Primera prueba en los inicios de la historia atómica III
Desde el principio de la historia nuclear, las tecnologías para producir explosiones siempre han superado las tecnologías para medir y mitigar el daño que producen dichas explosiones. Las consecuencias de la lluvia radiactiva que producían las detonaciones nucleares atmosféricas se desconocían absolutamente, ni siquiera la distancia que podían alcanzar.
En la madrugada del 16 de julio de 1945, en Alamogordo, Nuevo México llovía, mientras esperaban el cese de la lluvia y la hora de la detonación de Trinity, la primera bomba atómica de la historia, los científicos empezaron a cruzar apuestas sobre el resultado de la prueba.
El desconocimiento era tal que, mientras unos opinaban con escepticismo que no detonaría, otros, temerosos, crédulos y exagerados, pensaban que podía llegar a destruir totalmente el planeta.
Tal era la magnitud de las consecuencias que algunos creían posibles.
En la eventualidad de que la radiación alcanzara ranchos y poblaciones cercanas, las actividades de evacuación correrían a cargo de científicos distribuidos por todo el desierto, quienes iban equipados con mapas de la región hechos a mano y absolutamente inexactos.
La lluvia cedió a las 4:00 a. m., y científicos e ingenieros pudieron proceder. La prueba fue exitosa en cuanto a que la bomba estalló como planeaban, pero el rendimiento explosivo superó las expectativas más razonables, lo mismo que la radiación.
Se cuenta que la nube viajó al noreste a unos 16 kilómetros por hora, soltando una bruma radiactiva sobre los ranchos ganaderos de las inmediaciones y activando los contadores Geiger de Carrizozo, Nuevo México, a casi 500 kms. de Alamogordo. También detectaron radiación en varios puntos más apartados de Nuevo México, por lo que los observadores dejaron de medirla y corrieron de vuelta al campamento base.
Al llegar, los observadores no pudieron reanudar el esfuerzo para hacer mediciones exactas del rendimiento nuclear, porque dicho rendimiento fue tan alto que destruyó muchos de sus instrumentos, dobló medidores, quemó películas y empañó las lentes con condensación radiactiva.
Más tarde, ejecutivos de Kodak descubrieron que la radiación se había extendido a casi 2,000 kilómetros del sitio Trinity en Nuevo México, y que dañó las películas radiográficas de la fábrica de Indiana donde la compañía producía materiales de empaquetado. Nadie anticipó que la lluvia radiactiva llegaría hasta Indiana. Los efectos se aproximaban peligrosamente a Washington y Nueva York.
A todas luces, las tecnologías para predecir los efectos ambientales y de salud de una prueba nuclear eran extrañamente deficientes para una comunidad científica capaz de capturar el poder de las estrellas y crear una bomba atómica.
Lo mismo podemos decir de los ensayos nucleares posteriores, como el llevado a cabo el 1 de marzo de 1954 en el atolón Bikini de las islas Marshall: la prueba Castle Bravo, que tuvo un rendimiento de 15 megatones —mucho más de los 4 a 8 megatones previstos— y cuya radiación llegó mucho más lejos de lo esperado.
La ciencia para predecir el tiempo que persistiría la contaminación radiactiva estaba mucho más rezagada que la ciencia para crear la bomba.
Por supuesto Oppenheimer en aquel momento no tenía idea de cuáles serían las repercusiones de su bomba en el medioambiente y en la salud de los animales y las personas de la región. No obstante, sin duda debió darse cuenta de que él y sus colegas no podrían predecir, con exactitud, la potencia del arma que habían creado.
Castle Bravo
Cerca del sitio de detonación, todos los animales del desierto se volvieron cenizas sobre la arena agrietada y compactada. Los que estaban más lejos del punto cero huyeron aterrorizados o cayeron sobre sus lomos despedidos por la fuerza de la explosión.
A consecuencia de que Kodak amenazó con demandar al gobierno, a partir de 1951 la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos empezó a notificar a toda la industria fotográfica cuando iba a realizarse alguna prueba.
Pero otros sectores —por ejemplo, la industria de lácteos— no recibieron advertencia. Y tampoco los consumidores. Tiempo después, se descubrió que un “camino de leche” había expuesto a bebés y niños a niveles de radiación peligrosamente elevados, debido a la exposición de las vacas en los “puntos calientes”; es decir, los lugares donde la lluvia radiactiva seguía cayendo días después de una prueba.
Los científicos, ante la incertidumbre de hasta donde llegaría la lluvia radiactiva, nunca contemplaron esta consecuencia.
Desde el principio de la historia nuclear, las tecnologías para producir explosiones siempre han superado las tecnologías para medir y mitigar el daño que producen dichas explosiones.
Todavía se desconoce la magnitud exacta del daño que ocasionó la prueba Trinity, y no se sabrá hasta que concluya el estudio del Instituto Nacional del Cáncer.
Llegado ese día, tendremos una idea más clara de las repercusiones de la prueba en las personas que viven en sus inmediaciones. Personas que siguen sin recibir compensación por las elevadas tasas de cáncer que han sufrido durante casi tres cuartos de siglo.
Adviértase que el primer país que soportó las consecuencias de un estallido nuclear fue Estados Unidos, le siguieron México y Canadá, después Japón.
(Fuente: Louisa Hall Newsweek español)
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