Del “a ver que pasa” a más de un cuarto de siglo
Por Alfredo Giménez
Ex Secretario de Redacción de EL CHUBUT
por REDACCIÓN CHUBUT 20/10/2025 - 09.31.hs
Hacia fines de los años 80, la situación en Tres Arroyos, una ciudad-pueblo del sudeste de la provincia de Buenos Aires, no era la mejor. Ya hacía casi una década que estaba en La Voz del Pueblo, el diario del lugar con una totalmente anquilosada, y se me hacía imperioso buscar un cambio de aire.
Así las cosas, un día recibo una llamada al diario, atiendo el viejo teléfono gris, que hoy parece que pesan toneladas pero entonces nos resultaban livianos, y del otro lado de la línea escucho la voz de José Luis Basualdo, un periodista y productor de la radio del lugar pero ya a cargo de la agencia de EL CHUBUT en Madryn, que me propone reunirnos a contarme una propuesta laboral “que no podés rechazar”, me dice.
La cosa era simple, un diario de Trelew en Chubut, necesitaba un “diagramador-periodista y todo eso” me simplifica y “vos das el perfil”. Como me pagaban el pasaje y la estadía, no tenía nada que perder, acepté venirme “por un tiempo, a ver qué pasa”. Y de eso pasaron 25 años de trabajo pleno, donde encontré sinsabores y alegrías que me forjaron esta nueva identidad patagónica por adopción.
Pero volvamos a los 90. Llego a Trelew y Basualdo me presenta a Don José María Sáez, quien luego de hojear a medias las muestras de mis notas y diseños, sin vueltas me dice que voy a ganar tantos pesos y “aquel es su escritorio. Venga y le presento a sus compañeros. ¿Ahora puede empezar?”.
Atrás quedaba mi frustrado discurso de presentación y defensa de lo realizado hasta entonces. Sin preámbulos. Ahora, a arremangarse y trabajar. De esa forma intempestiva y poco protocolar comenzó mi relación con el diario y por ende con la ciudad.
TIEMPO DE CAMBIOS
Los 90 fueron momentos de renovación en todos los ámbitos, pero siempre en un marco de paz, algo casi impensado en un país adonde las diferencias políticas se saneaban con golpes de estado. La década anterior, con dos hechos relevantes como la alucinada guerra con la principal potencia colonialista y los atisbos bélicos con Chile, “por un puñado de tierra” como cantara Violeta Parra, habían quedado atrás. La democracia, que tuvo en la figura de Raúl Alfonsín a su principal exponente, se había consolidado. Argentina se abría tecnológicamente al mundo, y esos cambios también se reflejaban en el diario. Tanto en la forma de encarar las noticias, como en lo tecnológico, con el paso cualitativo a la impresión “en frío” u offset, que hace posible –además- encarar iniciativas como suplementos o secciones específicas de forma mucho mas simple.
UN DÍA EN EL DIARIO
Aunque la experiencia contaba, sumergirse en la redacción de un diario como EL CHIUBUT equivalió a empezar de cero. Los cambios de ritmo permanentes, adonde pasar de la paz total al caos y volver a la paz del principio es cuestión de minutos (sin contar que algún hecho inusual rompa la caótica monotonía), hacen retemplar los ánimos del más pintado.
Claro que tampoco todas son pálidas, porque el gesto de un lector agradecido -la mayoría de las veces por algo que al profesional le parece normal- es algo que reconforta, y si ese gesto viene acompañado por algún tentempié, mucho mejor todavía.
Pero un diario se hace con mucha gente, todos dejando algo de su impronta a lo largo de todos sus años de trabajo. Y es entonces cuando vienen a la memoria nombres de aquellos viejos periodistas como Roberto Maragliano, Pablo Dratman y Angel Minsk, éste siempre con el rollo de papel de las noticias recibidas por las teletipos en la mano recorriendo la redacción (imagine el lector a alguien en su casa tomando la punta del rollo de cocina de la mesada, pasar al comedor, dar la vuelta a la mesa, abrir una ventana y regresar donde salió, dejando la tira de papel en el piso). Ese era Minsk.
El ruido normal en el primer piso era frenético, adrenalínico. Las viejas máquinas de escribir, sumadas al de las teletipos generaban un caos auditivo en el que hablar casi a los gritos era lo corriente. Asi escribíamos, por lo que no es extraño que los más viejos rememoremos siempre esos tiempos y el silencio de hoy nos resulte por demás aburrido.
MEDIO SIGLO
Pero los años pasan, y de nada sirve recordar sino tomamos esos recuerdos como veras enseñanzas de vida. Enseñanzas estas que si han tomado en cuenta los herederos de aquella odisea emprendida por Sáez y su fiel compañera Doña Lidia María Ostermann, quien desde su rol de docente pensó y ejecutó el suplemento Chubutín, elemento esencial en la formación de los más chicos. Un gran abrazo Lidia, esté donde esté, y no me rete si encuentra alguna palabra mal escrita o una conjugación indebida.
Por ese esfuerzo de los inicios y el que hoy lleva adelante este nuevo equipo de trabajo, hagamos votos por otros 50 años más.
Escritos en Tinta China
Cuando llevaba dos años en la redacción, un día Sáez me dice que hay una persona interesada en hacer un suplemento cultural, pero no quería que eso quedara totalmente en manos “de alguien de afuera”, por lo que si me interesaba coordinarlo le diera para adelante. Así fue como viaje a Puerto Madryn y conocí a Silvia Iglesias, con quien emprendimos un camino que nos trajo muchas satisfacciones.
La propuesta innovadora para el lugar, con un concepto amplio y moderno de la cultura, sacó a esta de un pedestal y la puso a dialogar con la gente, estableciendo así un mano a mano fructífero, lo que le valió hasta reconocimientos internacionales y permitió estrechar lazos con hacedores culturales no sólo de la región sino también de Latinoamérica, como Perú, Uruguay y Chile. Gracias Silvia, muchas gracias de corazón.
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