HISTORIAS DE TRELEW

La cotidianeidad de los vecinos de los años `30

Argelia Sanz de Gatica es una vecina destacada y memoriosa. De larga tradición en Trelew, y madre incluso de un intendente, comparte algunos de sus recuerdos de la época en que la carne se trozaba a domicilio, y los velorios se hacían en casa.

por REDACCIÓN CHUBUT 04/10/2023 - 13.11.hs

(Serie de publicaciones en el marco del 137º aniversario de la ciudad de Trelew. Historias extraídas del suplemento especial del Diario EL CHUBUT "Trelew 120 años" publicado en el 2006 y reeditado en el 2016).

 

Testimonio. Argelia Sanz de Gatica

 

"Mi familia llegó a Trelew en 1929, cuando yo no había cumplido aún los cuatro años". "Los primeros años están diluidos en mi recuerdo". "Cuando tenía seis años fuimos a vivir a la calle Pellegrini, entre San Martín y 28 de Julio". "¿Cómo era vivir entonces en ese barrio?" "Las casas eran casi todas de una sola planta; no había jardines al frente pero sí gallineros y pequeñas quintas en los patios. Las calles eran de tierra y no había veredas en todas las cuadras".

 

"Se 'vivía' en la cocina por ser generalmente el único lugar calefaccionado por la cocina a leña, que se compraba por carradas. Se hacía aserrar o se cortaba con hacha. Uno de nuestros trabajos era juntar las leñitas para encender el fuego al día siguiente... En otros ambientes, de ser necesario, se utilizaban estufas a kerosene o el peligroso brasero".

 

"La puerta de calle nunca se cerraba con llave". "El lechero, el panadero, el verdulero, el carnicero y el pescador repartían sus productos puerta a puerta. Eran queridos y respetados. El verdulero además de verduras, llevaba en la parte de atrás de su carro, jaulas con gallinas y pollos. El carro del carnicero era diferente, como un vagón alto en cuyo interior colgaban las reses. El carnicero, don Felipe, trozaba la carne en el momento".

 

“Se compraba queso y manteca elaborada en zona de chacras, que era repartida por sus productores, generalmente galeses o ‘galenzos' como los nombrábamos entonces".

 

“La autoridad, temida por nosotros, sólo por su presencia, estaba representada por el sargento Pedro Ruiz, que recorría las calles a caballo".

 

"La enseñanza se impartía en la Escuela N” 5, en sus dos sectores: 'la escuela de vidrio o de arriba" sita en su actual emplazamiento y la 5 “escuela de abajo' en la esquina de Mitre y San Martín, frente a la plaza. Además estaban el  Colegio María Auxiliadora, el Colegio Santo Domingo y el Colegio Inglés en la calle Sarmiento, cerca del querido Colegio Nacional, primer colegio secundario de la Patagonia del que surgieron de su Sección Comercial anexa, la Escuela de Comercio Nº 1 y de su Curso de Radio operadores, organizado por el señor Octavio Sager. La ex ENET Nº 1”.

 

“A la escuela había que ir bien limpios porque aunque no se acostumbraba el baño diario pero sí el remojón de los sábados, después del toque de llamada (una campanada media hora antes de comenzar las clases) la maestra de turno permanecía en la puerta de la escuela y a medida que llegábamos nos revisaba las uñas. Y a los varones, las uñas y las orejas". "¿Cómo se atendía la salud de la población? No recuerdo mucho, pero sí al doctor González Gallastegui, los hermanos Schajman, ambos médicos y no sé si exactamente de esa época al doctor Silva, a Bardaro, a Craig... Y de Gaiman al doctor Lorenzo".

 

Velorio en casa

 

“Aunque tal vez resulte irónico hablar de esto... voy a contar qué sucedía con los muertos. Los velatorios se hacían en la propia casa. La empresa fúnebre (no sé si ya era Melluso) proporcionaba los elementos para armar la sala velatoria. A mí me impresionaba un mueble sólido que había a la entrada (más de allí no avanzaba) que tenía tarjetas donde los asistentes asentaban sus nombre, después los deudos agradecían individualmente el acompañamiento mediante el envío de tarjetas. El carruaje fúnebre era negro, tirado por caballos empenachados. Cualquier defunción se hacía conocer por campanadas especiales de la iglesia; al oírlas la gente decía: 'Tocan a muerto”.

 

El árbol de los Waag

 

"No había muchas diversiones. Jugábamos en la vereda o en la calle, sin hacer mucho escándalo por si aparecía el Sargento Ruiz. Para las nenas, en ese tiempo, las Barbies estaban representadas por la muñeca Marilú  ¡qué gloria era tener una! Se festejaba Navidad, Año Nuevo y Reyes, sólo en esta fecha se recibían regalos. El primer árbol de Navidad que vi, fue en la casa de la familia Waag, de origen noruego según creo. Las hijas Nora y Elsie habían armado, en el comedor, el árbol iluminado con velas y vinieron a buscarme a casa para que lo viera. Recuerdo que me pareció entrar en un cuento de hadas".

 

El recuerdo de los vecinos

 

“Ahora, para finalizar, voy a recordar a los vecinos de mi calle, en la esquina del actual hospital estaba la casa de González Bonorino, con un gran patio sombrío por lo arbolado. ¿Alguien recuerda a Mapuche, un ayudante de esa familia? Al cruzar la calle vivía la familia Martino, seguía la sodería de don Eugenio Goldaracena, donde comprábamos soda, las barras de hielo y la Biltz, luego la Imprenta de los Martelli, la casa de los Echegaray seguida por la de los Alvaro y nuestra casa que era alquilada a los Heinken (te recuerdo Alda porque me contabas los cuentos de La Cenicienta y Caperucita) en la que mamá tenía una academia de Corte y Confección y además daba pensión a algunos escolares del interior; a continuación había un paredón y en la esquina estaba el mercadito de don Fausto Herrero, a quien siempre que nos mandaban a comprar le pedíamos la yapa.

 

Al cruzar la calle, la esquina estaba cercada y ocupada por Celi para acopio de leña, seguía otro cerco tras el cual estaban las canchas de tenis (cercos eran de chapa) luego el taller de Sancha y en la esquina estaba la casa de los Massari de dos plantas. Toda la media manzana de enfrente era un baldío cercado con alambre; sobre Mitre, en esa misma manzana estaban el Distrito Militar y la escuela de abajo".

 

“Cruzando la calle, en la esquina, vivía la familia Mozategui, Tecos Laureano Otero con su esposa Doña Felipa (una vecina solidaria) y una hija de nombre Argentina. Seguían los Chasco, los Vitulli, los Krebs y en la esquina los Cuenca”. “Cuando comenzamos a pesnar en el tiempo de antes, los recuerdos se agolpan y es imposible relatar todo y bien. Si hay errores u olvidos, son sólo mis recuerdos que contaron con la colaboración espontánea de Norma y Celeste Vitulli”.

 

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