El Exodo Jujeño y la Bandera de la Libertad Civil
Pascual Antonio Quevedo Capitán de Fragata (RE) - Presidente Instituto Belgraniano de Puerto Madryn-
por REDACCIÓN CHUBUT 22/08/2025 - 20.26.hs
A mediados de 1812, la tierra jujeña respiraba un aire inquieto. Las campanas ya no repicaban para anunciar nacimientos reales, sino para celebrar aquel 25 de Mayo que, apenas dos años antes, había abierto las puertas a un sueño: la independencia. Manuel Belgrano, al mando del Ejército del Norte, sabía que ese sueño pendía de un hilo. Desde el norte, el general realista Pío Tristán avanzaba con un ejército numeroso y bien armado, decidido a sofocar la rebelión de las Provincias Unidas.
En ese contexto, el 25 de mayo de 1812 Jujuy vivió una jornada memorable. Bajo el cielo encendido por el sol naciente, el pueblo y los soldados se reunieron en la plaza. Himnos al Dios de la Libertad resonaron entre los muros y las calles empedradas, juramentos de unidad se pronunciaron sin titubeos, y la bandera bendecida aquel día —la misma que Belgrano guardaría celosamente— flameó como símbolo de una causa que ya no tenía marcha atrás.
Pero la alegría sería breve. A fines de julio, las noticias eran claras: el enemigo estaba cerca. Belgrano sabía que un enfrentamiento en ese momento podía ser desastroso. Necesitaba replegarse hacia Tucumán, reorganizar sus fuerzas y evitar que el ejército realista encontrara sustento en las tierras que dejaban atrás.
Fue entonces cuando el 29 de julio de 1812 emitió un bando tan firme como estremecedor: todos los habitantes debían abandonar la ciudad y las estancias, llevar consigo animales, alimentos, armas y todo bien de valor; lo que no pudiera transportarse debía destruirse. La consigna era clara: dejar la tierra arrasada. Quien desobedeciera, sería tratado como traidor a la patria.
El mensaje era duro, pero detrás de esas palabras había una estrategia: negar al enemigo todo recurso y, al mismo tiempo, poner a prueba la decisión del pueblo. Y el pueblo respondió. El 23 de agosto, Jujuy comenzó a vaciarse. Familias enteras, desde hacendados hasta labradores, partieron junto al ejército patriota, llevando lo que podían y dejando atrás hogares, cosechas y recuerdos. Las calles quedaron silenciosas, las casas cerradas, los corrales vacíos.
El Éxodo Jujeño no fue solo una retirada militar: fue un acto colectivo de sacrificio. Mujeres, hombres y niños caminaron junto a soldados que apenas semanas antes habían celebrado con ellos en la plaza. Atrás quedaba una ciudad convertida en silencio; delante se abría el camino hacia la incertidumbre.
Ese sacrificio no sería en vano. Reorganizado, el Ejército del Norte obtendría dos victorias decisivas: Tucumán, en septiembre de 1812, y Salta, en febrero de 1813. Con esos triunfos, la amenaza inmediata quedó atrás y Belgrano pudo volver a mirar al pueblo jujeño no como quienes lo habían seguido por obligación, sino como verdaderos compañeros de causa.
Fue entonces, el 25 de mayo de 1813, cuando Belgrano selló ese vínculo con un gesto que pocos argentinos conocen hoy: entregó al Cabildo de San Salvador de Jujuy una bandera especial, como muestra de gratitud por la lealtad, el coraje y la renuncia demostrados durante el Éxodo y en las batallas que siguieron. Era la Bandera Nacional de la Libertad Civil, confeccionada en paño blanco y con el escudo de la Asamblea del Año XIII en el centro —manos entrelazadas, gorro frigio y laureles—, símbolos de soberanía popular, libertad y fin del absolutismo.
Aquella enseña, guardada con celo en la Casa de Gobierno de Jujuy desde entonces, sería reconocida recién en 2015 por la Ley 27.134 como símbolo patrio histórico. En la provincia flamea junto a la bandera celeste y blanca en todas las fechas patrias, especialmente el 23 de agosto, en memoria del Éxodo.
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