Recuerdos del IMA: la hermana Adelina, los piojos y el baño de los jueves
Los recuerdos de Adela Cúneo de Vergalito te llevarán al pasado del Instituto María Auxiliadora (IMA) de Trelew. En sus relatos, descubrirás anécdotas y vivencias de una época en la que las monjas imponían su autoridad, los jueves eran días de baño obligatorio, los caramelos se obtenían de forma ingeniosa y los bailes de carnaval eran la sensación.
por REDACCIÓN CHUBUT 03/10/2023 - 13.03.hs
Delivery. El transporte de "Casa Norman". Los comerciantes de la época eran blanco de las bromas de los chicos
(Serie de publicaciones en el marco del 137º aniversario de la ciudad de Trelew. Historias extraídas del suplemento especial del Diario EL CHUBUT "Trelew 120 años" publicado en el 2006 y reeditado en el 2016).
“Me acuerdo de la hermana Avelina, que fue mi maestra de primero superior...Después, la hermana Amparo, como las hermanas se quedaban muchos años íbamos pasando... Todos las conocían. Después, en tercer grado teníamos a la hermana Carmela”. “Era muy estricto el colegio, las monjas eran bravas. Y mejor que en tu no fueses a decir lo que te pasó en el colegio, porque 'te la daban". Antes, los maestros eran sagrados. A la maestra había que respetarla”. “Mi mamá también era brava. Te limpiaba la cabeza de piojos y las monjas venían con un lapicito a revisarte. Entonces mi mamá un día les mandó en un papel todos los piojos: estos son del colegio... fue tremendo”.
“Los jueves teníamos medio día libre. Esos jueves eran para lavarte, según las hermanas, la cabeza y los pies y cambiarte la ropa. A nosotros mi mamá nos bañaba, pero los que éramos grandes nos bañábamos solos. No teníamos la ducha como ahora. En ese tiempo había que calentar el agua. Cada cual iba a buscar su pava de agua caliente, y te bañabas. Los jueves era obligación lavarse la cabeza y bañarse, todo eso era como un reglamento de la escuela”.
Los caramelos “gratis” de 20 centavos
“En la esquina de la calle San Martín y Fontana, donde ahora está la Caja de Ahorro, había un almacén que vendía bebidas, frutas, caramelos, pastillas de menta... Ahí íbamos con los de Terrone, con los de Roble, con todos... ‘Andá decían, y fijate si pasaban los lecheros’. Era importante porque los lecheros tomaban una copa de caña, dejaban los 20 centavos y seguían. Entonces nosotros entrábamos... la primera agarraban los veinte centavos que había dejado el lechero y decía: “Don Mezquio (que estaba con una servilleta atada), deme veinte centavos de mentas, pero póngame el paquete lleno”. Nosotros llamábamos a los otros que se habían quedado, y llevábamos los sombreros blancos de sol del colegio, sacábamos los sombreros y ellos ponían mandarinas adentro o las frutas chicas que había. Ellos salían primero. Hasta que un día el viejo se avivó y nos corrió.
Llegamos al colegio coloradas desesperadas, porque la ligábamos todos. Las monjas nos preguntaban por qué veníamos corriendo y les decíamos que estábamos jugando. Pero llegó el viejo Mezquio a quejarse, no te imaginás lo que fue eso, fue el escándalo de la semana... las chicas de María Auxiliadora robando mandarinas y mentas. Y el viejo estaba furioso. Y ahí se enteraron todos... los padres, las monjas. Nos mandaron notas en el cuaderno. Unas rompieron las notas, así es que recibieron dos palizas, una por las mandarinas, y otra porque rompieron la nota”.
Las madres más piolas
“Los bailes más lindos para nosotros, para toda la juventud, fueron los del carnaval. ¡El carnaval era tan lindo! Y no te dejaban ir. Yo estaba recibida y tenía 22 años y mi mamá no me dejaba ir. Y éramos tres hermanas... pero si decían que no, era no”.
“Nos disfrazábamos en la casa de las Moreno. Nos tos de todo; ellas tenían trajes porque trabajaban en las obras de teatro de los aficionados, y hacían siempre para el 24 de mayo la función de gala. Primero era la obra de teatro, y después el baile en el Casino. Y los bailes de carnavales eran bárbaros... Cuando conseguías ir estaban las chicas de Moreno, que eran muy amigas de mi hermana, entonces venían y le pedían permiso a mi mamá. 'Doña Ramona, déjelas ir, que van mamá y papá". Tenía que ir una vieja acompañando a todas las chicas, no había forma, no quedaba otra. Y mi mamá se cansaba de decir que no hasta que cedía: 'Bueno, que vayan, pero un rato nada más, hasta la 1 ó 2 de la mañana". Pero como Doña Luisa no quería venirse, que era la mamá de las chicas, nosotras nos quedábamos. Doña Luisa era una española alegre, divina...”
El correo del amor
“Nosotros íbamos a las kermeses, las del Círculo Católico de Obreros, o en la Asociación Española. Nos llamaban para atender los quioscos, ahí vendíamos los números. Mi mamá se hizo cargo de todo y mi vieja nos tenía cortitos. Salíamos a las kermeses sólo porque nos venían a buscar los del Círculo Católico de Obreros. Y la Sociedad Española hacía sus kermeses en el salón. Y todos los demás las hacían en el Verdi, ahí se vendían los números, ahí se bailaba”.
“Había una ruleta que se hacía, que era 'El correo del amor". Los muchachos escribían con seudónimos y se lo mandaban a las chicas. Esa tenía que pagar para recibir el mensaje, y se pagaba lo que sea: 50 centavos, 20 centavos. Después una se pasaba toda la noche pensando, mirando, quién era el admirador”.
“Y también a los viejos. A los hombres grandes le mandábamos un mensaje bien lindo, y el pobre viejo se pasaba mirando a ver quién habría sido, pero ese ya tenía que pagar un peso”. Pura pasión. El teatro era una salida obligada, y casi el único lugar en el que se veía algún beso. En la toma, la obra ‘La sirena Varada’, en el Verdi”.
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