Puerto Madryn

Detrás de las palabras

ALGO NUEVO, ALGO VIEJO, ALGO PRESTADO, ALGO.

Y en estos tiempos de «afuera vedado» uno recorre infinitamente esos caminos de la interioridad que tenía algo olvidados, y con ellos vuelve a otros momentos … y agradece vivir en estos lugares de infinitos horizontes y Patagonia pura… y justo ahí me encontré con estas palabras que decía mi  abuela cada vez que se acercaba un casamiento, pero yo en realidad no estaba por casar a nadie, sólo quería «cazar» alguna idea que me ayudara a evadirme por un rato  y lograr una  mirada  más despojada de este mal-estar y así el paisaje que llevo dentro me hizo pensar una vez más  en esta cuestión de ser o no ser patagónico e infinitas preguntas se dieron cita… ¿ Cómo se construye una identidad? ¿Acaso de una vez y para siempre? ¿Se nacerá patagónico o se llegará a ser?
Es cierto que la Patagonia pareciera reeditar la historia de América, como espacio posible para edificar la utopía, ese mandato social o guion cultural heredado de los padres. La migración con sus polaridades significa desarraigo, dolor y crecimiento, autonomía, «ser padre uno mismo» y organizar su propio proyecto de vida.
Estar o llegar. ¿Acaso mandato?... ¿Acaso elección?...  Ser o hacerse. ¿Se es en realidad... o se va siendo en el hacerse?... ¿Dos maneras de posicionarse? ¿Dos estilos de pertenencia? ¿Una misma búsqueda de encontrar un lugar en el mundo? ¿Una manera de reconocerse?
Y al llegar aquí no pude menos que preguntarme: ¿Cuál será la medida de lo posible, en cada aquí y cada ahora de este texto-contexto que escribimos juntos, entre los que estábamos, los que llegaron, los que «tocaron y se fueron.», los que...?
Y en medio de estas tribulaciones se me apareció mi abuela: «...te lo dije nena, es igual que en la rayuela»...y tenía razón, vamos por la vida como en una permanente rayuela, midiendo el riesgo de andar sobre un pie, cuadro por cuadro, poniendo a prueba nuestra competencia, detrás de esa ilusión-utopía con forma de piedra que nos permite transitar desde la tierra hasta el cielo y volver ¡por suerte! del más allá, con la posibilidad de ganar un espacio-casa-pueblo, donde poder cobijarnos, apoyar nuestros dos pies y descansar, convencidos de que nuestro paisaje interior es memoria y espejo de esa geografía.
O como en aquella otra Rayuela, la de Cortázar, donde «Sólo en sueños, en la poesía, en el juego... nos asomamos a veces a eso que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos».
Pensándolo mejor, tal vez no se trataba sólo de «cazar ideas», era necesario dibujar alianzas, conjugarse en el entorno y entre tantas quimeras construir una sospecha: Lo que nos pre-ocupa... ¿nos ocupa? El ser, no se descubre acaso en el quehacer? ¿Qué hilos elegiremos ahora, en este aquí y este ahora,  para entramar nuestra aldea? Esta, ya no es aquella, ha cambiado de atuendos… ¿qué llevaremos y qué dejaremos???
Era cierto nomás, ¡Qué sabía era mi abuela! … algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo... «algo azul, nena»... 
Y me pareció ver una  alianza entre el cielo y el mar, allí, en ese horizonte azul donde se anuncia  la brisa, y pensé en los vientos de cambio…y me acordé que cuando el viento sopla uno instintivamente acomoda el cuerpo y empieza a caminar de otra manera… 

 

¿Querés recibir notificaciones de alertas?