Regionales

Tiburón Gatopardo: es monumento natural de Chubut, ayuda a sostener el equilibrio y a reducir enfermedades en el mar

En el litoral de Chubut hay un residente silencioso que rara vez asoma sobre la superficie del agua: el tiburón gatopardo. De linaje antiguo —pertenece al orden de los Hexanchiformes— carga una marca inconfundible: siete branquias por lado, mientras la mayoría de los tiburones presenta cinco.

por REDACCIÓN CHUBUT 17/10/2025 - 12.03.hs

“El tiburón gatopardo es una especie con amplia distribución mundial en casi todos los mares templados. En el Atlántico Sudoccidental va desde el sur de Brasil hasta la Patagonia argentina, límite sur de su distribución”, explica Ignacio “Nacho” Gutiérrez, coordinador de Conservación del Proyecto Patagonia Azul.

 

Depredador tope del Mar Patagónico, su rol es quirúrgico: regula poblaciones de peces, crustáceos y otros tiburones; limpia el sistema cuando consume carroña; y recorta la propagación de enfermedades al sacar de circulación a presas vulnerables. Si bien es una especie presente a lo largo de toda la costa del Mar Argentino, elige con precisión dónde estar y cuándo.

 

Sitio que frecuenta la especie

 

En la cartografía íntima de la especie, Caleta Valdés (Península Valdés) y Caleta Malaspina (dentro del Parque Provincial Patagonia Azul, a 90 km al sur de Camarones) funcionan como estaciones clave de alimentación y apareamiento, con grandes congregaciones registradas en las estaciones de primavera y verano. El gatopardo prefiere bahías, estuarios y rías de fondos blandos: escenarios turbios donde el ojo humano falla y su estrategia brilla. “La turbidez de estos sistemas les ofrece el escondite perfecto para cazar”, explica Gutiérrez.

 

La primavera y el verano aumentan las chances de ver esta especie en Patagonia Azul. Aun así, el encuentro es esquivo: se oculta mucho y rara vez rompe la superficie. Con suerte, aparece en una inmersión de snorkel o buceo; desde la costa, es muy difícil verlo.

 

Un viejo linaje, una maternidad particular

 

El orden Hexanchiformes es de los más antiguos entre los tiburones y hoy sobreviven apenas seis especies. En ese árbol, el gatopardo aporta otra rareza: es ovovivíparo. Los embriones se desarrollan dentro de la madre a partir de huevos fecundados y son dados a luz; no hay cápsulas en la arena ni nidos visibles.

 

La ciencia ya identificó sitios de agregación estacionales en el Atlántico sudoccidental y plantea una hipótesis robusta: el gatopardo realizaría grandes migraciones entre zonas de parición, cría, alimentación y apareamiento. Esos viajes no son iguales para todos; machos, hembras grávidas, hembras en reposo, neonatos y juveniles seguirían patrones distintos.

 

Mito y realidad

 

“No representa un peligro para las personas. En los últimos 50 años hay apenas un par de registros de mordidas no fatales atribuidas a la especie”, aclara Gutiérrez. El cine y la cultura pop moldearon una imagen de amenaza que no encaja con el comportamiento del gatopardo y de otras especies de tiburones. La etiqueta de “implacable” le queda grande; la de pieza clave del equilibrio, perfecta.

 

Ciencia en acción

 

En Patagonia Azul, el equipo de Conservación inició campañas de captura y etiquetado. “Su tamaño impone respeto, las hembras de estos tiburones pueden medir hasta casi 3 metros, aunque lo más común es que ronden los 2 metros 60, y son notablemente más grandes que los machos, pero sorprende lo relajados que están al ser devueltos al agua”, cuenta Gutiérrez. 

 

El marcado de tiburones en la Argentina ha revelado desplazamientos y crecimiento y, a la vez, promueve la devolución y acerca a los pescadores deportivos a la conservación de estas especies: sus registros, lecturas del mar y memoria de temporadas son insumos críticos para entender tendencias y decidir cómo proteger.

 

“El etiquetado/marcaje se realiza con marcas plásticas que llevan un número de serie y datos de contacto”, detalló el especialista.

 

Monitoreo

 

El seguimiento de esta especie se realiza principalmente con estaciones de video remotas submarinas con cebo, que filman a los tiburones atraídos por el alimento para evaluar su abundancia y estacionalidad en el Parque. Este monitoreo se complementa con el sistema de marcaje plástico y, próximamente, con marcas satelitales que reportarán los movimientos migratorios de los tiburones entre 6 y 9 meses después de su colocación.

 

A escala nacional, campañas que buscan instrumentar gatopardos con dispositivos de tecnología satelital buscan develar rutas migratorias; en Patagonia Azul, el plan inmediato es colocar al menos seis dispositivos entre noviembre y enero para seguir, con precisión, a este fantasma tan importante para el ecosistema.

 

¿Querés recibir notificaciones de alertas?