Historias

Crónica de Lviv, Ucrania

El historiador nos recrea escenas, situaciones, personas, describe en detalle la Ucrania en guerra. 

Hay todo tipo de soldados en las calles, los hay viejos, esbeltos, atléticos y también panzones. Hay militares de verdad y hay quienes se visten para hacerse ver o esquilmar a algún turista o a campesinos descuidados, porque turismo no hay.
Muchos vuelven con vendas, andan en muletas y les faltan brazos y piernas. Pero la mayoría son casi niños. Algunos conscriptos, otros soldados de carrera. Varias son mujeres jóvenes, no las hay maduras, se ve que son incorporaciones recientes.
Voy caminando a la escuela militar de Lviv. Sé que no los dejan hablar con la prensa ni ser fotografiados, pero lo hago igual, la experiencia me dice que son muy comunicativos. Ya sucedió antes. 
Estoy filmando el empedrado y me sorprenden a los gritos. Está prohibido filmar, me dicen, “ley marcial”. Veo a una pareja de la mano. Son casi niños. Él, de pelo cortísimo, me mira desafiante. Bajo la cámara y les sonrío. En menos de un segundo me rodea una docena de infantes, solo algunos tienen fusiles. Me rodean, pero no me apuntan, eso me deja tranquilo y me relajo. No son de la bonaerense y no estamos en Lanús.
Les sonrío, les digo que estoy camino al cuartel. Se sosiegan. Les digo que quiero hacerles una entrevista, pero no me creen. Comienzan a discutir. Me explican que no pueden dar entrevistas ni ser fotografiados.
Los más amigables son la parejita. Ella es pequeña, de ojos celestes. Debe medir un metro y medio a lo mucho.
Les insisto afablemente. Explico que fotos no, solo audio, y que no tienen que dar sus nombres. Se nota que casi todos desean hablar y lo hacen saber. Un concienzudo les recuerda con firmeza que está prohibido que no pueden dar entrevistas. Son muy inocentes, discuten, sonríen, debaten. 
Le pregunto a la parejita si puedo hablar con ellos, charlar en algún lado. Los retan por hablar conmigo. Pero todos quieren hacerlo y así lo hacen. No se dan cuenta de que la entrevista ya comenzó.

 


Cuando le pregunto a la chica (17 años) sobre su familia, me dice que solo su novio es su familia y se pone triste. Él la abraza fuerte y dice que la cuida (tiene 18). Charlamos un rato. El resto se diluye. Les pido permiso para sacarles una foto, pero sin mostrar sus rostros. Se alejan y se las saco cuando están caminando de la mano. Encuentran un poco de paz entre tanta guerra.
Me duele pensar como esos niños ingenuos irán al frente de batalla y caerán en manos de los rusos en unos meses. Ni hablar de ella. Quien no quiere la foto aunque la desea. Si los rusos la llegan a reconocer en alguna situación, no van a tener piedad.
Comenzaron a violar mujeres desde el comienzo de la invasión. Algunas están embarazadas. Otras dieron a luz en los sótanos y en los vagones del subte. Otras esperan a sus maridos luego de la destrucción de Mariúpol y Jarkov. No quedó nada en pie. Ni siquiera saben si están vivos. Algunos fueron evacuados por la cruz roja. Otros fueron llevados a territorio ruso. La situación es terrible. 

 

SOLDADOS

 


