RECUERDOS DE TRELEW

La historia del Recreo más famoso: fiestas, bailes, casamientos y anécdotas

Carlos “Tito” Socino es uno de los hijos de Don Juan y Doña Emma Socino. Trabajó 28 años en el Recreo, y cuenta la forma de trabajar, y algunas historias del lugar que concentró buena parte de la vida social de Trelew y del Valle.

por REDACCIÓN CHUBUT 25/10/2023 - 10.54.hs

 

 

Cientos de familias pasaron por el Recreo Socino a lo largo de los años.

(Serie de publicaciones en el marco del 137º aniversario de la ciudad de Trelew. Historias extraídas del suplemento especial del Diario EL CHUBUT "Trelew 120 años" publicado en el 2006 y reeditado en el 2016).

 

“En 1931 fuimos a la chacra, y en el año ‘32 nos corrió la inundación, así es que nos tuvimos que volver a Trelew.  Pero el agua no llegó al Recreo. Sí a los costados, entonces quedaba aislado.  Y en esa época no había nada... Había que armar todo, había que plantar.  Pero bueno, se fue haciendo hasta que llegó a transformarse en el Recreo Socino, que se inauguró en 1935.  Estuvimos cuatro años trabajando, y allí se empezaron a armar las fiestas y los bailes”.

 

“Al principio el Recreo apareció como un negocio de campaña, después se hizo el salón, y empezaron las fiestas, los bailes, los casamientos... Y trabajé casi 28 años”.

 

“Cuando mi padre falleció, siguió mi cuñada, que era la que cocinaba, la que trabajaba.  Yo les hacía los presupuestos, le compraba las cosas, las encargaba en Trelew... Pero ella trabajó más con la gente.  Si alguien me pedía un casamiento, yo se lo daba a ella para que tratara con las personas”.

 

“El tiempo para organizar una fiesta dependía de la cantidad de gente que fuera, si eran pocos –100 o 150- no era tanto. Pero había más de mil personas a veces.  La inauguración para el circuito Mar y Valle, cuando vinieron los corredores, incluso Fangio, era una nube de gente.  Después, para Huracán, también lo hicimos.  Lo peor era cuando había que traer las cosas... Había que cargar todo, la comida, y venir a servirla, eso era lo más pesado, pero eran épocas lindas”.

 

“Nosotros preparábamos lo que pedían, si querían una cena especial o una cena común, se armaba todo. Estaba todo muy bien organizado; no había lugar para poner una botella de vino o soda en la mesa, era todo de fiambres. Era como el menú especial, uno no sabía qué comer porque había de todo tipo de fiambres, pollo, lechón, melón con jamón, infinidades de cosas”.

 

“Nosotros casi siempre nos encargábamos también de la música, pero a veces venía alguna orquesta particular.  Se organizaba todo muy bien, por eso de diez casamientos agarrábamos nueve seguro”.

 

“Cuando nos daban un almanaque lo primero que hacíamos era tachar las fechas de las fiestas... La del Camino, de Vialidad Nacional, la de los españoles, los italianos, los chilenos el 18 de septiembre.  Así que de un año para otro la fecha ya estaba reservada”.

 

“Las fiestas se podían hacer en cualquier momento del día, no había horario. Un casamiento podía durar hasta las tres de la mañana o hasta la salida del sol”.

 

La censura a Illia

 

“La fiesta que más recuerdo fue una a la que vino Arturo Illia, en épocas de dictadura. El doctor Viglione me había pedido la comida para recibir a Illia. Les hice el presupuesto, aceptaron enseguida y la preparé.  Cuando la estábamos preparando, apareció un coche particular de Rawson.  Era la Policía... Decían que no lo íbamos a poder hacer, entonces les dije ‘para mí es una comida, no un acto político’, y se fueron. Volvieron a la tarde y me dijeron ‘Socino, lo van a meter preso porque esto es un acto político’ y yo les dije ‘bueno, que me lleven preso’.  Cuando volvieron, les dije ‘díganle al Jefe de Policía que me pague la ganancia de esta comida y yo no la hago, pero que me pague, porque para mí es un acto particular y no un acto político’.  Yo tenía miedo de que hicieran lío, no los comensales; sino que entre la policía.  La comida era a las 9, y a las 8 ya estaba la policía, vestidos de civil. Se sentaron en una mesa, charlando, esperando, y llegó Illia, y se ve que se dio cuenta y los saludó a todos.  Al fin se hizo la comida, pero no se podían decir discurso, y los policías estuvieron hasta último momento.  Hablaron Eladio Zamarreño, Viglione, también Illia... y ahí se terminó la fiesta y se fueron todos”. “Creo que al día siguiente en Madryn tuvieron problemas”.
 

 

Alfredo Etchepare; Calixto González; Roque González; Atilio Viglione y Eduardo Saigg, en el Recreo Socino.

 

Cómo funcionaba el recreo

 

“No era que uno quería ir a comer y pasaba, no trabajábamos así, sólo con los camioneros. Cuando paraba un camionero, entraba y preguntaba si quedaba comida, y siempre había tanta, que a veces ni les cobrábamos y se iban encantados de la vida”.

