Mujeres

EXPLORACIONES ETNOGRÁFICAS

La Columna de Susana

por REDACCIÓN CHUBUT 22/10/2025 - 09.41.hs

A lo largo de mi infancia, y más también, veraneábamos en Playa Unión desde diciembre hasta marzo. Mi abuelo paterno había construido “una pequeña casilla” (como se las llamaba) y eso nos permitió tener vacaciones de verano “eternas”.

 

Excursiones a la arena caliente y a las olas frías, acompañadas de la brisa de la tarde, poblaban nuestros días salados.

 

Vivir en casa implicaba rutinas domésticas que no escapaban al verano: hacer las compras, cocinar, limpiar y todo lo que acarreaba la vida en familia.

 

Mi mamá me mandaba al mercadito de la segunda fila: una verdadera exploración a un territorio exótico. Iba contenta con la bolsa y el arrolladito de billetes, y también con una lista porque mi cabecita loca confundía harina con sal fina y así…

 

No existían las bolsas de plástico, se usaban las tejidas de variados materiales o las de tela.

 

El mercadito era de una pareja de ancianos descendientes de galeses, ella Dorothy, él Cristmas. Vestían con camisas blancas almidonadas y jardinero de jean, él, y delantal enorme ella. Ambos usaban anteojos al mejor estilo John Lennon. Rubios, blancos y de ojos claros, emitían un castellano difícil de entender por su tono galés, lo que agregaba un ingrediente más para nuestra extrañeza infantil.

 

El frente del mercadito era blanco cal y las aberturas de madera pintadas de un azul celeste, se notaban las manos de pintura superpuestas. El pequeño recinto era muy antiguo, tenía la vivienda atrás, y se entraba a él bajando dos escalones altos para mi estatura de niña. De pronto aparecía el territorio “mezcla de pasado, de aromas fusionados y de miedo…” Se abría un libro de cuentos: mucha madera, poca luz y unas miradas inquisidoras ante nuestros atrevidos atuendos de verano.

 

Un cartel inmenso en la puerta avisaba: PROHIBIDO ENTRAR CON EL TORSO DESNUDO, se aplicaba más a los hombres porque niños, niñas y mujeres íbamos en malla.

 

No existía la bikini, ni la mokini ni el cola less. A los muchachones del barrio les encantaba hacer enojar al matrimonio entrando en malla o en short, porque los ancianitos comenzaban a protestar en galés y a los gritos, amenazando con sus bastones detrás del mostrador…

 

Un espectáculo imperdible para nuestro asombro, que a la vez alimentaba nuestro miedo, no nos reíamos y a veces mirábamos desde la vereda agachados para vislumbrar ese casi sótano oscuro, largo y frío…

 

Si queríamos comprar caramelos sueltos, nuestros vendedores nos decían que no eran para comer antes de las comidas. Ellos no tenían hijos, yo me preguntaba ¿qué les importaba?

 

Vendían todo tipo de productos comestibles (enlatados y empaquetados) también frutas, verduras y huevos de las chacras del valle. Se exhibían grandes cajones de madera con frutos secos, que se vendían al peso en bolsitas de papel. Recuerdo el dulce de membrillo en barra que se lucía como una joya debajo de una tapa de vidrio abultada como una cúpula…

 

El negocio tenía poco espacio para la gente, estábamos apretados o en la vereda haciendo fila.

 

Me llamaba la atención una señora que tenía una piel muy oscura y un cabello muy negro, no era muy alta. La miraba embobada por sus adornos dorados, me intrigaba su historia de vida: entre los chicos corría, como el viento del mar, el rumor de que había sido casada muy joven con un hombre muy mayor… Era de origen árabe, según se contaba.

 

Yo tenía alrededor de nueve años, escuchaba cual etnógrafa atento palabras como “galés” y “árabe”, y observaba costumbres ajenas a mi familia de origen español.

 

Y preguntaba mucho, por supuesto. Luego estudié Historia.

 

Susana Arcilla

 

P.D. Actualmente el mercadito de Dorothy es un restaurante, LOS AMIGOS, en la segunda fila, Centenario al 100, Playa Unión, Rawson. Chubut. Argentina.

 

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