Historias

2024, un año kafkiano 

El próximo 3 de junio se cumple el centenario del fallecimiento de Franz Kafka, uno de los escritores fundamentales del siglo XX y que leemos gracias a que su deseo sobre la destrucción de su obra no se cumplió.
 


Sus obras más relevantes han sido sus novelas “El proceso”, “El castillo” y “América” (también conocida como “El desaparecido”), y su relato “La metamorfosis”.

El perfil de su vida fue más bien funcionarial, con pocos amigos y amores, sin viajes llamativos, un paisaje de grisuras familiares, novia de ida y vuelta, informes de seguros y tuberculosis. No llegó a los 41 años. Pero creó a Gregor Samsa, un hombre que se convierte en insecto (“La Metamorfosis”, y a Josef K. , que desconoce el motivo por el que es arrestado (“El proceso”): dos personajes que definen la categoría de lo kafkiano, que ha recorrido la última centuria como un concepto asociado a las pesadillas, las burocracias, las angustias, las confusiones, los extrañamientos y los absurdos.

 

Kafka fue un ciudadano de Praga, licenciado en Derecho, empleado de la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, que “no quería ser un genio ni la encarnación de ninguna grandeza objetiva, y, por otro lado, se negaba férreamente a someterse a destino alguno”.

 

Podemos leer hoy Kafka gracias a la “traición” de su mejor amigo, Max Brod, que  incumplió sus disposiciones testamentarias. Kafka, que está enfermo desde 1917 y ve próximo su fin, le escribe dos cartas en las que se refiere a su legado, la primera a finales de 1921 y la segunda un año después. Brod las encuentra entre sus papeles después de su muerte.

 

En la primera leemos: “Mi último ruego: quema sin leerlos absolutamente todos los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren en mi legado (…), así como todos los escritos o dibujos que tú u otros, a los que debes pedírselo en mi nombre, tengáis en vuestro poder”.

 

En vida fue poco leído, pidió que la Historia le olvidara y hoy su fama es mundial. Brod se llevó en la maleta los manuscritos de Kafka cuando en marzo de 1939, un día antes de la entrada de los alemanes en Praga, partió hacia Palestina. 

 

Hay diversos Kafkas en Kafka. O al menos hay un Kafka más rico, plural y sorprendente en registros de lo que promueve el cliché instalado en la imaginación popular.
Un joven Kafka que hace trampa en el examen final de bachillerato, aficionado al dibujo y las historias de indios, gimnasta metódico, cervecero, visitante moderado de burdeles, escéptico respecto a los médicos, la medicina tradicional y las vacunas, poeta puntual, enemigo de los ratones.

 

Son muchos los escritores, pensadores y críticos (además de cineastas como Orson Welles o Aleksei Balabanov, que adaptaron sus novelas como “El proceso” y “El castillo”) que se han interesado por el checo, por sus misterios, sus rutinas, sus claroscuros y sus motivaciones.

 

No soportaba los ruidos ni el desorden y estaba “lleno de dudas respecto a la realidad” y dotado de singulares capacidades imaginativas. Se sentía oprimido por la estrechez de su mundo e invocaba una cualidad de desdoblamiento que le permitía “tomar distancia de su propio yo”. Un hombre que vivía “en la penumbra y en la elusión” y llevaba dentro de sí un extranjero.

De familia judía, nacido en 1883, era el mayor de seis hermanos y se llamaba Franz en homenaje al emperador Francisco José. Se comprometió dos veces con Felice Bauer, pero no llegó a conocer el matrimonio. 

 

Fue un niño inseguro, tuvo una relación complicada con su padre (a quien dedicó una memorable carta, “Carta al Padre”) y en su adolescencia se inclinó al socialismo. Le interesaba la filosofía, pero estudió Derecho por imposición paterna. En la compañía de seguros se encargó de la gestión jurídica de las indemnizaciones por accidente y la propaganda en favor de la prevención.

 

El año 1912 se revela como el año decisivo en la activación de su conciencia de escritor. Se libró del servicio militar por sus problemas de salud.

Jorge Luis Borges escribió sobre Kafka: “Tiene textos, sobre todo en los cuentos, donde se establece algo eterno. A Kafka podemos leerlo y pensar que sus fábulas son tan antiguas como la historia, que esos sueños fueron soñados por hombres de otra época sin necesidad de vincularlos a Alemania o a Arabia. El hecho de haber escrito un texto que trasciende el momento en que se escribió, es notable. Se puede pensar que se redactó en Persia o en China y ahí está su valor. Y cuando Kafka hace referencias es profético. El hombre que está aprisionado por un orden, el hombre contra el Estado, ese fue uno de sus temas preferidos”.

 

Numerosas editoriales de todo el mundo editarán en este “Año Kafka” colecciones con sus obras completas, sus novelas, sus cuentos completos y su correspondencia, una imperdible oportunidad de encontrarse con este escritor fundamental del siglo XX.

 

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@marcelomelideo2021

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