Puerto Madryn

HACER PIE

Cuando era chica justo  detrás de mi casa había algo que me atraía especialmente, era un zanjón, hecho por el agua de lluvia buscando una salida  y venía atravesando  calles y baldíos, se veía como un tajo que se abría  en el medio de la tierra, una herida,  una boca abierta  que mirando al cielo parecía gritar.

A los chicos nos encantaba, tenía algo de misterioso caminar por ese espacio abierto que de tanto andarlo guardaba huellas de otros pasos, cierta sensación de peligro hacía que no pudiéramos desprendernos de él… y uno iba por esa  tierra sin desniveles  sorteando  matas por aquí y  matas por allá … y de pronto llegaba al borde ¡ Parecía un abismo! Una cosa era mirarlo desde arriba y otra mirarlo desde abajo… uno cambiaba de tamaño. La perspectiva era otra. La posibilidad también. 
Esta imagen tan fuerte, que hablaba de prohibiciones y peligros, de algo que no terminaba de entender,   reapareció    junto con la cuarentena y la tan mentada distancia social.  Palabras fuertes, nuevas, que alertaban mi escenario habitual, arrastraban consigo algo intenso, no tenía claro qué, pero volvían a traerme aquella sensación del zanjón, entre lo horizontal y lo vertical.
Y como saber me tranquiliza, decidí buscar significados, palabras que me dijeran y me sirvieran. Una manera de autorizarme a no quedarme ahí, a dar algún paso para re-existir de alguna forma en este nuevo paisaje.
 Intuía que Cuarentena estaba ligado a conceptos religiosos, esos fuertes mensajes y creencias que atravesaron mi infancia y de una forma u otra la de la humanidad toda, y que conformada por vínculos asimétricos nos amarraron   con un sentido de obediencia a ese ser superior a quien se ha atribuido ese don ambivalente del castigo y la protección. 
 Y así fue, encontré que el número cuarenta, aparecía en la Cuaresma, ese rango de tiempo o distancia comprendido entre el miércoles de ceniza y la Semana Santa.  Esta misma temporalidad se repetía en los días que duró el diluvio aquél del Arca de Noé, los días que Moisés permaneció en el Monte Sinaí, los años que duró el éxodo judío y el tiempo que Jesús ayunó en el desierto. Pecados, crucifixiones, abandonos, destierros, muertes, resurrecciones. Así lo relata la Biblia, ese libro de mensajes de inmensa influencia en la Edad Media por la rigurosidad religiosa, y de ahí es tomado este simbolismo de cantidad.  Oscuro y doloroso origen de la palabra.
 El colectivo imaginario trasciende tiempos y fronteras y anida en las creencias arrastrando ese sentido de padecimiento y castigo que en procura de salvación o preservación separa y aísla, encierra.   Ahí se enlaza con la distancia social, ese espacio entre los unos y los otros en procura de preservación.  
Depende de dónde lo encontró a uno el encierro, si en lo alto del zanjón donde lo horizontal del terreno le dejaba hacer pie o en ese fondo , abajo, en esa dimensión vertical  donde el equilibrio se pierde  porque el terreno cede y allí  la distancia horizontal es una utopía matemática . Entre lo horizontal y lo vertical se dibuja otra distancia social, asimétrica,  desigual,  jerárquica… igual que en el zanjón, no era lo mismo andar arriba que andar abajo… abajo el agua había hecho cauce y  corría tratando de encontrar una salida… arriba el agua iba…
Tal vez no alcance con barajar y dar de nuevo, aunque 40 cartas traiga el mazo…la sabiduría popular dice que depende donde esté uno en el reparto, y si es cierto que el 40 marca un cambio, un final y un principio, tal vez haya que cambiar de silla, buscar otro lugar, acomodarse de otra manera en los espacios y tirar en la mesa algunas reglas nuevas… para hacer pie, y empezar otra partida.-(detrasdelaspalabraspm@gmail.com)
 

 

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