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La rusificación y los niños ucranianos, de cómo se convirtieron territorios ajenos en propios.

Seguramente en unos meses se comenzará a hablar de un fenómeno aparentemente nuevo que se está dando en los territorios ucranianos de la zona del Dombás, en los cuales Rusia apuesta firmemente a una política que se replica desde la época de la dictadura Stalinista: la rusificación.

En términos simples, rusificar significa echar a la población original de un lugar y cambiarla por rusos que ocupen su lugar. Esto siempre se hizo con un objetivo múltiple y de manera funcional, lo que permitía destruir las culturas locales, desvinculándolos de la tierra, de sus costumbres e idiomas, mientras se instalaba gente que durante generaciones se reproduciría hasta sentirse dueña completa y legítima del lugar.

 

El caso checheno

Luego de que los alemanes intentaran controlar el Cáucaso en 1942, Stalin culpó a todos los chechenos de colaboracionistas. Ideó un plan para sacarse de encima a una población mayoritariamente compuesta por musulmanes y poco proclives al comunismo ateo que reivindicaba al gran líder de la URSS. La idea era mandarlos bien lejos y separarlos entre sí para que no pudieran conservar su identidad, practicar sus costumbres, religión e idioma y, lograr que, con el tiempo, se mezclen con las sociedades de destino hasta convertirse en soviéticos.

 

Para rusificar se debía instalar gente propia en las casas de los chechenos desplazados. Pero nadie quería ir a congelarse a un conjunto alejado de montañas en las que apenas se podían pastorear unas cabras, así que obligó a los soldados del ejército a mudarse en lo que quedaba vacío. Para concretar su plan desplazó a casi 500.000 chechenos hacia los rincones más remotos de la madre Rusia. Como el traslado fue duro, murieron unos 100.000 en el trayecto (el 20%).

 

Los sobrevivientes tuvieron la suerte de que Stalin murió antes que la mayoría de los desplazados. Luego de 1953 Nikita Kruschev los devolvió a sus tierras, pero cuando volvieron, la región ya estaba rusificada. A partir de ese momento comenzaron los problemas de convivencia con los nuevos rusos que formaban parte del paisaje.

 

 

Los Tártaros de Crimea

Las poblaciones originales de Crimea tampoco parecían adaptarse al férreo régimen comunista, así que también fueron desplazados a partir de 1944. Casi 194.000 tártaros fueron sacados a la fuerza y repartidos en varios campos de trabajo forzado en varias repúblicas soviéticas. La lógica fue la misma que en el caso checheno.

 

Se calcula que entre el 30% y el 42% murió antes de cumplirse un año de la deportación a lo que se suman 10.000 muertos de hambre en Uzbekistán.

 

Con el correr de los años y ya con sus familias destruidas, muy pocos tártaros volvieron a su lugar de origen. Obviamente, se dio también un proceso de rusificación de la Península de Crimea y es en base a ello que Putin reclamó que ésta era Rusa cuando invadió la península y se la apropió en 2014.

 

 

Otras deportaciones

Los citados no son los únicos casos de deportaciones con rusificación que se dieron en el siglo pasado en la ex URSS: los alemanes del Volga (850.000), fineses, kazakos, polacos, kurdos, coreanos, chinos, judíos, kalmukos, turcos, griegos, armenios, y otros pueblos difíciles de deletrear, fueron objeto de los desplazamientos forzosos hacia el interior de la actual Rusia, sus bordes árticos, Siberia y los campos de concentración/trabajo del gulag.

 

 

Los niños del Dombás

La actual guerra que se libra en suelo ucraniano, y a la cual Putin llama de “desnazificación”, ha generado una reedición de las políticas de rusificación en pleno siglo XXI, e implica una doble maniobra que complementa las tácticas de la URSS de Stalin: no solamente desplazan a la población para mudar a rusos al lugar, sino que ahora incluye la des-ucranización de los niños.

 

Se ha documentado que más de 20.000 niños fueron sacados de los orfanatos ucranianos y de casas de discapacidades para ser llevados bien lejos hacia dentro de la Federación Rusa y ser educados como rusos, hechos y derechos. Fue justamente por ello que en marzo del año pasado la Corte Penal Internacional emitió una orden de detención contra Vladímir Putin, ya que la acción es considerada crimen de guerra.

 

Pero la rusificación actual no se limita solamente a los huérfanos. Gran parte de la población ucraniana que vive en las zonas ocupadas por los rusos y no ha sido desplazada, ha sido obligada a entregar a sus hijos a los llamados “campamentos de verano” en las cuales los niños son sometidos a un trabajo de reeducación en valores rusos mientras están alejados de sus padres.

 

 

Perspectivas preocupantes

Más allá de lo que suceda con el curso del conflicto, los daños psicológicos para los niños serán profundos en cada uno de los lados de la frontera que se demarque con el correr del tiempo y, triunfe quien triunfe, habrá una generación entera comprometida por los efectos nocivos que van más allá de una compleja situación de guerra.

 

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