor fundamental. Se informa el horario de las actividades de la jornada,  comienza la formación de la mañana y, como dice la Marcha de la Armada: “De sol a sol, nuestro pabellón”. Este último, amplio y desplegado, parecía cubrir a los hijos de la Patria.

 

Con esmero, un grupo limpiaba la cubierta, y una de las mujeres invitadas le comentó a otro de los marineros: “Los bronces brillan más que en mi casa”. Él respondió: “Señora, esta es la Argentina”. Y no es para menos: la Fragata no es solo un “buque escuela” o un “museo vivo”, es nuestra embajadora y tiene que brillar con el sol de la bandera que enarbola, entrelazar todos los eslabones de la cadena con el compromiso de lo que representa.

 

Entre las actividades para los Invitados, se llevó a cabo la presentación de la Reserva Naval Fuera de servicio (RNFS), que depende de la Dirección de Personal de la Armada, a cargo del comodoro de marina Rodrigo Martín Arrieguez, y del jefe del departamento de la Reserva Naval y Pensionados, cual cuyo titular es el capitán de Fragata Luis Alberto Díaz. La función principal de esta es ser el nexo entre la institución militar y la sociedad civil. Tres son las fuerzas que impulsan a sus miembros: el amor a la Patria, la vocación de servicio y el cariño por la institución.

 

Luego realizó el saludo del comandante de la nave, capitán de Navío Adolfo Rodrigo Ureta,  compartió una reseña de los intereses navales de la Nación, que tiene dos veces más superficie en agua que tierra. También, habló de la enorme riqueza de sus recursos de la mano de la enorme fragilidad de sus ecosistemas. Y de la inmensa responsabilidad de desplegar misiones de rescate y salvamento que los acuerdos internacionales firmados por Argentina comprometen a llevar a cabo, en prácticamente la mitad del atlántico sur.

 

Finalmente, el viento llegó y comenzó un espectáculo de sincronización que en otro ámbito es lo más parecido al trabajo de Boxes en la Fórmula 1. En la previa, dialogué con un marinero ansioso por tener la oportunidad de poder mostrar por primera vez lo que había aprendido en su formación. Me lo resumió en una forma clara y concisa: “Los palos son nuestros”( El palo myor tiene 49,8 metros de altura). Allí los vi  subiendo a estos últimos, desplazándose entre los mástiles y sus extremos. Por primera vez, observé a mujeres haciendo arriesgadas tareas con gran despliegue, de igual a igual, “mano a mano” con sus compañeros varones. Es que la Armada se nutre de la sociedad, es un reflejo de la misma, y las mujeres están completamente integradas a todas las tareas.  En esta acción, los de mayor experiencia guiaban el oficio, los silbatos daban las instrucciones y su velamen empezaba a desplegarse.

 

Para algunos, puede ser la acción física del aire la que empuja la superficie resistente de la loneta extendida, que sostenida por los palos es la que genera el impulso de la nave. Para los que estuvimos en este viaje, sabemos que las velas se hinchan con el orgullo de su gente, por el trabajo de su gente y por el compromiso de toda la tripulación. Como aquél simple marinero, que sabe que que está cuidando, nada menos que a la Argentina.

 

A título personal, lo más me emocionó de la travesía, más que ir, fue volver y ser testigo del reencuentro de “…aquellos guapos marineros que lejos de amor y hogar guardan la extensión del Patria mar” con sus familias. Cuando llegaron a Puerto Belgrano, tras la música de la banda y los saludos protocolares, la Fragata se lleno de hijos, de padres, de esposas, y de todo eso que juramos defender.

 

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