HISTORIAS Y LEYENDAS

Luis Di Meglio: El básquet como brújula de una vida

POR GUSTAVO GOMEZ
 

por REDACCIÓN CHUBUT 21/07/2025 - 19.54.hs

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Nacido el 22 de julio de 1961 en Bahía Blanca, tierra fértil del básquet argentino, Luis “Lucho” Di Meglio llegó al mundo en una ciudad que respira deporte, donde el pique de una pelota naranja es casi un sonido de identidad. Alto desde muy joven, comenzó a jugar de manera informal en el colegio Don Bosco, donde la infraestructura era precaria y el juego, apenas un recreo sin demasiadas pretensiones. No había aún sueños de gloria ni camisetas con escudos. Solo un grupo de chicos compartiendo un juego sin saber que uno de ellos empezaba a escribir, sin saberlo, su historia.
Fue recién a los 15 años cuando algo se encendió. Un amigo lo invitó a sumarse a las inferiores del Club El Nacional. El club, chico y con pocos jugadores en sus categorías formativas, necesitaba altura, y Lucho ofrecía eso. Empezó a jugar casi de inmediato, pero lo que traía del colegio no era suficiente. Los torneos bahienses eran exigentes y Di Meglio sufría en la cancha, frustrado porque las cosas no le salían. Fue entonces cuando tomó una decisión que cambiaría su destino: mejorar. Y mejorar no de palabra, sino de verdad. Día y noche. Entrenar. Pulir la técnica. Corregir errores. Aprender de cada derrota.
El esfuerzo trajo frutos. A los 17 años debutó en Primera, un salto tremendo en poco tiempo. Tenía un tiro infalible desde la esquina y le encantaba correr la cancha para sacar ventaja en el contragolpe. Su casa estaba a apenas siete cuadras del club, y en ese pequeño trayecto recorría cada día el camino entre la ilusión y la entrega. El Nacional comenzaba a hacerse fuerte en una liga dominada por Estudiantes y Olimpo, gigantes que se disputaban el trono de la ciudad. Hasta que en 1984, llegó el momento inolvidable: El Nacional se consagró campeón. Néstor Ortiz era el técnico, y Di Meglio una de las figuras. El barrio se llenó de alegría. El chico flaco del Don Bosco había llegado.
Un año después, Néstor Ortiz fue contratado por Deportivo Madryn para dirigir el equipo en la Liga C. Y allí comenzó una nueva vida. Literalmente. Ortiz lo llevó como refuerzo, y Di Meglio se embarcó hacia lo desconocido. Lo recibió una ciudad que lo abrazó como propia. Se enamoró de sus paisajes, de su gente, de su ritmo. Se instaló en un pequeño departamento de la familia Paolella y encontró en Abel Sastre un dirigente que creyó en él desde el primer día. También recuerda con afecto a Balut y Lucas Marani, referentes de esa época dorada del básquet aurinegro.
En 1986 integró el equipo histórico que logró el ascenso a la Liga B, en una campaña formidable. Compartió cancha con estrellas como Eddie Robertson —el norteamericano más legendario que pasó por el club—, Elnes Bolling y Jorge García, entre otros grandes referentes de aquel equipo. Luego, fueron dos años intensos en la segunda categoría del básquet argentino. Tiempos en los que ganar de local era obligatorio y triunfar afuera, una hazaña.
En 1988, Madryn descendió y Di Meglio quedó libre. Sin embargo, no quiso irse. Sentía que ese lugar, ese viento, esa gente, ya eran parte de él. Entonces apareció Brown, también en la Liga B, y Hugo Camacho lo convenció de sumarse al equipo. El club no contaba con extranjero esa temporada y el protagonismo recayó en él. Fue clave para sostener la categoría. Al año siguiente, Brown apostó por figuras para armar un equipo con aspiraciones de ascenso, pero los resultados no acompañaron y fue tiempo de tomar una decisión difícil: dejar atrás el básquet profesional.
Volvió brevemente en 1991 a jugar algunos partidos en Madryn antes de despedirse como jugador. Luego, se volcó a la dirección técnica: dirigió a la primera liga juvenil del club y acompañó a Alfredo Casado en los equipos que jugaron el TNA. Mientras estudiaba el profesorado de educación física, sumó otra experiencia enriquecedora: Francisco Del Valle, técnico del equipo de fútbol, lo invitó a ser parte del cuerpo técnico. Una etapa breve pero que Lucho recuerda con una sonrisa.
Hoy, retirado de la actividad, su figura tranquila suele verse caminando por la costa, acompañado por Natalia, su compañera de toda la vida. Tuvieron tres hijos: Bruno, Mateo y Genaro. En sus pasos hay historia, en su mirada hay gratitud.
Luis Di Meglio no fue solo un jugador que dejó grabado su nombre en la historia de la ciudad. Fue un soñador que convirtió el esfuerzo en bandera y que encontró en el básquet —y en Puerto Madryn— su lugar en el mundo.

 

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