La Batalla de Tucumán y el día en que Belgrano desafió al destino
Por Pascual Antonio Quevedo. Presidente Instituto Belgraniano Puerto Madryn. Capitán de Fragata (R:E). Combate de Tucumán 24 septiembre 1812
por REDACCIÓN CHUBUT 24/09/2025 - 08.12.hs
La historia suele regalarnos paradojas inesperadas. En la Batalla de Tucumán, dos viejos conocidos se encontraron frente a frente en un campo de guerra: Manuel Belgrano y Pío
Tristán. Ambos se habían formado como estudiantes en Salamanca y compartido vida en Madrid. El destino, sin embargo, los colocó en bandos opuestos.
Belgrano, que cargaba sobre sus hombros la difícil misión de comandar el Ejército del Norte, le escribió a Tristán en términos de cordialidad y esperanza: “Fui el pacificador de la gran provincia del Paraguay. ¿No me será posible lograr otra gran dulce satisfacción en estas provincias? Una esperanza muy lisonjera me asiste de conseguir un fin tan justo, cuando veo a tu primo y a ti de principales jefes…”
El primo era nada menos que el general José Manuel de Goyeneche, conductor de las tropas españolas. La relación entre Belgrano y Tristán tuvo gestos curiosos. Cuando los patriotas capturaron al sanguinario coronel Agustín Huici tras el combate de Las Piedras, Tristán envió cincuenta onzas de oro para asegurarle un buen trato. Belgrano rechazó el dinero, devolviéndolo con humor y dignidad: pidió que se destinara a los prisioneros patriotas y firmó la carta como “campamento del ejército chico”, en respuesta al “ejército grande” de su adversario.
Lo cierto es que el panorama para el Ejército del Norte era desolador. Belgrano lo describió en su autobiografía: tropas mal armadas, sin disciplina, diezmadas por la fiebre, y
apenas reforzadas con 400 fusiles que el gobierno había enviado. Frente a la superioridad realista, todo parecía perdido.
Entonces llegó el Éxodo Jujeño, ideado y dirigido por Belgrano. Aquella retirada generalizada, con pueblos enteros abandonando sus hogares y destruyendo lo que pudiera servir al enemigo, fue la antesala de la resistencia. El 10 de septiembre de 1812, los patriotas arribaron a las afueras de Tucumán. Allí, Belgrano enfrentó una disyuntiva: obedecer la orden del gobierno de replegarse hasta Córdoba, o quedarse y dar batalla. La gente del pueblo, que le rogaba permanecer, y la reciente victoria en Las Piedras inclinaron la balanza.
Los tucumanos, con machetes, lanzas improvisadas y coraje, se sumaron al ejército. Belgrano organizó como pudo a unos 600 jinetes voluntarios y preparó la ciudad con trincheras, fosos y cañones para resistir.
El 23 de septiembre, Pío Tristán avanzó confiado, excediendo incluso las órdenes de sus superiores. Pretendía cortar la retirada de los patriotas, pero la astucia de Lamadrid, que incendió campos cercanos para desorientar al enemigo, permitió a Belgrano reconocer sus movimientos y planear la defensa.
La mañana del 24 de septiembre, el combate se libró en los campos de Las Carreras, a las puertas de la ciudad. La artillería patriota abrió fuego, los españoles respondieron con cargas a bayoneta, y la lucha se tornó encarnizada. El batallón de pardos y morenos sufrió graves pérdidas, Forest y Warnes fueron desbordados, y hasta el joven Superí cayó prisionero. El desenlace parecía inclinarse hacia el bando realista.
Fue entonces cuando la reserva comandada por Manuel Dorrego, apenas un coronel de 25 años, irrumpió con furia y cambió el curso de la batalla. Balcarce, al frente de jinetes armados con machetes y lanzas, sumó confusión entre los realistas. La naturaleza también jugó su papel: un ventarrón desató una manga de langostas, oscureciendo el cielo junto con la caída de la noche. Entre el estruendo, los gritos y la oscuridad, los españoles comenzaron a huir.
Tristán, derrotado, se retiró hacia Salta. Las bajas fueron duras: 61 patriotas muertos y 200 heridos; los realistas dejaron 450 muertos, 200 heridos y más de 600 prisioneros.
La noticia llegó a Buenos Aires el 5 de octubre y fue celebrada con salvas de artillería, campanas, música y festejos que duraron todo el día. Tres jornadas después, el Primer Triunvirato caía, y la revolución tomaba nuevo rumbo bajo el Segundo Triunvirato.
El triunfo de Tucumán fue mucho más que una victoria militar: significó frenar el sometimiento colonial, recuperar la confianza en la causa revolucionaria y abrir el camino hacia la Declaración de la Independencia en 1816. Pío Tristán volvería a cruzarse con Belgrano en Salta, donde fue nuevamente vencido.
Cumplió su palabra de no volver a tomar las armas contra los patriotas y se retiró a Arequipa. Belgrano, por su parte, se ganó un lugar imborrable en la historia, no solo como
creador de la bandera, sino como estratega que supo escuchar al pueblo y dar batalla en el momento justo.
Hoy, al cumplirse 213 años de aquel combate, recordamos que en Tucumán no solo se luchó con fusiles y bayonetas, sino también con la voluntad de un pueblo decidido a ser libre. La victoria fue el fruto de la unión entre un ejército desfalleciente y una sociedad que entendió que, sin compromiso colectivo, no hay independencia posible.
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