160º Aniversario Puerto Madryn

Puerto Madryn y el dilema de crecer sin perderse en el camino

Una ciudad puede expandirse. Puede incluso desbordarse. Pero si no logra transformarse con sentido colectivo, entonces crece como una suma de fragmentos, como un mapa urbano desdibujado por impulsos que no siempre se miran entre sí. Puerto Madryn atraviesa ese dilema. Crece, se diversifica, atrae inversiones, vecinos, turistas, industrias. Pero también tropieza con los límites de una infraestructura que no se pensó para esta escala, ni para este ritmo.
 

por REDACCIÓN CHUBUT 28/07/2025 - 16.15.hs

A 160 años de aquel desembarco galés que sembró las primeras raíces de la ciudad, la historia vuelve a pedir decisiones de fondo. No alcanza con celebrar la transformación de un antiguo puerto ferroviario en un polo turístico y productivo del sur argentino. La pregunta ya no es solo qué queremos ser, sino cómo sostenemos lo que fuimos capaces de construir. Y en ese punto, la urbanización deja de ser un asunto técnico para convertirse en un debate político, social y, en muchos sentidos, ético.

 

Madryn ya atravesó otras etapas de crecimiento acelerado. Lo hizo en los años 70 con la llegada de grandes contingentes migratorios empujados por la industria del aluminio. Lo volvió a hacer en los 80, cuando el auge pesquero trajo trabajo y movimiento al muelle Almirante Storni. Y lo repitió en los 90, con la consolidación del turismo de naturaleza y la instalación definitiva del avistaje de ballenas como marca registrada. Cada una de esas oleadas dejó huellas. Algunas visibles en la trama urbana; otras más difíciles de revertir, como las desigualdades entre zonas céntricas y periféricas.

 

Lo distinto hoy es la simultaneidad. Porque Madryn ya no crece por un solo motor. Lo hace por todos a la vez. Se expanden los barrios, se multiplican los comercios. Pero esa misma expansión multiplica las tensiones. Las señales están a la vista: barrios que crecen más rápido que los servicios que los abastecen, loteos sin planificación, tensión entre la expansión inmobiliaria y el acceso equitativo a la tierra, congestión vial en los mismos puntos, deterioro costero en temporadas altas, y una creciente sensación de que lo público —el espacio común, el cuidado ambiental, la infraestructura de base— no está corriendo a la misma velocidad que los negocios. No es un fenómeno nuevo, pero sí uno que se profundizó en los últimos años. Y lo que antes se resolvía con parches, hoy requiere un desarrollo urbano más ambicioso.

 

Y como en muchas otras ciudades argentinas, el problema no es el crecimiento en sí, sino la falta de una arquitectura de planificación que lo acompañe. El modelo de desarrollo depende de decisiones sostenidas, no de reacciones a la urgencia. Sin planificación, el negocio inmobiliario siempre corre más rápido que la infraestructura pública. Y cuando esto ocurre, no solo se afecta la calidad de vida. También se distorsiona la propia identidad urbana.

 

Puerto Pirámides puede leerse como advertencia. Durante años fue símbolo del turismo de bajo impacto, de la armonía entre lo natural y lo construido. Pero el incremento desordenado de construcciones, muchas de ellas sin control ambiental riguroso, desbordó su capacidad de servicios y puso en jaque el mismo encanto que lo posicionó en el mapa.

 

Madryn, a otra escala, puede correr un destino similar si no se anticipa a los impactos de su propia expansión. La ecuación es clara: si la obra pública se posterga, el crecimiento pierde sentido.

 

El Municipio logró avances. Hubo gestiones para encaminar proyectos clave: el nuevo colector cloacal, las redes para miles de lotes en ex tierras de la Armada, la esperada planta de tratamiento, la circunvalación que permitiría aliviar la presión del tránsito pesado en zonas residenciales, los planes de pavimentación y el mejoramiento del barrio Juan Domingo Perón. También se avanzó en proyectos de escala simbólica como la Dársena Deportiva y el Parque de la Ciudad en el predio de la laguna. Pero muchas de estas iniciativas quedaron congeladas por decisiones nacionales. La obra pública pasó a un segundo plano en el nuevo orden de prioridades, y las ciudades del interior, salvo contadas excepciones, volvieron a quedar en espera. La ciudad quedó, otra vez, atrapada entre la planificación local y los vaivenes de una macroeconomía que no mira el sur con la misma urgencia.

 

El aniversario número 160 llega, entonces, con la ciudad ante una encrucijada. No se trata de elegir entre crecer o no crecer. Se trata de decidir cómo se quiere crecer. Si Puerto Madryn aspira a consolidarse como una ciudad modelo en la Patagonia —moderna, atractiva, habitable— necesita una visión urbana que trascienda gestiones. Un modelo de desarrollo pensado en clave de equidad, sostenibilidad y participación. Que garantice acceso a servicios, que preserve el entorno, que equilibre sectores productivos y calidad de vida. En otras palabras, que no pierda de vista lo común.

 

Que no repita el error de otras localidades como Puerto Pirámides, donde el «progreso» avanzó a codazos y terminó devorando el paisaje y el orden social que lo hacían atractivo.
Porque el verdadero riesgo no es el crecimiento. Es el crecimiento sin proyecto. Y ese vacío, cuando ocurre, siempre lo llena el mercado. Lo llena con loteos sin infraestructura, con barrios sin servicios, con espacios públicos reducidos a la lógica de lo privado. Lo llena con desigualdad.

 

Quizá hace tiempo llegó el momento de que los aniversarios de Madryn no sean solo una celebración y recuerdo del pasado, sino de proyectar un futuro viable. Con planificación, con obras, con políticas públicas sostenidas. Pero, sobre todo, con una visión de ciudad que priorice lo común frente a los intereses parciales. Como lo hicieron los pioneros. Como lo reclama hoy el presente.

 

En Madryn, todavía hay tiempo para evitar ese desenlace. Pero ese tiempo no es infinito.

 

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