OFELIA
Con un sonoro portazo terminó para siempre con su antigua vida.
por REDACCIÓN CHUBUT 18/08/2024 - 13.37.hs
Tomó la calle y una inhalación profunda infló sus pulmones. Era libre, tenía tiempo y lugares para deambular, sin obligaciones. Se sintió poderosa. Cargaba una pequeña maleta de cartón oscuro y ajado, era suficiente.
Era una mujer de mediana edad, había estado sujeta a una relación laboral tóxica, con algunos ingredientes que la confundieron y retardaron sus decisiones.
Y llegó el día del hartazgo, cortó el vínculo sin pensar en cómo dejaba a doña Sabina, su ama feroz. No reparó en esas doce horas en las que su estado de indefensión sería total, atada a una silla de ruedas hasta la mañana del lunes, en que quizá todo se complicaría aún más. No le importó, tamaño tiempo le había dado. Y en vano.
Ahora, domingo a la tardecita casi noche, con frío y niebla en la ciudad empedrada, debía buscar alguna pensión barata, lejos del centro. Porque ni eso había hecho, nunca pudo robarle a la doña orgullosa. Quizá por su amor a Matildita, que enfrentaba sola todos los problemas financieros de una vida fastuosa sin sustento real.
Pensaba, al caminar, que al otro día también debería buscar trabajo, y no estaba calificada ni tenía ningún papel que avalara alguna de sus habilidades. No tenía ni si quiera una recomendación. Cuando salió del palacio dorado en forma abrupta, ni especuló con esos detalles.
Era muy tarde para estudiar. Se había equivocado de vida por una mala elección bajo el peso de la pobreza y la ignorancia de sus padres y familiares.
Un nuevo hogar, habitación y baño en una pensión, y un nuevo trabajo traerían luz para su vida. Luego de la muerte de Matildita nada había sido igual. Su paciencia se acabó. Ahora estaba dispuesta a ser libre y feliz.
La ciudad de Bs As, en 1904, brindaba muchas posibilidades. Podría ser mucama, ama de llaves, cocinera, niñera, empleada doméstica con retiro, ya que no repetiría la experiencia “cama adentro”.
Al doblar una esquina, de pronto la vio. Una mujer bellísima, rubia y bien vestida, con joyas caras, fumaba como esperando… Su figura entallada se veía plateada por la luz de la luna, la niebla y el humo le daban un aura cautivante…
Se acercó a hablarle, percibió el dulce perfume que la embriagó. Le habló suavemente como preguntando, y con temor de romper el instante…
Susana Arcilla
12/7/2024
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