No dejo de pensar que los rusos también mandan niños. Los conscriptos fueron enviados al frente. La falta de soldados genera un dilema para Putin: si declara la guerra tiene que retirar a los adolescentes de la frontera; si no la declara no puede imponer la ley marcial y los combatientes se le escurren de las manos. Así es la ley en Rusia. 
Si hay guerra declarada, los hombres son obligados a reclutarse. De hecho, el parlamento Ruso está votando leyes nuevas para poder reclutar a los mayores de 40 años, porque al ser solamente una “Operación Militar Especial”, los soldados pueden irse del frente cuando su contrato acabe y muchos directamente desertan y se vuelven a sus casas. Casi no hay castigo para quien lo hace. Si hubiera ley marcial serían presos o fusilados, dependiendo de los humores legales y la necesidad de ejemplos.
Putin les aumentó el sueldo a los excombatientes de Siria y los del grupo privado Wagner que vuelven de África: paga 3.000 dólares por mes.  Steve, un ex marine de las fuerzas especiales que entrena a los ucranianos, me dice que “de acuerdo a lo que pagas es la calidad que tienes”. Les deben pagar bien a los man-at-arms, como les llaman los americanos. Los rusos les dicen mercenarios.
Me cuenta que la proporción en campo abierto para tener un mínimo de posibilidades es de 3 a 1. Por ese precio no se arriesgarán en una guerra ya perdida. Sobre todo si los ucranianos siguen recibiendo los Javellin y los drones de la OTAN.
Pero si los combates se extienden unos meses (y fue lo que pasó), los chicos terminarán en el campo de batalla y allí recibirán sus bautismos de fuego, su adultez y sus traumas. De un lado y del otro. Y las chicas, peor.
Mientras tanto, los misiles vuelan de un lado a otro.

 

04:06 DE LA MAÑANA, FRONTERA

 

En los puestos fronterizos las mujeres son las protagonistas. Tal vez porque los hombres faltan en el frente de batalla, no se sabe. En la frontera reinan ellas.  Jóvenes, adolescentes, ataviadas con sus trajes camuflados y su cinta amarilla en el brazo derecho. 
Tomé el tren de regreso a Przemysl. Allí no hay cruce fronterizo del lado ucraniano, el cruce es en el mismo vagón. Cuando entré, la revisión era con el tren en movimiento. Ahora no. Está parado sin remedio. Hay que esperar.
Me piden el pasaporte, lo miran, le sacan fotos. Les doy la credencial de prensa. Activan sus cámaras de cuerpo y la filman. “Presa”, dicen en ucraniano. Tak es sí. Revisan cada sello y ponen caras. Fruncen el ceño, se relajan, hablan en ucraniano. Se ríen y me lo devuelven.
Suelen ir en trío. Dos de ellas hacen el chequeo y sellan los documentos. La tercera se queda en la puerta blandiendo su fusil.
Sus cabellos son largos, trenzados y llevan en sus manos un equipamiento complejo: lectores digitales de pasaportes, chaleco antibalas, cámaras policiales, celulares y kalashnikovs. El conjunto les pesa, se nota. 
Vuelven serias, leen los pasaportes, los fotografían y los filman. Van, vienen, reaparecen.  Cuando eso sucede ya son cinco.  Vuelven sobre la misma gente.
A veces se miran con picardía y se sonrojan cuando hablan con algunos pasajeros. Como si estuvieran en otro lugar, en otro tiempo. Pero la realidad parece superarlas, buscan espías. 
Los fusiles pasan a escasos centímetros de la gente.
Toman fotos y las llevan a un centro de cómputos que se encuentra en la estación de tren. Realizan un control minucioso aunque parezca desordenado. Cada tanto bajan a un pasajero. Algunos vuelven, otros no.
Pasan varias horas en el proceso. Suben, bajan. Hablan entre ellas, se consultan, discuten. Vuelven a revisar los baños en todos los vagones.
Les pregunto si puedo fotografiarlas, me dicen que no, se avergüenzan y ríen nerviosas. Vuelven a la seriedad de su trabajo en un pizcar de ojos. Las retrato desde lejos.
Los trenes pasan por nuestra izquierda y derecha. De a poco amanece y el sol comienza a incomodarnos. Pero nadie dice nada.

 

“Pasaron cinco horas. El tren se pone en marcha a las 07:50. Pasamos por Hurko a las 08:36. Sólo algunos durmieron, pero las banderas al costado del camino ya son polacas. Ya salimos de Ucrania.”

 

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