 

“Las tortas de casamiento no las hacíamos nosotros, los familiares las pedían a las confiterías. Era fácil conseguir todos los insumos para la comida... En verano se conseguían las verduras en la chacra de Gil, pero los padres y el marido de ella vivían ahí, pegados a la capilla, y yo mandaba al pibe en bicicleta a buscar tal o cual cosa.  En esa época trabamos amistad con los vecinos, con la familia Gil”.

 

“Cuando yo empecé ahí, el lugar era una chacra abandonada, pero se fue haciendo poco a poco, cuando tenía unos pesos algo le hacía. Y así hicimos el salón, que tenía capacidad para 150 personas, pero para cuando venía muchísima gente habíamos hecho una pista de piso de Portland, porque era todo de tierra, y también abríamos allí”. 

 

“Ahí conocí mucho a los Fiorasi, porque yo estaba frente a la ruta y Don Fiorasi del otro lado, y ellos, los dos hermanos, cuando terminaban de trabajar, se iban a comer ahí.  Teníamos mucha amistad, también con Corradi, Amici, esa gente venía acá para sus cumpleaños y sus fiestas”.

 

El ‘spiedo’ made in casa

 

“Mi viejo pensaba tal cosa y la hacía, él vivía para comer, no comía para vivir.  Según mi padre, él fue el inventor del spiedo en Buenos Aires, y trabajaban lo más bien. Vinieron del Uruguay y sabían que eso no estaba patentado, lo patentaron en Uruguay...”

 

“Después, en la chacra, me acuerdo que había unas cocinas tiradas y mi padre las agarró, las cargó y me dijo que las lleve a la herrería de Moretti, que estaba en la Irigoyen. Se la armaron y las llevamos a la chacra, y allá las pusieron en la costa del río”.

 

“También me acuerdo que por intermedio de una canaleta con agua, le puso muchas latitas de salsa de tomate a una rueda grande, y la transformó en una noria que hacía girar el spiedo.  Según la velocidad que querías, medía el agua que le largaba, era increíble pero real.  Y ahí muchísimas veces el viejo cocinaba, era cocinero de profesión. Cuando yo le decía que alguna comida no me gustaba, me contaba cómo era la cocina en Rusia o en Francia, y con el correr del tiempo yo me fui dando cuenta de cómo era el asunto”.

 

“Él no tenía reparo para cocinar, solía venir el gobernador a las dos o tres de la mañana con Rodolfo Viñas y dos o tres más, y le golpeaban la ventana, ‘Don Juan, queremos comer’ y él se levantaba e iba a mi pieza y me despertaba para armar la mesa... Y me levantaba, qué le iba a hacer, no había otra”.

 

“Mi cuñada estaba casada con un hermano más chico, y ellos siguieron trabajando hasta que se terminó, cerraron”.
 

 

Cuando el salón no alcanzaba se ponían mesas en el patio. El piso aún era de tierra.

 

La familia

 

“Teníamos que armar el lugar cuando llegamos. Plantamos 500 frutales, manzanos y algunas peras. Después álamos y sauces. Estaba completamente pelado, pero la tierra era buena, nos quemaba las yemas de los dedos de plantar. Y a veces regábamos y dejábamos la tierra blanda, y con una maza de madera la golpeábamos, pero mi padre no quería porque prefería hacerlo a mano”.

 

“Siempre trabajé con mi padre y después con mi cuñada Lizzie Jones, los que venían a pedir una fiesta trataban con ella directamente”.

 

“Trabajé en el negocio de mi papá muchos años, y me gustaba mucho.  Y después igual, no había descanso, lo abríamos a la mañana y andá a saber cuándo cerrábamos, no había horario.  Con mi papá, el trabajo me tenía que gustar sí o sí, porque no había otra”.

 

“Nosotros éramos tres hermanos varones, ahora quedé yo solo.  De parte de mi padre eran 22 hermanos de la misma familia, todos nacidos en Italia.  Y en la guerra del 14 escaparon y vinieron a Buenos Aires. Ahí tengo una infinidad de parientes.  Una vez, un coche que venía de Buenos Aires vio el cartel de Recreo Socino; pararon y preguntaron ‘cómo podemos saber si somos parientes, porque yo soy Socino’. Fuimos a la casa de mi mamá para ver si éramos o no parientes, y mi madre nos contó.  Le dijo ‘su papá murió en un accidente, y cuando le avisaron a tu mamá se largó de dos pisos a la calle’ y ahí nos dimos cuenta de que éramos familia”.

 

“Mi padre era italiano, pero mi madre era de Buenos Aires, porteña.  Desde allí vinieron a Trelew, pusieron el Hotel Pirámides, y después se decidió ir a la chacra. Nosotros vivíamos en el mismo Recreo.  Después nos fuimos a Trelew por la inundación, pero como a la casa no la había tocado el agua, volvimos. En otra de las inundaciones nos quedábamos ahí, tranquilos y sin ningún problema. Veníamos en bote remando y salíamos a donde está la Renault, hasta ahí llegaba el agua”.

 

En el almacén de ramos generales, el doctor Panza, Antonio Zeppo, Puga, Tito Socino, Tomás Cancho. Juan Socino y Ludovico Figna

 

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